siete

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Nahoya no era alguien coqueto. A decir verdad, nunca había conocido a una persona capaz de llamarle la atención; para él, los únicos que lo lograban era su hermano y la Toman... y quizás el perrito de la tienda de mascotas al que siempre iba a cuidar cuando tienen tiempo de sobra.

Sí, solo ellos.

Pero luego llegó esa pelinegra a detener la guerra que se desataba, profesandose hermana mayor de uno de los miembros fundadores de la pandilla y peleando con el presidente de la misma. Y entonces, sintió interés.

No lo malinterpreten; no buscaba coquetear o algo por el estilo, simplemente llamó su atención. Siendo así que la necesidad de volverla a ver había aparecido en su sistema, y se encontró a él mismo preguntándole a Takemichi, de la forma más disimulada posible, sobre la "Kazutora mayor".

ㅡ¿Por qué preguntas? ㅡhabló exaltado el rubio, viéndolo como quien acaba de ser atrapado con las manos en la masa.

ㅡEsa psicópata olvidó su celular ㅡlo levantó con sus dedos, relajadoㅡ. Y lleva un buen rato sonando.

Se encogió de hombros, como si no le importara la dueña, aunque la realidad era otra. El rubio sólo suspiró, volviendo a relajarse mientras le comentaba lo que había visto antes de ser arrastrado por Chifuyu.

ㅡ¿Mitsuya?

ㅡSe veía bastante molesto ㅡagregó Matsuno, uniéndose a la conversación en lo que esperaba que los demás llegaran.

El mayor de los gemelos sólo atinó a asentir, volviendo a guardar el móvil ajeno en su bolsillo y acercándose a su hermano para asegurarse que no tuviera ninguna herida.

Al cabo de un rato, el recinto se llenó de uniformes negros. Smiley examinó desde su lugar, sin rastros del de cabello lila o la pelinegra, al mismo tiempo que el celular volvía a sonar, ya colmando su paciencia. Iba a tirarlo, pero entonces una voz se hizo presente.

ㅡ¡Alto ahí, sonrisas! ㅡsu voz sonaba igual de firme que hace un rato, pero ahora había algo extraño, algo que parecía querer pasar desapercibido por todos. Se giró, encontrándose con unos ojos semejantes a la arena mirándolo molesta.

No mentiría, la maldita era condenadamente bonita; su cabello negro, que le llegaba un poco más abajo de los hombros y que lucía sedoso a pesar de lo despeinado que estaba debido al viento, lo invitaba a acariciarlo. Sus grandes ojos dorados mirándolo con reproche, siendo acompañadas por unas largas pestañas oscuras.

Y esa perforación en el labio inferior, ¡dios santísimo! Ella era, realmente, la reencarnación de Lilith; tan bonita, tan pura y, al mismo tiempo, tan venenosa. Capaz de matarte en un movimiento erróneo, sin compasión, y con una sonrisa que hacía que la suya propia flaquera.

Oh, sí. Ella no lo sabía aún, pero sería su novia. Ya lo tenía decidido.

ㅡ¿Smiley? ㅡla voz del sub-capitan de la cuarta división lo devolvió a la realidad, y entonces notó a la pelinegra frente a él con sus brazos cruzados, esperando algo.

ㅡ¿Qué sucede, satán? ㅡpreguntó divertido, a lo que la chica apretó los dientes.

ㅡ¡No me digas satán, algodón de azúcar!

ㅡ¿No crees que es demasiado pronto para los apodos de pareja? No me quejo, sin embargo ㅡsu sonrisa se ensanchó más, si es que aquello era imposible, al ver la vena en su frente a punto de estallar.

ㅡ¡¿Quieres morir?!

ㅡ¡Suficiente! ㅡMitsuya, como siempre, fue la voz de la razón y el partidario de las palabras. Los vio a ambos con una expresión de regaño, y luego dirigió su mirada hacia el comandante de la Tomanㅡ. Mikey.

El mencionado se acercó a los tres junto al del dragón tatuado, y Samui en verdad hizo su mayor intento por no reírse al recordar el por qué aquel tatuaje le parecía conocido.

ㅡ¿Cuál es tu nombre? ㅡhabló directo, con un tono de voz que no le gustó.

ㅡ¿Por qué debería...? ㅡla seria mirada de Mitsuya le taladro la nuca, y no tuvo más opción que rendirse, de lo contrario, el mayor no le dejaría ir a visitar a sus hermanasㅡ. Dime Samui.

Lindo nombre fue lo que pensó el pelinaranja, mas optó por no decirlo en voz alta, ya más tarde tendría tiempo de hacerlo.

ㅡDime, Samui ㅡse acercó a su rosto peligrosamenteㅡ. ¿De verdad Kazutora es tu hermano? Él nunca nos contó sobre una hermana mayor.

ㅡEscucha, Tarzán de maceta ㅡse aclaró la garganta, alejándose de élㅡ. Mis dramas familiares son privados. No tenía planeado arruinar su pelea clandestina, y pido disculpas por eso ㅡse cruzó los brazosㅡ. Y solo estoy aquí para recuperar mi móvil y, si no es mucha molestia, saber quién rayos se llevó a Kazutora y en dónde se encuentra para ir a buscarlo y hablar con él.

El lugar quedó en completo silencio, muchos sorprendidos por el atrevimiento de la recién llegada al dirigirse de esa manera al fundador y presidente de la Toman, y otros –más específicamente, el algodón de azúcar sonriente– divertidos.

ㅡTranquila, mafiosa ㅡse burló, pasando un brazo por los hombros ajenos con total confianzaㅡ. No sé dónde estará tu hermanito, pero si quieres de vuelta tu celular te aconsejo calmarte.

La chica olvidó por un segundo la existencia del rubio y se giró para enfrentarlo, sin embargo no calculó la distancia –ni la velocidad–, y terminó propinandole un cabezaso que los hizo quejar a ambos.

ㅡLo siento ㅡmurmuró, más para ella que para el pobre muchacho en el piso sobando su frenteㅡ. Como sea, devuélvemelo. Debo hacer una llamada ㅡestiró su mano, esperando.

ㅡCreo que estás olvidando en el territorio de quién estás ㅡhabló amenazante el de trenza, acercándosele con una asesina expresiónㅡ. La Toman no se mete con mujeres, pero tenemos un límite.

ㅡAy, sí tú ㅡse burló, jalando a "sonrisas" de la mano para levantarlo del sueloㅡ. Qué caballerosos, la verdad, estoy anonadada ante tal actitud ㅡrodó los ojos, soltando las calidas manos del de rulosㅡ. Mira, todo esto se fue de las manos. Me iré, pero no sin Kazutora ㅡvolvió su vista a su derechaㅡ. Y tú, devuélveme el teléfono si no quieres morir.

ㅡEres de la Yakuza, eso dijiste ㅡhabló Manjiro, ignorando las palabras de la chicaㅡ. Mencionaste a Toi Inagawa... ¿tú lo mataste? Vaya, al parecer el gen asesino es real después de todo.

La pelinegra sintió sus piernas temblar, pero no se iba a dejar humillar de nueva manera, no frente aquel niño egocéntrico.

ㅡYo no lo maté ㅡcomenzóㅡ. Papá confió en la gente equivocada, y así fue cómo acabó. No asumas cosas de mí sin conocerme, ¿quieres?

Ambos comenzaron una guerra de miradas, piedra contra arena. No obstante, aquello no duró ni dos segundos cuando el rubio reemplazó su seria expresión por una cálida sonrisa que la hizo descolocarse, no entendiendo qué sucedía.

ㅡ¡Me agradas! ¿Quieres ser mi amiga?

Angel | Nahoya Kawata |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora