Capítulo Dieciséis.

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Ruth.

Desplazaba la mirada por cada línea de palabras que aparecían en la pantalla del computador, párrafo tras párrafo seguía leyendo lo que según Google y especialistas planteaban sobre lo que mi padre padecía.

Algo tan complejo, maligno y aterrador se adueñaba de su cuerpo con rapidez desde hacía mucho tiempo atrás, y sin yo tener la mínima idea de ello. Ramsés Castro había mantenido en silencio lo que le sucedía.

Y eso era lo que más dolía.

Mi padre no tuvo la confianza suficiente en contarme que se encontraba en una difícil situación y yo, como hija, no me di cuenta a tiempo de los cambios que estaba teniendo en su vida.

Lo único que me seguía manteniendo firme era la fe que tenía puesta en mi Dios, la confianza de que en él estaba la última palabra. No había mejor doctor en el mundo que mi padre celestial, de eso no tenía duda.

Si, en su momento llegué a pensar de que él me había quitado a mi madre, de que no tuvo misericordia de su vida y la sanó. Le llené de reproches diariamente porque estaba dolida, enojada y decepcionada sin antes haberme planteado de que las mejores decisiones las tomaba él aun si eso nos dolía.

Solamente Dios conocía la razón exacta por la que permitió que ese maligno se llevara a mi madre de manera rápida y silenciosa.

Cuando por fin pude darme cuenta de que estaba haciendo mal llenándome de ira, permitiendo que el enemigo implantara pensamientos y sentimientos erróneos en mí, me arrepentí por mi pecado, por mis pensamientos, por mis sentimientos, por mi actuar, por todo. Le pedí perdón a Dios como nunca antes había hecho en mi vida y me prometí jamás volver a dudar de su palabra.

No volvería a permitirme escuchar: mujer de poca fe, ¿por qué dudaste?

Desde entonces me esforcé en hacer crecer mi fé cada día más, en dedicar mi cuerpo y alma como debía, en mejorar mi relación con Cristo todo el tiempo.

—¿Ruth? ¿Estás en casa linda?

La voz de mi abuela provocó que despegara los ojos de la pantalla, rápidamente me levanté y salí a su encuentro.

—Abuela...

Inesperadamente mis pies actuaron por si solos llevándome directo a sus brazos en donde fui recibida y acogida como cuando era niña y me sentía triste. Ella acarició mi cabeza mientras susurraba palabras de aliento para mi.

Como hizo años atrás.

Las lágrimas caían como cascadas por mis mejillas, la opresión en mi pecho me prohibía respirar y hablar con normalidad y libertad. Todo era caos en mi cabeza. En ese momento sentí como si la historia se estuviese repitiendo nuevamente, como si fuese un déjà vú lo que vivimos junto a mi familia anteriormente. Algo volvió a desgarrarse dentro de mí por segunda vez.

¿Perdería a mi padre también? ¿Ramsés y yo quedaríamos huérfanos definitivamente?

—Está sucediendo otra vez, abuela.

—Oh mi niña, no digas eso. Ya verás que Dios tomará control y ayudará a tu padre muy pronto, solo debemos mantenernos velando y orando.

Lo único que pude hacer fue asentir a las palabras de mi abuela. Su abrazo me recornfotaba un poco, sentirla cerca era como reconstruir un poco de mi alma.

Cuando estuve más calmada, ambas tomamos asiento en el sofá. Ella me preguntó sobre mi hermano, dónde se encontraba, a lo que yo respondí que aún no regresaba del colegio.

Era lunes, el reloj de pared marcaban las tres y media, Ramsés debería estar regresando de su colegio a mas tardar las seis de la tarde. Por lo general su hora de salida era a las cinco, pero tomada entre media y una hora para regresar.

Comentó que supo sobre mi nuevo empleo, a lo que contesté diciendo que estaría hasta el miércoles en casa, luego debía volver. Lo cierto era que Matías me ordenó, prácticamente obligó, a no asistir hoy cuando me vio salir del ascensor puntualmente por la mañana.

—¿No pretendes presentarte en mi oficina con esa cara de zombie que traes, cierto?— fue lo primero que dijo en cuanto me vio.

Volteé mis ojos sin ánimos de querer discutir con él. Mis ánimos seguían tan intactos como los dos días anteriores: sin ganas de hacer nada y solo querer dormir por horas aunque no lo hiciera.

— Lamento decirte que sí.

—Y yo lamento arruinar tus planes, pero así con esa cara de espanto no vas. Asustarás a mis clientes después, no gracias.

—Matías, no estoy de humor para tus bromas, por favor—. Dije restregando mis ojos.

Tenía sueño, la noche anterior no pude cerrar mis ojos, mis pensamientos seguían dirigidos a mi papá en todo momento.

—Tampoco estoy de humor para ver tus ojeras y no me estoy quejando.

—Dios, por favor, o te lo llevas o te lo mando.— dije dramáticamente mirando a algún punto indefinido en el cielo mañanero.

—Desearle el mal al prójimo es malo.

No pude desear arrancar más su cabeza como siempre, eso era algo que Matías lograba con solo su presencia. Su extraña forma de ser me seguía gritando: peligro, aléjate. Y como yo soy una persona obediente, me alejaré de él.

—Meterse en la vida ajena también.

—Lo que digas, igual no te quiero en mi oficina hasta cuando tu cara deje de ser tan fea, aunque lo dudo porque naciste así, como decía: no quiero verte en la empresa hasta cuando hayas dormido lo suficiente. Y es una orden. Si me permite, tengo una reunión dentro de una hora. Adiós zombie-dama.

Me quedé plantada en medio del vestíbulo mientras le veía alejarse sin poder ir en contra de lo que decía, igualmente mi cuerpo le agradecía con que me obligara a quedarme en casa. Al volver, lo primero que hice fue tirarme en mi cama y dormir hasta cuando Ramsés me despertó anunciando que debía irse a clases.

La abuela se ofreció a quedarse con Ramsés esa noche mientras que yo podría ir a acompañar a mi padre. Le agradecí mucho, él había estado quedándose solo en el hospital durante estos días mientras que nosotros lográbamos establecer nuestras salidas y visitas.

De igual manera mi padre seguía en terapia intensiva, por lo que no se nos permitía quedarnos con él hasta cuando fuese bajado a una sala. Lo que esperaba sucediera lo más pronto posible.

—Mi niña, ¿qué es lo que exactamente tiene Ramsés?— preguntó la abuela tomándome por sorpresa.

Cerré los ojos mientras me decía internamente que debía ser fuerte. Escucharlo de los labios de un doctor había sido difícil, pero decirlo de los míos era incluso más difícil de lo que imaginé.

Dolía. Dolía admitirlo en voz alta, por lo que me preparé mental y físicamente para decir lo que estaba envolviendo la vida de un hombre luchador, amable y fuerte.

—Yo... es muy difícil para mi abuela.

—Lo sé Ruth, pero ambas sabemos que no hay nada mejor que hablar sobre lo que nos duele.

Volviendo a tomar asiento al lado de ella, respiré profundo mientras intentaba aclarar todas mis ideas, el montón de sentimientos contradictorios que tenía y el nudo gigantesco que seguía atorado en mi garganta después de tantas lágrimas derramadas.

—Él... el tiene...— jugué con mis manos bajo la paciente mirada de la mujer frente a mi.— Tiene leucemia abuela.

Y decirlo en voz alta fue como recibir un golpe en el estómago de esos que te dejan viendo estrellas, con la diferencia de que esta era la realidad y no habían estrellas. Mi realidad.

Recién terminado, disfrutenlo. ¡Besos a todos!

Un Regalo De Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora