七十八

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El sonido de las olas del mar, los cálidos rayos del sol, la sombra de las palmeras y el soplo fresco de la brisa salina era todo lo que necesitaba.

Aquel lugar recóndito, lejos del todo, de todos.

Paz y tranquilidad.

//Interrumpimos la ...// la distorsión no fue lo que le preocupó, ni el hecho de que su canción favorita fuera interrumpida, sino el estruendo, los gritos y como todo era un caos sin necesidad de verlo.

Retiró las gafas de sol y miro a este.

Aquellos ojos chocolate cambiaron vista a unos carmín y rosados al final.

Poniéndose en pie y apagar la radio, fue hasta la choza donde pasaba las noches, no había mucho dentro pero por lo que iba reposaba en la mesa plegable.

Un libro grueso de cuero, su contenido no era mucho para lo grueso que era, no tenía más que dos hojas sin nada escrito en ellas, ni una ilustración.

Pasó la mano sobre aquellas dos páginas y dejarla poco después sobre ellas, la voz era suave, muy suave y poco audible.

Las palabras que, de un dialecto perdido, siendo ella la única y última en conocerlo, musitaba y, al tiempo de sus labios, una ligera cascada salía de ella, como si agua de río corriera, cambiando de tonalidades, siendo brillante y, ser también símbolos en tonos más fuertes.

El libro cual recipiente recibía como si no tuviera un fondo, hasta que brillo y como lago, reflejo el rostro de la chica parando esta de musitar.

Su mano sentía las leves oleadas de aquella agua sobre el libro, el cuál cambio a un tono rosado y tornarse púrpura, mostrando poco después imágenes de lo que estaba sucediendo en el mundo.

Sus orbes pasaban de rosa a carmín, la mano libre era empuñada con fuerza y el labio inferior temblaba de rabia.

Luego, sus ojos se ampliaron.

Aquella bestia, le hizo erizar la piel y gruñir. Pero ahí no terminaba todo, tres bestias más, un gobernante que ni siquiera el infierno aceptaría.

El agua se desbordó del libro mojando a su pasó y caer por los bordes de la mesa hasta quedar escasas gotas, gotas que se convirtieron en leves explosiones y finalizaron con un fuerte viento que cerró el libro de nuevo.

Bajo la mirada.

Pasaría.

Estaba sucediendo.

—Yuka –llamó un chico no mucho mayor que ella, de piel morena y orbes chocolate también.

Giró el rostro mojado por las lágrimas resbalando, sus pies y ropas húmedas por el agua y el cuerpo temblando levemente.

Abrió la boca pero no salió sonido alguno.

La historia no cambiaba, no al menos que un alma fuera sacrificada.

Goenji se acercó y abrazo con fuerza, sintiendo como ella se aferró a este y lloraba en silencio.

Sacrificio.

Palabra con mucho peso, uno por el cual la gente no cedería.

Yo contra el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora