capítulo treinta y ocho.

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El día era demasiado caluroso. En verano, en Konoha, llovía la mayor parte del tiempo y los días soleados brindaban un calor intenso, pero siempre había grandes campos verdes y árboles enormes que brindaban sombra. Kaede suspiró mientras miraba hacia arriba. Estaba bajo un toldo de lona afuera de una tienda, sudada hasta las ingles, esperando que su amiga saliera del local con una botella de agua helada y algunas otras cosas que necesitaba.

Kiniro emitió un chillido, lo que hizo que volteara hacia abajo, dónde él estaba. La lengua la traía de fuera, dejándole claro que estaba en la misma situación que ella. Giró un poco la cabeza, el letrero en la puerta era claro: no se permiten mascotas. Bufó de nueva cuenta por el desagrado y pensó que en Konoha no pasaban por ese tipo de restricciones, le pareció tonto como después de más de seis meses que un clan que tenía ninkens viviera en esa aldea, las tiendas no les permitieran acceder. Sobre todo porque Teru estaba tardando mucho y ella no sabía si seguiría aguantando.

El tintineo de la campana provocado por la puerta siendo abierta, hizo que Kaede se enderezara y acudiera con rapidez a los brazos llenos de su amiga.



—¡Oye! Espera, que tengo muchas cosas.

Pero Kaede no la escuchó, rebuscó con desesperación la botella de plástico y cuando la encontró, bebió agua como si su vida dependiera de ello. Después, se agachó a la altura de Kiniro y vertió agua en su mano, de la que empezó a beber.

—Tsk, son unos exagerados, ni siquiera hace tanto calor —dijo Teru mientras se acomodaba las bolsas de mandado en los hombros—. Mejor vámonos antes de que se desmayen.

Kaede arrugó el plástico en su puño y vio como Teru volvía al camino. Se acomodó la tela que cubría su cabeza y la siguió a regañadientes.

—Esto es injusto, ¿no lo crees, Kiniro? —susurró—. Ella lleva viviendo aquí toda la vida, claro que no tiene calor.

—¿Qué dices? —cuestionó Teru parando de golpe. Kaede casi chocaba con ella, pero se detuvo a tiempo.

—Que eres una presumida, eso digo —escupió, Teru se echó a reír y Kaede segundos después.

—Tú eres una exagerada —dijo—. En casa tengo algo para ti. Chica, tampoco puedes quejarte del calor si sigues usando ese uniforme horrible.

Kaede miró su chaleco táctico, era igual que el que usaba Konoha tiempo atrás, verde y pomposo. Los shinobis de Suna seguían llevándolo, junto con un pañuelo que cubría su cabeza y parte de su cara para protegerse del sol.

—Es el uniforme oficial.

—¡Es espantoso! Escondes toda tu figura, te acaloras y ni siquiera puedes lucir tu cabello. ¡Pareces un muchacho!

—¡Es para los entrenamientos!

—Idiota, ni siquiera están en servicio.

—Pues se terminó, Ikki dijo...

—Ikki dijo —imitó Teru con una voz más aguda—. Siempre dices que Ikki dijo no sé qué mierda. No lo sé, Kaede, para mí que ese viejo sólo te engañó.

Kaede se cruzó de brazos y formó un puchero con su boca.

—Programó una cita para mí con el Kazekage, estoy segura de que nos devolverá el puesto.

—Si tú lo dices —Teru agitó las manos en el aire, restándole importancia a las palabras de su amiga—. Ya vengan, voy a vestirte bien en lo que llega tu gran día.


Teru volvió a darse la vuelta y siguió su paso, Kaede la alcanzó rápidamente y le quitó una bolsa del hombro para llevarla por ella.

golden | Kakashi HatakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora