Capítulo 37

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El humo había cubierto la mayor parte del espacio libre en aquel sector, un humo denso que tapaba las vías respiratorias casi en el acto. No tenía un olor común de un incendio, sino que tenía un olor muy fuerte, acre, que lastimaba la nariz y hacía arder la garganta más allá de lo esperable. A pesar de que tenía conmigo un farol, apenas sí podía ver algunos metros delante de mí. Recorrí el pasillo observando con atención cada esquina, cada sombra engañosa que pudiera estar ocultando a alguien, a una persona en particular. Podía oír el alboroto que se estaba produciendo en la otra parte de la Isla como un murmullo lejano, permanente debajo del bombeo acelerado de mi sangre resonando escandalosamente en mis oídos y de mis pasos vacilantes haciendo eco en las paredes desnudas y el sitio aparentemente vacío. Me costaba respirar a causa del humo y estaba en un estado deplorable, pero tenía que encontrar a este muchacho para Suria, y por él, claro. Sin embargo seguía avanzando sin encontrar más que celdas abiertas de par en par por la gente del Hogar y completamente deshabitadas. Paso tras paso que daba me acercaba más a una rotunda desilusión. Finalmente me encontré cara a cara con la pared húmeda que cerraba el camino, indicando que no había un más allá. Y no lo había encontrado. Por un momento estuve tentada de quedarme allí sentada; la pierna me dolía, mi brazo derecho estaba completamente inutilizado y entumecido (por suerte), y los pulmones me quemaban además de, claro está, que no había comido nada en todo el tiempo que había estado encerrada, el cual no sabía que tan largo había sido. No era más que una niña maltrecha y desorientada caminando por un pasillo sin salida y sin respuestas. Era patético verme a mí misma en ese estado. Pero, ¿Yo no era más fuerte que todo esto? Había sobrevivido al odio absoluto de Brodock y Amílcar, una decepción no me detendría; mucho menos ahora. El chico no podía haber desaparecido así como si nada. Si no estaba allí debía estar en algún otro lado, solo que aún no lo habíamos hallado. La otra opción era que había salido de la Isla; y aquello no era bueno, porque la única manera en la que los Recogedores dejaban salir prisioneros voluntariamente era si estos estaban muertos. Pero no, él debía estar por alguna parte.

Recordando la manera en que Astoria se había escapado durante aquella misión en que le había disparado a Liv, comencé a palpar las paredes; la vieja había huido por un túnel secreto, entonces ¿Qué me garantizaba que no hubiera alguno allí? Podrían haber escondido dentro al muchacho para poder escapar tranquilamente sin que alguien se interpusiera, suponiendo en un principio que hubiera podido hacerlo. Por lo general solo encontré piedra fría y húmeda, desigual y con algunas salientes filosas que iban raspando la piel de mi única mano útil, haciendo pequeños rasguños que apenas sentían en comparación con el dolor que sentía en otras partes del cuerpo. Si no me hubiera faltado el aire hubiera gritado de alegría cuando noté una diferencia en el material, un evidente cambio en el grosor de la pared. Intenté abrir aquella puerta pero no lograba descubrir cómo hacerlo. Una débil tos me llegó desde el otro lado del muro: definitivamente había alguien allí, alguien que se estaba asfixiando debido al nivel descendente de oxígeno. Tenía que haber alguna forma de hacerlo desde el exterior, ¿Verdad? No podía abrirse solo desde el interior del túnel, sino ¿Cómo habían hecho para esconder a alguien allí adentro en un primer lugar? Porque lo habían hecho desde el laboratorio, claro. Suria me había dicho que a su papá se lo habían llevado los malos, y había sido después de que me dejaran a mí en la celda; eso significaba que Astoria y Amílcar se habían estado divirtiendo con él cuando el caos había comenzado, era lo más razonable. Ahora, ¿Cómo abrir la maldita puerta para poder salir de allí de una buena vez? Nuevamente oí la tos.

- ¿Estás bien?- Grité. Que pregunta estúpida de hacer en un momento como aquel, pero al menos me permitió darme cuenta de que tal vez él pudiera ayudar desde dentro.- Escúchame, estoy aquí para salvarte, ¿Puedes abrir la puerta?

Durante unos segundos no oí nada más, y me preocupé. ¿Y si se había desmayado? Claro, pero yo estaba allí para salvarlo… que frase más pretenciosa. Yo no estaba para salvar a nadie, si apenas podía salvarme a mí misma, ¿Cómo pretendía salvar a alguien que estaba encerrado tras una puerta que ni siquiera podía abrir? Realmente no pensaba con detenimiento las cosas antes de hacerlas (o decirlas), era demasiado impulsiva y eso me traería problemas si es que no me los estaba trayendo ya. ¿Acaso no estaba desvariando? Había un chico atrapado, el aire era cada vez más irrespirable y había un caos total tan solo a un pasillo de distancia con un incendio que se descontrolaba, pero yo pensaba en mi personalidad. Algo no estaba bien conmigo. ¿Sería un efecto secundario de la sustancia que me habían inyectado los gemelos malvados? O tal vez se debía a que se me habían quemado demasiadas neuronas cuando me habían electrocutado. Debía haber alguna explicación que tuviera sentido. Como si en realidad importara. Y de repente oí un pequeño clic, casi insignificante en la inmensidad y la puerta se abrió. Él lo había hecho; mientras yo estaba divagando en mi propia mente él había conseguido abrir la puerta. Lo ayudé a correr del medio el pesado material para que pudiera salir de una vez por todas de aquel túnel espeluznante; en el momento en que el camino estuvo completamente despejado, se tambaleó peligrosamente, cayendo hacia mí. Por suerte llegué a sujetarlo antes de que golpeara el piso, porque si no, no creía haber podido levantarlo.  Era evidente que estaba muy débil, casi al borde de la inconsciencia; pero aun así se mantenía despierto, intentando permanecer de pie por su cuenta a pesar de que sentía todo su cuerpo temblar junto al mío por el esfuerzo que le significaba no desplomarse simplemente. Pasé su brazo sobre mi hombro izquierdo, aquel que no me dolía tanto, para ayudarlo a sostener su propio peso, y comenzamos a regresar con pasos erráticos y vacilantes. Avanzábamos muy lento, pero no pretendía mucho más en el estado en que ambos estábamos. Sentía el latido de su corazón, fuerte y agitado debido al esfuerzo; su respiración superficial y jadeante entre el trabajo excesivo que estaba realizando y el humo que invadía sus vías respiratorias. Esto me preocupaba más que nada, ya que él había estado expuesto a la falta de oxígeno durante más tiempo que yo, y podría desmayarse en cualquier momento. Y si él caía no podría sacarlo de allí. Tenía que mantenerse consciente al menos hasta que estuviéramos al aire libre.

Sobrevivir sin ti [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora