Capítulo Quince.

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Matías.

Encender. Apagar. Encender. Apagar. Encender. Desbloquear. Apagar.

Ese había sido el patrón ridículo que llevaba siguiendo en mi teléfono desde que me tumbé en la gran cama de mi habitación. Las cortinas se encontraban abiertas, por lo que la luz de la luna podría filtrarse.

El cielo se encontraba despejado, algunas estrellas se dejaban apreciar, y la luna llena de esa noche brillaba con demasiada intensidad como nunca antes. Una vista hermosa si le preguntaran a otra persona, pero al tratarse de mi diría que el cielo estaba libre de lluvia en una noche de junio.

Curioso si teníamos en cuenta el apestoso clima con el que este país había sido bendecido, o todo lo contrario.

Las lluvias constantes hacían que mi día a día fuera un dolor de cabeza, el tráfico infernal que se provocaba cada vez que caía la lluvia era agotador. Deseaba el verano, aunque la época de lluvia fuese un bálsamo para la tierra desgastada por el ser humano y un refrescante para la calor espantosa que hacía.

Igual yo seguiría amando el verano por siempre, él y yo éramos mejores amigos desde que sé vestirme solo y sin ayuda de nadie.

Mientras seguía observando el cielo nocturno, la conversación que había tenido aquella noche con el señor Castro daba vueltas en mi cabeza como una pelota.

Imaginar que todo lo que él mencionó estaba sucediendo me generaba un sentimiento extraño. Me preocupaba el panorama desalentador que se presentaba para esa familia de tres. Sin embargo, debía mantener mi promesa hasta el final.

Yo cuidaría de Ruth y su hermano si algo le llegase a suceder a su padre. Esa había sido la promesa más grande que alguna vez hice en toda mi vida.

¿Tan enamorado me encontraba como para echarme al hombro esa carga?

Ruth era una mujer adulta que podría valerse por sí misma cuando quisiera, tenía sueños y metas que deseaba cumplir, además de que era una muchacha dedicada a lo que amaba y que prefería olvidarse de ella con tal de ver a su familia feliz, y aún así tomé la decisión de no abandonarla nunca.

Ramsés, en cambio, aún era un niño que estaba iniciando el empinado camino de la adolescencia, tenía muchas cosas por delante de él que de seguro iría viendo en todo su crecimiento, y que probablemente elegiría un camino erróneo si no contaba con la dirección de un adulto.

Confiaba en que su hermana podría hacerlo, su carácter agrio me gritaba que ella bien podía amarrar su falda y hacerse cargo de su hermano menor sin la ayuda de alguien más aunque eso le costara más de lo que imaginaba. Ella y él tenían una relación impresionante, por lo que no los veía fallándose el uno al otro repentinamente.

Solo debía haber declinado pero mi afán de protegerlos pudo conmigo, para cuando me di cuenta ya había aceptado, era demasiado tarde para decir que no.

El móvil entre mis manos comenzó a vibrar, estaba dispuesta a ignorar y quien quiera que fuera ese que tenía la osadía de entrometerse en mi preciada noche de descanso en la que no estaba descansando en lo más mínimo, sin embargo, el nombre en la pantalla me frenó.

—Debe ser algo realmente importante lo que tengas que decir para contestarte o sino colgaré —dije en cuanto contesté la llamada.

—Demasiado importante como lo es que tu padre haya vuelto.

Me mantuve en silencio durante casi un minuto, asimilando las palabras que había escucho por la bocina del móvil. Comprendiendo el peso que se escondía detrás de una simple y sencilla frase.

Un Regalo De Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora