Capítulo Dos.

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Ruth.

Los minutos pasaban y yo seguía sin lograr que en mi cabeza quedaran al menos tres páginas del examen que tenía el martes, un logro grandísimo si tenía en cuenta que mi cabeza andaba por las nubes desde ayer.

En media hora debía empezar a vestirme para el evento que tendríamos por la tarde en la iglesia, en el cual debía estar dos horas antes de que diera inicio. Había estado preparando mi atuendo desde la noche anterior en la que prácticamente no pude cerrar un ojo hasta altas horas de la madrugada, pensando en el nuevo amigo de mi hermano.

¿Acaso no estaba viendo el peligro a el que se estaba exponiendo sin conocerlo?

Mi hermano era muy inteligente, pero también despistado y me preocupaba lo inocente que podría ser la mayoría del tiempo viviendo en una sociedad tan demacrada como la nuestra. El mundo era peligroso y me asustaba el hecho de que pudiera ser víctima de él, solo le pedía a Dios que siempre lo protegiera de las personas que resultaran ser un peligro para su integridad.

Aunque empezaba a sospechar que estuve pidiendo mal porque había estado cerca de una persona en la que se podía ver la gran flecha fluorescente sobre su cabeza que decía "peligro". O yo estaba siendo muy paranoica.

—¡Ruth!— di un pequeño brinco en mi silla giratoria por el pequeño susto que me habían pegado.

—¿Eh?

—Te estoy hablando y no me respondes. ¿En dónde anda esa cabecita?

Alejé cualquiera pensamiento erróneo de mi cabeza y observé a mi padre, quien tenía una sonrisa en su muy cansado rostro. Llevaba ojeras y se veía mucho más mayor de lo normal.

—Estaba pensado en...— por favor, bonito cerebro, trabaja lo más rápido que puedas, te lo pido.— Lo perdido que anda el mundo hoy en día y el terror que me invade al pensar a Ramsés en él.

No estaba nada lejos de la realidad. Así que no mentiría totalmente, solo obviaria a su nuevo amigo.

Perdóname Dios por decir una verdad a medias.

Mi padre sonrió, con esa característica sonrisa cómplice que me indica que sabe que estoy ocultando algo pero que no presionará para que se lo cuente. Desde que mi madre falleció, papá se encargó de ocupar su lugar, tomando el mando de un hogar que perdía a su pilar principal, su fuente de luz.

Raquel López, junto a sus dos hijos, eran el motivo por cuál Ramsés Castro despertaba cada mañana con una radiante sonrisa y con deseo de sacarlos adelante.

—Porque estás muy preocupada por tu hermano.—noté el sarcasmo en su voz—. Gran gesto cariño. Pero la mentira es pecado, y debes hacerlo mejor.

Haciendo un guiño, salió de mi habitación a seguir con lo suyo. Minutos después regresó preguntándome si se veía bien la combinación que había hecho con su corbata azul con rayas blancas, camisa blanca y pantalones negros.

Ah, pero que hombre tan guapo me tocó como padre. Gracias, padre celestial, por tan dichoso privilegio.

La hora de ir a la iglesia había llegado. Mi cabello caía suelto por mi espalda, un vestido que no era nada extravagante ni mostraba nada indebido que me llegaba hasta las rodillas y de mangas largas, de color azul marino y zapatillas de tacón de color plateado que hacía juego con un pequeño diseño en el vestido.

Aquel vestido había sido el último obsequio de mi madre y daba gracias a Dios de que aún me quedara para poder seguir usándolo. Era uno de mis favoritos.

Puntuales como siempre, Ramsés Castro junto a sus dos hijos habían llegado al templo. Saludé a los que ya se encontraban en el lugar y busqué a mis mejores amigos. Amanda hablaba con su novio cuando los encontré, y con ellos se encontraba la hermana Alba y su esposo, los padres de Amanda.

—Dios les bendiga— saludé, estrechando la mano de cada hermano y recibiendo las mismas palabras. Excepto Amanda y su madre quienes me dieron un abrazo.

La señora Alba había sido muy buena amiga de mi madre, por lo que le tenía gran aprecio. Era como una segunda madre para mi.

—¿Lista para esta noche, señorita Castro?— preguntó Amanda, con esa gran sonrisa que siempre mantenía en su rostro.

—Sobre eso quería hablar contigo.— su sonrisa se borró de inmediato.

—Creo que necesitan hablar a solas. Si me disculpan, iré a revisar que todo esté listo.

David se alejó con ese caminar tan seguro que tenía. Con veinticinco años era tan exitoso en su trabajo como en su vida personal, y todo gracias a la guía del Espíritu Santo de Dios. De alguna manera me sentía orgullosa del hombre en que se había convertido, a pesar de haber tenido una infancia tan difícil como la suya él siguió confiando en Dios. Y ahí estaba él, a punto de casarse con tan maravillosa mujer, sirviéndole a Dios y siendo todo un profesional. Sí, era un buen hombre.

Los padres de Amanda se habían enfrascado en una conversación entre ellos, así que mi mejor amiga y yo nos distanciamos solo un poco para charlar. No quería que escucharan lo que tenía por decirle.

—¿Qué sucede?— preguntó.

—Aún no me siento lista para hacerlo.

Solté, sin despegar mis ojos azules de los suyos achocolatados. Era mi manera de decirle que aún no me sentía del todo bien como para cantar ante el público de nuevo. Podía tocar el piano o  cantar en los ensayos, pero no frente a un público, el recuerdo era más llevadero si solo lo hacía de esa manera.

Mi mejor amiga solo asintió, comprendiendo a lo que me refería. Con ella no necesitaba palabras para que supiera lo que sucedía, me conocía tan bien que no podía ocultarle nada.

—De acuerdo, yo canto. Pero con la condición de que algún día lo harás tú.

—Gracias.

Nos fundimos en un abrazo el cual sirvió para que mis defensas volvieran a reforzarse y pudiese seguir como hasta ahora.

La hora de iniciar el gran culto especial había llegado, preparada en mi lugar habitual frente al piano, terminé de hacer algunos ajustes al mismo. En la iglesia, no era la única que tocaba el piano, Erick y Amanda también lo hacían, José prefería la batería y David la guitarra eléctrica.

—¿Quién vive?— preguntó Noemí dando inicio a la noche.

—¡Jesús!— gritaron al unísono los que ya se encontraban presentes.

—¿Y a su nombre?

—¡Gloria!

—¿Y a sus hijos?

—¡Victoria!

—Aleluya. Gloria a Dios. Dios les bendiga hermanos, sean bienvenidos a este culto especial de la tarde de hoy...

El culto inició con una oración, luego la lectura de la palabra y después la adoración. La primera canción que se tocaría sería Ven Espíritu Santo del Grupo Barak, cantada por Amanda.

Estoy aquí, desesperado por ti,
Con un corazón sediento
Que espera beber de ti.

Cuando tú Gloria desciende a un lugar
Toda la tierra tiene que adorar,
Resucitan los muertos,
Se sanan enfermos
Por tu poder.

Queremos de ti,
Llenarnos de ti,
Espíritu Santo, llenanos de ti.
Esperamos por ti.

Ven, ven, ven,
Espíritu Santo ven.
Ven, ven, ven,
Espíritu Santo ven.
Ven, ven, ven,
Llena este lugar.

Con las manos alzadas todos adoraban al señor. El grupo de alabanza nos gozamos tocando y cantando como siempre. Era tan hermoso adorar y alabar a Dios, que ya no me veía en un futuro haciendo otra cosa que no fuera buscando su anhelada presencia. Amaba lo que hacía, en donde crecí, y en quién creía.

Amaba ser pentecostal. Amaba a mi padre celestial.

Un Regalo De Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora