Ruth.
Miraba el cielo nocturno despejado de nubes. La luna se encontraba esplendorosa mostrando lo majestuosa que Dios la había creado y las estrellas mostraban su grandeza en ellas. Era tan magnífico ver lo hermosas que eran y el poder de Dios que se reflejaba en ellas.
De pequeña, siempre me preguntaba cómo había hecho Dios para crear todo, qué lo impulsó a crear algo tan hermoso e impresionante como lo era el universo y los seres humanos en sí. Un día, mi madre, me dijo que él hizo todo eso con el propósito de que nosotros conociéramos su inigualable poder y el inmenso amor que se reflejaba en cada ser viviente o planta que había creado. También me decía que cuando fuera grande lo comprendería mejor, pero han pasado los años y aún sigo sin comprender cómo logró hacerlo todo.
En un momento llegué a la conclusión de que su poder era inigualable y jamás lograría comprender las cosas ni el propósito con que hizo todo, solo me enfocaría en lograr alcanzar mi corona cuando él viniera a buscar a su pueblo.
Ese era mi anhelo: un día verlo cara a cara y heredar la Corona que él tanto había prometido. Buscaría mi promesa, por el resto de días que quedaban hasta que Jesucristo viniera por mí.
Observé el cielo nuevamente, deleitándome con lo hermoso y despejado que se encontraba esa noche, pensando en mi diario vivir y en la manera extraña en la que estaba actuando mi hermano con su nuevo "mejor amigo". Algo en lo que no estaba de acuerdo, claro está.
—El cielo debería ponerte una orden de restricción por acoso.
Pegué un brinco en el columpio por el pequeño susto que el desconocido me había dado, aunque su voz rasposa la recordaba muy bien.
Miré en dirección de donde venía su voz y me sorprendió la manera amenazante en la que estaba de pie a unos pasos lejos de mí. Vestía una remera negra, camiseta, pantalones y zapatos del mismo color. Su aspecto de chico malo me interesó de inmediato.
¿Quién era realmente él?
Alejé cualquier curiosidad que quisiera apoderarse de mí y miré nuevamente al sujeto que mi hermano identificaba como su mejor amigo, esperando de que hiciera algún comentario más.
—Yo debería ponerte una orden de restricción, pero para que te mantengas alejado de Ramsés.
Lo vi esbozar una media sonrisa, que me pareció macabra, pero que combinaba perfectamente con su extraña manera de observarme.
Y sentí miedo.
—Creo que la pequeña bestia es lo suficientemente grande para elegir por sí mismo con quien hablar, ¿no lo crees?
Lo medité por unos minutos, descubriendo que, a pesar de que mi hermano era tímido, tiene una madurez inigualable y que ya no era un niño de cinco años a quien debería estar cuidando todo el tiempo, tenía un poco de razón. Mi hermano pronto cumpliría doce años y yo todavía lo seguía tratando como al pequeño hermanito que debía cuidar en la escuela.
Debía aceptar que mi hermano estaba creciendo, que ya estaba entrando en la adolescencia y que en cuestión de nada ya sería un hombre maduro y con familia.
—Lo es, pero eso no quiere decir que deba dejar de preocuparme por su bienestar y de con quién se relaciona. Mi deber es protegerlo siempre.
Me observó detenidamente, y no pude dejar pasar la sensación extraña que recorrió todo mi cuerpo, no sabía si era temor por estar mucho tiempo bajo su atenta mirada o algo más que no quería aceptar.
Estaba mal. Conversar con él estaba mal.
Iba a ponerme de pie cuando dio un paso más cerca de mi, lo miré detenidamente y debía aceptar que aquel sujeto era realmente guapísimo como mis vecinas habían dicho. Pero eso no debía importarme, aún no era mi tiempo.
¿O sí?
¡Oh, santo cielo! Debo dejar de tener ese tipo de pensamientos.
—No eres muy diferente a tu hermano.
Me sentí pequeña bajo su atenta mirada. ¿Desde cuándo un hombre me hacia sentir así?
—¿Eso qué significa?
—Nada. Olvídalo.
Oh, claro que no olvidaría eso. Ramsés y yo éramos hermanos, claro está, pero no teníamos mucho parecido a lo que en carácter respecta. La gran mayoría de el tiempo él era un chico tímido, pero que aún así le encantaba hacer nuevos amigos, sonreír y divertirse sanamente. Mientras que yo, yo era la típica chica que prefería mantenerse al margen del mundo exterior, no me agradaba mucho la idea de hacer amigos, así que siempre intentaba mantenerme alejada de las personas que no me agradaban.
Éramos diferentes.
¿Acaso no podía ver que yo no quería tenerlo cerca?
Me levanté del columpio, cansada del silencio incómodo que se había formado entre ambos, y dándole una última mirada emprendí mi camino. Pero no logré dar más de veinte pasos cuando escuché nuevamente su voz.
—No me alejaré de Ramsés— me volteé para poder verlo mejor. Tenía ambas manos metidas en los bolsillos de su pantalón, con una postura diferente a la que me había mostrado en un inicio. —Al menos no mientras que él así lo decida. Así que olvídate de que dejaré de hablarle al niño porque no soportas tenerme cerca.
Sentía la ira apoderándose de mi cuerpo, pero no podía permitir eso, debía mantenerme a la raya de todo. Debía mostrarle que no podía sacarme de quicio tan fácilmente.
Él caminó hasta mí, y deteniéndose me miró a los ojos. El farolillo alumbraba justo sobre nosotros, así que pude observar sus ojos café y todo su rostro, también pude notar como sus pupilas comenzaba a dilatarse. Se agachó un poco hasta quedar a mi altura y a pocos centímetros de mi rostro.
Mi espacio personal estaba siendo invadido por él. Mi oxígeno estaba siendo arrebatado por él. Mi corazón estaba latiendo descontroladamente por él. Por su cercanía. Todo por él.
—No me pidas que me aleje de la pequeña bestia, porque no lo haré. Y si tienes miedo de que le haga daño, pues también olvídate de eso. Yo no daño a quien me importa.
Vi claramente cuando sus ojos se posaron por un segundo en mis labios, como tragó fuertemente y se alejó apresuradamente de mí.
Mi cuerpo quedó estático, sin querer moverse. No entendía qué había sido todo aquello ni comprendía lo que sucedió. Se suponía que yo escaparía primero, pero no fue así.
¿En qué momento permití que se acercara tanto a mí?
Reaccioné minutos después y observando el cielo por última vez en la noche, me dirigí hasta el departamento donde vivía. Decidí subir las escaleras hasta al menos unos cinco pisos, para intentar meditar un poco más en lo que había sucedido con el extraño nuevo amigo de mi hermano.
Debía descubrir qué intenciones tenía con mi hermano, quién era él y qué papel pensaba jugar en mi vida.
Porque sí, aquello que sentí solo era una pequeña señal de que ese hombre iba a permanecer más tiempo del que quería en mi vida. Solo le pedía a Dios de que eliminara toda tentación que me hiciera alejarme de él, y que no me permitiera cometer alguna locura.
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Un Regalo De Dios.
RomanceRuth y Matías viven en el mismo condominio, comparten el mismo número de piso y de apartamento, la única diferencia es que ella vive en la primera torre y él en la segunda. Ramsés es el hermano menor de Ruth, quien suele ser tan despistado la mayor...