Capítulo Treinta y uno.

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Matías.

La botella de whisky se veía espléndida frente a mi, podía escuchar como me pedía que vertiera un poco de su licor en un vaso y lo bebiera hasta no poder más. Sin embargo, hice todo lo contrario; la tomé entre mis manos, la abrí y fui derecho hasta el fregadero a verter el líquido amarillento. Hice el mismo procedimiento con todas las botellas de licor que descansaban en el gran mini bar de la sala de estar que solo funcionaba como adorno.

Una parte de mi se sintió enojada conmigo mismo, mientras que la otra me decía que era lo correcto. Si quería realmente un cambio y poder conquistar aunque sea un poquito a Ruth, debía terminar por sacar de mi vida cualquier cosa que pudiese interpretarse de mal forma.

Yo no bebía, al menos no hasta que mis sentidos dejaran de funcionar correctamente. Solo un par de tragos estaban bien para mi, con eso bastaba y hasta me sobraba. No obstante, ahora ni siquiera un trago del mejor licor del mundo deseaba que quemara mi garganta al pasar.

No quería nada de eso.

Lo único que quería era a la linda pelinegra que logró lo que muchas intentaron hacer pero no supieron cómo: incrustarse en mi corazón sin la opción de salida. Pero para tenerla debía enamorarme primero de Dios.

Y sí, vine a sus caminos especialmente por ella a pesar de que su hermano y su padre vivían constantemente haciéndome la invitación, misma que terminaba declinando con alguna excusa referente al trabajo. Pero no fue hasta cuando ella me invitó que acepté ir.

Solía ser un espectador desde las afueras, en varias ocasiones les di aventones hasta la iglesia o cuando le seguí a ella y a su hermano. No obstante, ya no era uno, ahora ya formaba parte del espectáculo y estaba más que feliz con ese hecho. Al principio fue extraño, pero mediante pasaba el tiempo y mis visitas eran más constantes comencé a sentirme como en casa.

Como si aquel lugar, sin saberlo, fuese al que siempre pertenecí.

Me recibieron con los brazos abiertos, me trataron como uno de ellos y me hicieron parte de su familia. Ya no me sentía solo, tenía conmigo a los Castro y a una gran multitud de hermanos que clamaban por mí siempre y, a un gran Dios que me amaba incomparablemente.

Desde hace meses atrás me consideraba uno de ellos.

Me detuve frente al ventanal de la sala de estar, abrí la puerta de vidrio templado que la dividía con el balcón y salí a tomar un poco de aire. El viento frío me golpeó el rostro, no le tomé importancia a ese hecho pero sí a lo que sucedió días atrás con Ruth.

Me contuve en todo momento para no soltar algún comentario despectivo ante cada palabra que soltaba. Ninguna absurda desde el razonamiento, mas bien se me hacían entendibles y razonables. De igual forma, su crianza fue distinta a la mía y eso siempre debía respetar.

Ruth creció bajo una ideología ajena a mi, que si bien ahora podría entender seguía siendo distinta. Mientras que yo crecí de una forma complicada; sí, mis padres siempre mostraron amor y respeto por el otro durante su matrimonio pero en cuanto él perdió a su esposa todo lo que un día profanaba se fue a la basura sacando el hombre que seguía vivo hoy día.

La famosa frase "hasta que la muerte nos separe" cobró sentido en ambos matrimonios, sin embargo, el amor que Ramsés le tenía a su esposa fue mayor que el Marco le tenía a la suya tanto que aunque el tiempo pasara él seguía guardando su amor para una sola mujer. No había comparación alguna entre ellos, y no podía siquiera pensar en hacerlo.

Mi padre era muy distinto a mi viejo amigo sin duda alguna.

Yo quería ser igual, seguir el mismo camino y adoptar la enseñanza que la familia de Ruth brindaba sin darse cuenta. Quería tener una familia hermosa como ellos.

Un Regalo De Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora