Capítulo Veintiocho.

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Ruth.

Las palabras de Matías seguían dando vueltas en mi cabeza, no podía dejar de pensar en que mi papá había tenido más confianza en él que en su propia hija. Posiblemente le consideraba alguien demasiado importante como para haberlo hecho. Es que no me cabía en la cabeza cómo pudo contárselo primero, me rehusaba a comprenderlo.

Habían pasado varios días desde que nos enteramos de ello y no había encontrado el momento adecuado para hablar con él. Ni tampoco para saber algo sobre eso que mencionó Matías, y la curiosidad ya estaba acabando con mi poca paciencia. Necesitaba saber qué fue lo que le propuso mi padre que le tenía tan emocionado y aterrado a la vez.

—Oye, ¿me estás prestando atención?— Amanda agitó su mano frente a mi, trayéndome de vuelta al presente.

—Desde hace rato que no lo hace.— habló Noemí.

Finalmente encontramos una fecha en donde podríamos estar presentes las tres. Normalmente siempre alguna tenía algo que hacer con su trabajo o solo éramos dos. Noemí era quien solía faltar más, pues su horario laboral no le dejaba casi tiempo libre para ella misma, de milagro y conseguía ir a los cultos.

—Lo siento, yo...

—Tranquila, comprendo que la situación no es la mejor para ti en estos momentos.

—Tampoco lo es para ti. Puedes engañar a quien sea, pero no a nosotras.— le señaló con la papita frita.

Asentí estando de acuerdo con Noemí. Amanda recientemente había descubierto que la posibilidad de ser madre era equivalente a un por cierto de positividad. Cuando se enteró lloró desconsoladamente, David no quería dejarla sola por lo que su madre estuvo haciéndole compañía durante esos días, mientras que Noemí y yo íbamos luego de salir de nuestros trabajos. Por suerte ella tuvo de guardia durante el día y así pudo aprovechar el ir juntas por la noche.

—Es que...— sus ojos comenzaron a cristalizarse—. Duele como no tienen idea. He deseado esto tanto que no puedo creer que no sea posible.

Mi corazón se oprimió. Verle así dolía. Amanda y David habían soñado con el día en que formaran una familia, imaginaron sus pequeños corriendo por toda la iglesia como lo hacíamos nosotros cuando niños. Tenía tantos sueños los cuales comenzaban a desmoronarse frente a sus ojos sin poder hacer nada. Pero había uno que tenía el poder de resucitar a los muertos, y solo él era quien tenía la última palabra en todo.

—Mandy, no llores, no te ves bonita cuando lo haces.— dijo Noemí haciéndole reír.

—Sigo siendo hermosa cuando lloro.

—La vanagloria es pecado.— le dije. Sacó su lengua como una niña pequeña y luego sonrió, pero esa alegría nunca llegó a sus ojos.

Noemí y yo reímos por su gesto infantil. Pero el sabor amargo de la situación seguía sintiéndose en el paladar, el cambio drástico en el ambiente también se hizo notar entre nosotras a pesar de nuestro pequeño intento por hacerle sonreír.

Quisimos hacer algo por nuestra amiga, pero solo logramos una pequeña parte de nuestro plan inicial. Comprendemos su situación, aunque no estemos en sus zapatos conocemos muy bien sus sueños y el sentirnos parte de ellos nos hacía padecer todo el proceso de dolor también. Amanda era nuestra mejor amiga y verle así nos destruía a ambas.

—Cambiando de tema así drásticamente para salir de la incomodidad, ustedes saben— intervino Noemí—. ¿Ya le dijiste a tu jefe que estás enamorada de él?

Me faltó la respiración cuando escuché eso. La bebida quedó siendo devuelta por donde entró mientras tosia por ello. Ella reía mientras Amanada intentaba auxiliarme en mi casi muerte por ahogamiento a causa de un tema que poco menciono.

Un Regalo De Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora