Capítulo Veintisiete.

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Matías.

—Esto es un asco. Y no me voy a disculpar por decirlo.— exclamé tirando los papeles con brusquedad al centro de la mesa.

Todos en la sala de conferencias guardaron silencio mientras yo hablaba, nadie quería meterse conmigo a esas horas y menos cuando me encontraba tan molesto. Mi único interés era que lo notaran, no me importaba si no les agradaba mi comportamiento o les hacía sentir mal con el, pues a mi no me gustaba su ineptitud en el trabajo y aún así seguía viéndole las caras ahí.

Mi mirada recayó en la mujer frente a mi, quien con solo mirarla provocaba que mi enojo creciera. ¿Acaso creía que era un estúpido y que no me daría cuenta de todo lo que su equipo estaba haciendo?

—Tienes una última oportunidad para explicarme todo, sino tomarás tus cosas y te irás de aquí. Ya estoy harto de tu incompetencia en mí empresa.

—Yo...— comenzó a hablar justo cuando mi teléfono móvil vibró descontroladamente dentro del bolsillo de mi chaqueta, lo ignoré. Ella aprovechó para aclararse la garganta.— El señor Guillermo se hacía cargo de estos temas personalmente, y aunque tengo conocimiento sobre ello no puedo hacerlo tan parecido y a su altura.

El móvil volvió a vibrar, sumándole a mi enojo algunas onzas de más. ¿Qué querían?

—Hasta tus explicaciones son insuficientes. Dime algo: ¿se te paga para que le dejes el trabajo a Guillermo o...? Maldición...— dije sacando el aparato para apagarlo y luego continuar con la llamada, sin llegar a ver en ningún momento al remitente.— Como decía. No me importa quién se hacia cargo antes de esto, el deber de ustedes es cumplir con su trabajo con o sin él, y dado que no lo harán nunca yo tomaré cartas en el asunto. Pero se los advierto: algo como esto vuelve a suceder y me veré en la obligación de despedirlos a todos.

Me levanté de la silla y salí de la sala. La reunión no había terminado, pero sentía que si seguía más tiempo dentro de las mismas paredes que todos ellos terminaría por lanzar a cada uno por la ventana.

Debía calmar mi ira, la cual no me llevaría por un buen camino si le hacia caso.

Me tomó por sorpresa cuando al llegar hasta mi oficina Ruth no se encontraba allí. Volteé a Iris, la nueva secretaria, y le señalé el lugar vacío.

—¿Dónde está?

—Oh, Ruth tuvo que salir de urgencias, ¿no le marcó? Dijo que lo haría.

Oh.

—¿Por qué razón?— pregunté sacando el móvil de mi bolsillo para encenderlo.

Mis antenas se activaron.

—No lo sé, se fue justo después de recibir una llamada y solo dijo que le marcaría para comunicárselo.

Las claras llamadas de Ruth se mostraban en la pantalla táctil del móvil. Quise darme un golpe en la cabeza por no haber prestado atención antes cuando me llamó. Sabía muy bien cuál era la razón por la que salió, ella no solía dejar su puesto a menos que fuera algo de urgencia.

Con el tiempo que llevaba trabajando lo demostró. Incluso cuando dejó de lado el lugar por sus estudios antes de graduarse fue responsable y al poco tiempo volvió. Me sorprendí cuando la vi esperando por mi a temprana hora de la mañana en el estacionamiento con la excusa de que lo había pensado mejor y deseaba volver a la empresa.

Le molesté como de costumbre y ella amenazó con arrancar mi cabeza si seguía molestándole. Desde entonces no ha vuelto a dejar su lugar, excepto cuando su padre o hermano le necesitaban.

Entré a mi oficina marcando su móvil. No contestó. Me acerqué hasta el ventanal y volví a marcarle, esta vez teniendo una respuesta de su parte.

Un Regalo De Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora