capítulo seis.

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Kaede ingresó a su departamento justo detrás de Kiniro, se quitó los zapatos en la entrada y avanzó por el pasillo hasta la sala de estar, donde se encontraba su madre sentada en un sillón.


—Mira la hora que es.

—Vivo sola ahora, mis horarios no deberían importarte —escupió Kaede sin dirigirle la mirada, pasó de largo y llegó a la cocina.

—Hola, Kiniro, me da gusto volverte a ver —Kiseki ignoró el comentario de su hija y se dirigió directamente al perro quien le respondió con un ladrido y luego se acomodó en el sillón junto a ella.

Kaede puso los ojos en blanco mientras buscaba jugo en el refrigerador, cuando lo encontró lo extrajo, luego buscó un vaso en las gavetas y posteriormente se sirvió el líquido.

—¿Dónde estaban?

—Fuimos a dar un paseo.

—Espero que no haya sido en público, hueles horrible.


La chica frenó el trayecto de su vaso justo antes de que tocara sus labios, frunció el ceño con coraje y resistió las ganas de contestarle. Como su madre no dijo nada más, bebió hasta el fondo.


—¿Qué sigues haciendo aquí? —preguntó fastidiada, dejando el vaso en la encimera.

—Los estaba esperando, ahora que llegaron con bien, puedo decirle a Himeko que venga por mí.


La madre de Kaede acariciaba a Kiniro con suavidad, el perro descansaba la cabeza sobre su regazo disfrutando del mimo. Kaede se giró para observarla desde la cocina. Después de una respiración profunda, miró el reloj que colgaba en una pared de la cocina. Once y cuarto.


—Bien, pues, iré a descansar. Vamos Kiniro.

—¿No vas a cenar?

—No tengo hambre.


El perro saltó del sofá en cuanto escuchó su nombre y caminó detrás de su compañera. La madre no dijo nada más, ni siquiera se despidió, en cuanto escuchó una puerta azotarse, supo que la conversación había terminado.

Kaede se arrojó a la cama con toda la intención de dormir hasta el día siguiente, ésta estaba tendida a la perfección y olía a detergente y suavizante. Sus fosas nasales disfrutaron del aroma con los ojos cerrados. Su madre podía ser una persona bastante cruel, pero nadie hacía oler las sábanas así.

Kiniro se subió a la cama y se acomodó a su lado, de modo que su cabeza quedara frente a la de ella.


—¿De verdad huelo tan mal? —cuestionó somnolienta, sin abrir los ojos.

El perro respondió con un gemido. Kaede suspiró cansada, se incorporó y se acercó al mueble más grande para tomar una toalla.

—Sólo porque no quiero que el trabajo de mamá se estropeé.



Del otro lado de la aldea, Kakashi Hatake daba vueltas en la cama como era costumbre. Tenía un libro en sus manos, intentaba leerlo pero justo cuando terminaba un párrafo se distraía y no podía recordar lo que había leído, así que volvía a hacerlo. Intentaba alejar esos pensamientos oscuros que lo atormentaban por la noche pero le era imposible.

golden | Kakashi HatakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora