Capítulo Veinte.

1K 153 44
                                    

Matías.

—No. Y es mi última palabra.

Desvío la mirada nuevamente al computador frente a mi, el gran y espectacular trabajo contable que se mostraba en la pantalla terminó por fastidiarme más de lo que ya me encontraba. Luego de lidiar con la fastidiosa mujer frente a mi tomaría cartas en el asunto sobre lo que mis ojos estaban viendo.

¿Cómo era posible que entregaran algo tan espantoso cuando se suponía que tenían demasiados años de experiencia laborando? Y, ¿por qué los ceros en las cuentas bancarias de la empresa comenzaban a faltar?

—Matías, hazme caso solo por esta vez...

Llevé ambas manos a mi rostro para frotarlo. Me sentía exhausto, estresado y malhumorado, lo último más de lo que solía estar cuando me entregaban los reportes financieros cada lunes. La razón para estar así tenía nombre, apellido y un bonito cabello que anhelaba por llegar a tocar algún día. Solté todo el aire que estaba conteniendo antes de cubrir mi boca con una mano y con la otra controlar el mousse. Y por último, volví a dirigirle la mirada a mi hermana quien se encontraba viendo con los brazos cruzados a la altura de su pecho.

Me le quedo viendo por algunos segundos antes de acomodarme en mi muy cómoda y elegante silla ejecutiva de un material carísimo que seguramente hubiese servido para pagar el sueldo de un empleado. Suspiré y crucé los brazos del mismo modo en que los tenía Clara.

—Dime una razón para hacerte caso. Y mejor que sea una muy buena porque no estoy de humor para tus tonterías.

—Es nuestro padre. Esa es una razón suficiente para que asistas.

—No iré. Y no lo repetiré de nuevo: ese tipo no fue, no es y jamás será mi padre.— le sostuve la mirada sintiéndome enojado y a punto de estallar. Pude ver como sus ojos se volvieron brillosos por mis palabras, y mostrando que me importaba poco volví a hablar: —Realmente no estoy de humor para esto, por lo que te pido que me dejes solo, tengo mucho trabajo que hacer.

Le señalé la puerta antes de volver a centrarme en la información poco convincente que tenía frente a mi. Estuvo de pie por unos minutos antes de darse media vuelta y salir de mi oficina. Mentiría si dijera que no me dolía hablarle de esa manera a mi hermana, pero si esa era la única forma de hacerle entender las cosas lo seguiría haciendo cuanto fuese necesario.

Clara y el resto de personas debían comprender de una vez por todas que no me interesaba ni un poco mantener una relación padre-hijo con alguien que nunca lo fue, que nunca estuvo y solo regresó por alguna extraña razón que seguía siendo desconocida para mi.

El que ese señor haya vuelto solo significaba una cosa: problemas.

No supe en qué momento el tiempo pasó demasiado rápido cuando al darme cuenta ya el cielo se encontraba oscuro. Miré el reloj para verificar la hora y solté un bufido al notar que la hora de salida de los empleados ya había pasado.

Llevaba una semana ignorando a la dulce bestia a propósito, quería mostrarle que tomaría en serio cada una de sus palabras y que cumpliría la promesa de mantenerme alejado de su familia aunque eso doliera más que golpearse el dedo pequeño del pies. Seguiría estando desde las sombras sin embargo.

Ruth me gustaba, eso era muy claro. Me gustaba verla enojarse, cuando frunce su ceño al no estar de acuerdo con algo, como cierra sus ojos para lograr calmarse, cuando juega con su cabello al estar aburrida o agotada de tanto trabajo. Me gusta cuando me observa sin estar enojada, como sus ojos brillan cuando le mencionan algo que le fascina o cuando se cristalizan cuando algo le hace sentir mal. Me gusta, y eso era lo que no me permitía alejarme por completo de ella y su familia.

Un Regalo De Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora