Capítulo Veintinueve.

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Ruth.

El área de recreación del condominio estaba casi solitaria, excepto por algunos chicos que conversaban en una de las esquinas de la alberca mientras que Matías y yo nos encontrábamos de pie cerca del balcón, en donde se podía tener una buena vista del área cercana pero sin llegar a ser tan impresionante como desde la ventana de mi habitación.

La ventisca fría logró calar cada hueso debajo de mi piel, provocando que me abrazara a mí misma en busca de un poco de calor corporal. La noche, a pesar de verse fresca, seguía manteniendo ese toque frío característico de la ciudad a esta hora, posiblemente ya eran pasada la media noche.

Nos mantuvimos en silencio por varios minutos, admirando la vista que nos ofrecía la ciudad. El cielo nocturno hacia su parte, mostrando con majestuosidad la luna llena que era acompañaba por infinidades de estrellas. Era maravilloso pensar que todo aquello que mis ojos admiraban era creación de Dios, y estaba agradecida de tener la oportunidad de hacerlo.

Sentía su mirada sobre mi, así mismo como yo le miraba por momentos. Bajo la tenue luz del farol daba ese aspecto misterioso que siempre le caracterizaba, y su vestimenta le aportaba su toque: un traje a la medida de color gris, bajo este tenía una camisa celeste y una corbata negra.

A su lado me sentía pequeña y gigante a la vez, vulnerable pero protegida. No podría decir si era una sensación por lo que provocaba en mi o porque realmente así lo fuera, era una novata en cuanto tener sentimientos hacia un hombre se trataba, y estaba asustada.

Todo lo que sentía me asustaba grandemente.

La risa de los chicos, el bullicio de los autos y el tintineo del viento era lo único que se dejaba oír entre nosotros. Ambos estábamos sumergidos en nuestros propios pensamientos que no era incómodo el estar uno al lado del otro, al menos lo era de esa manera para mi. Desde meses atrás comencé a sentirme cómoda estando a su alrededor aunque la mayoría del tiempo solo me hiciera enojar.

Así era estar a su lado: un cincuenta y cincuenta; cincuenta por ciento sonrisas, y cincuenta por ciento de ganas de arrancar su cabeza. Matías era toda una caja de pandora, nunca se sabe cual es su siguiente paso, justo como ahora.

—Espero que no te enojes con tu padre, solo lo hace porque cree que es lo mejor para ti.— mi atención recae en él, estoy sorprendida y curiosa, pero sin darme tiempo de decir algo vuelve a hablar— Tampoco quiero que lo odies o que te enojes y me odies por haber siquiera pensado en aceptar.

—¿De qué estás hablando?— pregunté, presa de una extraña sensación que se adueñaba de mi cuerpo.

Matías volteó a verme y se acercó un poco a mi, quedando a una distancia bastante prudente como para decir que estaba invadiendo mi espacio personal. El solo hecho de tenerlo tan cerca provocaba que mi corazón iniciara una loca cabalgata dentro de su cavidad torácica.

—Sigo creyendo que es una locura, todo su plan es una locura y que lo escuches de mi y no de él también lo es.

—Comienzo a asustarme, ¿qué está sucediendo?

Matías se mantuvo en silencio por algunos minutos que me parecieron eternos y en los que la curiosidad comenzaba a asfixiarme.

—¿Matías?

Respiró profundo y desvió la mirada antes de pronunciar la mayor locura que pudo haberle pasado por la cabeza a Ramsés Castro:

—Tu padre quiere que te cases.

—¡¿Qué?!—grité llamando la atención de los chicos.

Matías acarició con una de sus manos el puente de su nariz, queriendo calmar un poco su claro estrés antes de continuar hablando.

Un Regalo De Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora