Capítulo treinta y seis.

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Ruth.

Viendo la magnificencia del poder de Dios plasmada en el cielo oscuro lleno de estrellas que acompañaban a una hermosa y radiante luna con su brillo, pienso en cuando solía sentarme con mi madre en este mismo lugar a observar y admirar la grandeza de mi señor, y siento que la nostalgia me invade.

Fue una noche como esta en la que ella partió.

Se marchó dejando un gran vacío en nuestros corazones. Dejando su amor plasmado en los recuerdos de cada persona que le conoció, convirtiéndose en alguien irreemplazable en nuestras vidas.

Fue y es, siempre, mi pilar en la vida, mi ejemplo a seguir, la persona en la que yo esperaba convertirme alguna vez cuando fuese adulta. Ahora, estaba a horas de dar uno de los pasos más importantes en mi vida, uno del cual estaba segura que ella hubiese estado más emocionada que de costumbre.

—Mami, me cansaré muy pronto.

Susurro al cielo a sabiendas de que no puede escucharme, pero aún así deseando que fuera posible. Porque era de carne y hueso, y algunas cosas no podía evitarlas por completo aunque lo intentara.

Una parte de mi deseaba poder escuchar su voz aunque fuera una vez más, verle sonreír con emoción mientras sus ojos se vuelven como una pequeña rendija; verle aplaudir y saltar como cual niño pequeño con un nuevo juguete.

Mi madre fue una mujer con mucha luz y alegría, brillaba con tanta intensidad que lograba transmitirlo de manera inigualable. Estaba llena de la gracia y el favor de Dios, lo que la hacía más increíble.

Mi ejemplo a seguir, eso era mi madre para mi.

—¿Cariño? ¿Te encuentras bien?— la voz de mi padre logra sacarme del ensimismamiento en el que había entrado sin darme cuenta.

La luna brillaba más intensa que antes.

—Sí, solo pensaba en mamá.— sonrío con nostalgia, viéndole tomar asiento a mi lado.

Ramsés Castro mira el cielo oscuro, y suspira. Una sonrisa de labios cerrados atraviesa su rostro. Tan amarga y hermosa como una sonrisa así puede ser.

Hablar de su esposa siempre le salía tan ligeramente, que se me hizo extraño notar que, en mucho tiempo, le dolía traerla a colación. Nunca había dejado de amar a esa mujer, me quedaba claro ahora más que nada. Y, mentiría si dijera que no esperaba ser amaba de igual manera por Matías: así, tan intensa y puramente.

Porque el amor más grande ya lo había recibido por aquel que dio su vida por mi.

—De seguro le hubiese encantado verte casar con el hombre que Dios había escogido para ti.—asiento, dándole la razón. Da un suspiro antes volver su mirada a mi para dejarla fijamente en mis ojos—. ¿Estás completamente segura de que deseas casarte con él?

Su pregunta me toma por sorpresa, pero es la seriedad de su voz la que logra ponerme los pelos de punta. Mi rostro debe lucir desconcertado, porque no es normal de él salir con algo así, siendo uno de los puntos claves para que todo esto se concretara.

—¿Por qué lo dices?— pregunto curiosa.

Me observa por algunos segundos en los que permanece en silencio, analizando mi reacción en todo momento. Incluso cuando suelta cada palabra con precaución, como quien no quiere hacer daño pero aún así se ve obligado a hacerlo.

—Porque Matías no es quien dice ser.

Me paralizo por completo. Mi pulso se acelera y la incertidumbre y temor de todo comienzan a adueñarse de mi cuerpo. Una leve esperanza también. Sin embargo, es el temor el que va ganando la batalla como siempre.

Un Regalo De Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora