Capítulo treinta y nueve.

258 21 8
                                    


Matías.

La primera vez que mi corazón se rompió era un niño, tenía quizá unos ocho o nueve años cuando sucedió, pues una chiquilla había despreciado la rosa que había comprado para ella con mis ahorros. No lloré, pero mis ojos picaban, las lágrimas insistían en salir de ahí. Prometí que no iba a rogarle ni obsequiarle nada a una mujer porque todas eran unas muñecas sin alma.

Prometí no dirigirle la palabra nunca, ni dejarme guiar por cosas tan infantiles como el enamoramiento.

Luego, la segunda vez, fue cuando mi madre murió. Esa vez solo una lágrima salió de mis ojos, pero la eliminé al instante. Algunos me llamaron insensible, sin alma; lo cierto era que por dentro estaba vuelto nada mientras veía como mi familia se caía a pedazos, como el ser más amable y cariñoso que conocía era sepultado bajo tierra sin ninguna objeción. Sentí como me arrancaban el corazon para ser enterrado junto con ella.

A partir de eso, me convertí en un adolescente frío y sin piedad, que vivía por vivir. Qué nada fuera de su rango le importaba.

Hasta ahora.

Siento a Matteo moverse de un lado a otro, colmando la poca paciencia que Guillermo tenía, quien se encontraba sentado con el móvil en la mano y viéndolo caminar sin descanso. Yo, por mi parte, veía un punto inexistente desde el balcón de mi apartamento, con las manos metidas en las bolsas del pantalón, con muchas cosas dando vueltas en mi cabeza sin parar.

-Tu inquietud me está estresando.

-Estoy ansioso, lo siento.

-Solo tienes que llamarla y listo. Se acabó.- le tendió el teléfono, Matteo negó.- Tú sabrás, pero quédate quieto o me veré obligado a sacarte de aquí.

Respiré profundamente, ignorándolos. Quería estar solo, pensar y aclarar mis ideas. No obstante, dos vagabundos preferían invadir mi espacio y robarse el poco oxígeno que había dentro de las cuatro paredes a las que llamaba hogar.

-No es el final del mundo, Matteo. Al menos tú tienes oportunidad de redimirte. En cambio yo...- volteé a verlo con un nudo en la garganta.

-Dale tiempo. Es una mujer inteligente, sabrá qué hacer. Pero debes darle tiempo.

-No, Guillermo. Ruth no puede tomarse tiempo, ella no es así. En su cabeza ya se deben haber creado muchas historias en donde obviamente yo soy el villano. Sin contar que su familia me debe estar odiando por haberle hecho llorar.

-Yo te hubiese mandado al otro mundo, sinceramente.- yo no tengo familia ni amigos, sino víboras venenosas.

-¿No tienes que hacer guardia? ¿Hacer un trasplante, salvar vidas o alguna cosa así? Ya estás invadiendo mi casa muy seguido- le digo a mi hermano.

-De hecho si, pero no me quiero ir.

-Yo si quiero que te largues. Los dos.-digo señalando a ambos.

-No.- sentencia con voz firme Guillermo.

Lo miro, queriendo enterrar con la mirada mil cuchillos en su cuerpo. No los quiero aquí. Su sola existencia me está agobiando.

Respiro profundo dándome cuenta que no lograré que se vayan tan fácilmente, al menos no en los próximos minutos. Acaricié el puente de mi nariz y les señalé el sofá.

-Bien, quédense todo el tiempo que quieran. No me voy a matar. No me voy a cortar las venas, tampoco utilizaré un fideo o el papel higiénico para ahorcarme. Las ventanas tienen mallas de protección, el balcón también, y no tengo una tina donde pueda ahogarme, pueden estar tranquilos. Pero déjenme en paz. Quiero estar solo. Quiero sufrir lentamente por haber sido prácticamente abandonado por mi prometida antes de siquiera llegar al altar. Déjenme ser un hombre abandonado que en la miseria. Por favor.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 21, 2024 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Un Regalo De Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora