Capítulo Dieciocho.

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Ruth.

Me miré en el espejo por centésima vez buscando la mínima pelusa en el blazer que llevaba puesto, la cual seguía viéndose impecable como debía ser.

Empezaba a creer que mi comportamiento extraño de hoy era a causa de la horrible manera en la que me comporté con Matías dos días atrás, lo que me llevaba a admitir en voz alta que me encontraba nerviosa. Muy nerviosa para mi gusto.

¿En qué momento pasó?

Me conocía bien, o al menos eso creía, y según mi propia historia de vida muy pocas veces me llegaba a sentir realmente nerviosa. Por ejemplo: cuando realicé mi primera sustentación en la universidad; ese día estuve tan nerviosa que tuve que caminar de un lado a otro en el aula para lograr calmarme.

El resto de veces solo sentía un ligero cosquilleo en mis manos que desaparecía en cuanto la confianza volviera a su estado normal. Sin embargo, esa mañana creía que no lograría estabilizarla nunca.

Tomé mi bolso, llaves y demás como solía hacer antes de salir a tomar el ascensor. Presioné el botón que me dejaría en la planta baja del edificio, mientras tanto me preguntaba si él estaría ya ahí como era costumbre antes de que sucediera lo de mi padre.

Me equivoqué al creer que estaría ahí esperando por mi en el vestíbulo.

Estuve por veinte minutos más esperando antes de marcharme al fin a la estación más próxima. Mi recorrido se basaría en: veinte minutos caminando, diez en el metro y otros veinte en metro-bus el cual debería esperar varios minutos más si quería ahorrarme dos dólares diariamente.

El sistema de transporte panameño era un desastre total, muchas veces los autobuses abundaban mientras que otras desaparecían del mapa. Además de que la gran mayoría solían ir hasta su máxima capacidad y más de personas.

Al salir del condominio noté como el cielo se encontraba ligeramente oscuro por las nubes, iba retrasada por lo que opté por no regresar a conseguir un paraguas. Más adelante lamenté el no haberlo hecho cuando el torrencial de agua empezó a caer. Corrí hasta lograr conseguir un lugar donde refugiarme, sin embargo ya me encontraba lo suficientemente mojada.

La lluvia seguía sin detenerse, y mis ganas de regresar a mi casa crecían a cada minuto al igual que la lluvia. Sin embargo por alguna extraña razón me vi corriendo bajo la lluvia a por un taxi, si debía gastar todo el dinero que traía conmigo por intentar llegar temprano entonces lo haría.

Cuarenta y cinco minutos después me encontraba bajando del taxi a toda velocidad, no porque estuviese lloviendo sino porque me hacían falta diez cinco dólares para completar el dinero del taxi. Todo lo poco que traía se había ido ahí.

Entré al edificio mojando todo a mi paso mientras corría hasta el ascensor más cercano. Algunas personas que ya se encontraba a esa hora como era de esperarse me observaban con extrañeza y algo más. En cuanto las puertas del aparato metálico se abrieron  salí dispirada hasta la oficina de Matías.

Mi orgullo sería lanzado por los ventanales en menos de un segundo, y aun así no me importaría.

Entré sin siquiera tocar a su oficina llevándome la agradable sorpresa de que él no se encontraba ahí, algo extraño si teníamos en cuenta lo puntual y responsable que era. Regresé sobre mis pasos encontrando a mi compañera viéndome fijamente y a la persona a su lado.

Sonreí inocentemente y di un breve saludo antes de salir disparada hacía el tocador a intentar arreglar el desastre que era. Me quité el blazer que traía para dejarlo escurrir un poco sobre mi asiento, luego intenté peinar mi cabello y por último arreglé el listón que adornaba la camisa de mangas largas blanca que lucía.

Un Regalo De Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora