capítulo treinta y tres.

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El repique provocado por el pie contra el suelo se mezclaba en la habitación con el tic-tac del reloj y la respiración tranquila de un perro. Kiseki Inuzuka sostenía un vaso de agua y llevaba viéndolo al menos media hora, mientras esperaba una noticia de su hija aparentemente extraviada.

Himeko se levantó del suelo y luego de unos segundos de olfateo, anunció la llegada de Tadashi a la puerta principal. Kiseki se levantó de inmediato de la silla y desde la cocina, atendió al Inuzuka con rapidez, sin permitirle siquiera que tocara la puerta.


—¿La encontraste? —fue lo primero que preguntó apenas cruzó su mirada con la de Tadashi.

El Inuzuka frunció el ceño.

—Vivita y coleando —respondió de mala gana—. Estaba en el campo de entrenamiento seis.

—¿Entrenamiento?

—Así es. Estaba ejercitando, solo resistencia física, pero entrenamiento al fin y al cabo.

—¿Con Kiniro?

—Sí.

Kiseki no disimuló ni un poco la sonrisa socarrona de su cara, Tadashi tampoco dejó de fruncir su ceño.

—Ikki ya habrá hecho su parte, dudo que Kaede quisiera entrenar así nada más, sobre todo si lo tiene prohibido —comentó—. Eso explica porqué estaba en el campo de entrenamiento más alejado.

—No cantes victoria todavía, Kiseki —interrumpió Tadashi.

—¿Qué? No me digas que volviste a fracasar.

Tadashi resopló enojado y se permitió acceder a la casa de Kiseki, con los dos ninken detrás de él.

—Estoy fuera de esto, Kiseki —continuó—, Kaede está con el Hokage.

—¿De qué hablas? Eso es un rumor de la gente sin quehacer.

—Yo también pensaba eso pero Kaede me lo confirmó —escupió intentando mantener la compostura mientras recordaba el fatídico rechazo de su ex amante y la humillación que pasó al ser comparado con otro hombre.

—Te lo habrá dicho para deshacerse de ti.

Eso le dolió a Tadashi y provocó que apretara la mandíbula con fuerza.

—Tranquilízate, grandote, sabías que te iba a costar convencerla, pero lo harás tarde o temprano.

—Creo que no estás entendiendo, yo decido no participar más en este plan ridículo solo para cumplirte un capricho.

Kiseki se puso más firme y cayó en cuenta de que el hombre frente a él no tenía ninguna intención de bromear con ella.

—No puedes hacerme esto, Tadashi, tenemos un trato.

—Un trato en el que, ahora que lo pienso, yo no ganaba nada.

—¡Ganabas a Kaede!

—¿Y qué te hace pensar que es lo quiero? —aseveró—. Porque yo no quiero casarme, nunca he querido hacer eso y Kaede lo sabe muy bien porque no se creyó ni por un segundo mi propuesta.

—¡Pudiste esforzarte más!

—¿No estás escuchándome? ¡No quiero casarme! Me rehúso a pasar el resto de mi vida con una mujer con la que nunca he sentido algo parecido al amor de ese tipo.

Kiseki soltó una carcajada estrepitosa.

—Por favor, deja de decir estupideces —dijo entre risas—. ¿A ti desde cuándo te ha importado eso?

golden | Kakashi HatakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora