Capítulo Veinticuatro.

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Ruth.

Dejé ir todo el aire que estuve reteniendo en mis pulmones mientras veía el cielo azulado sentada en uno de los bancos ubicados en el campus de la facultad de Amanda. Llevaba algún tiempo ahí esperando a que terminara su última clase para poder irnos a ver los detalles que hacían falta para su boda.

El tiempo había transcurrido demasiado rápido para mi propio gusto, el último semestre había iniciado y con ello me vi obligada a ponerle pausa a mi pasantía, no me sentía mentalmente preparada para dar clases y mantener un empleo como debiar ser.

Matías había sido demasiado amable conmigo al darme el pase libre para que diera pausa y volviera cuando me sintiera con la fuerza suficiente para hacerlo. Tenía demasiada libertad para mi propio gusto dentro de esa empresa, tanto que los empleados ya empezaban a murmurar sobre ello, y lo que menos quería era crear rumores falsos que recorrieran los pasillos de ese edificio. Suficiente había tenido con el sentimiento que estaba reteniendo a toda costa como para soportar las habladurías de la gente. No tenía tiempo ni ganas de desperdiciar mis pensamientos en temas donde Matías se encontrara involucrado, al menos no cuando en lo único que debía pensar era en sacar a mi familia adelante.

Mi deber era velar por mi padre y hermano, no permitir que alguien pintara pájaros en mi cielo.

Sí, era consciente de la brecha que yo creé entre nosotros y que de cierta forma hacía falta su presencia en mi vida, aunque no quisiese admitirlo en voz alta. No, no debía hacerlo, eso significaría aceptar lo que estaba ocultando, sin embargo la palabra de Dios me había enseñado que todo lo oculto salía a la luz; y en algún momento saldría a relucir mis verdaderos sentimientos para con él. Posiblemente cuando ya fuese demasiado tarde.

-¿Ruth?

Volteé rápidamente cuando la voz conocida de Juan interrumpió. Me lo quedo viendo un momento queriendo darle a entender que efectivamente era Ruth, si no ¿quién más podría ser?

Aclaró su garganta antes de volver a hablar: -¿Estás esperando a Amanda?- asentí, acomodó las correas de su bolsa y señaló el puesto vacío a mi costado con su mano libre-. ¿Puedo? También debo esperarla.

Mi curiosidad picó, por lo que acepté amablemente que se sentara a mi lado. Estuvimos sin mediar palabra por algunos cuantos segundos más hasta cuando no pude soportar la curiosidad por saber por qué también debía esperar por ella.

-¿Por qué...?

-Ya decía yo que estabas tardando mucho. David y yo somos buenos amigos, así que seré parte de la corte en su boda.

-Oh, no tenía ni idea que eran conocidos.

-Somos vecinos, para ser mas específico, así que prácticamente crecimos juntos.

Realmente no sabía que David tenía más amistades fuera del círculo que yo conocía, bueno, tampoco era como si conociera a muchos de ellos o a sus vecinos o compañeros de clases. Bien, realmente mi conocimiento sobre sus amigos era casi nulo a comparación con el de su novia.

-Interesante.

-¡Chicos! ¿Los hice esperar mucho?- Amanda apareció frente a nosotros.

-Sí, lo suficiente como para morir de hambre y es mejor que te hagas cargo de ello o seré la primera en oponerme en tu boda.

-No seas dramática.

-No estoy siendo dramática.

-Claro que sí.

-¿Qué les parece si las invito a comer?- intervino Juan.

Ambas le miramos sorprendidas recordando su presencia. Para nosotras no era normal que un chico desconocido nos invitara a comer y ese tipo de cosas, siendo que desde niñas se nos inculcó que no era bien visto el estar con un varón a solas y menos si era alguien ageno a nuestro núcleo personal.

Un Regalo De Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora