Capítulo Cinco.

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Ruth.

Observaba a mi padre y hermano jugar fútbol, su manera de distraerse durante aquel día en donde nos reuníamos en casa de la madre de mi mamá. Solíamos venir los cuatro muy a menudo a visitarla, pero desde que ella falleció su recuerdo se mantenía vivo por doquier, era como verla en cada rincón de la casa a sabiendas de que no era así.

A mi padre era el que le causaba más dolor venir aquí, pero intentaba mantenerse fuerte frente a nosotros para no preocuparnos, pero lo conocía muy bien.

Ramsés muy poco mostraba el dolor que la ausencia de nuestra madre le provocaba, pues decía que prefería recordarla con alegría como ella hubiera querido que fuera. Yo, en cambio, no conseguía mostrar menos la nostalgia que me invadía al evocar su recuerdo.

Mi madre siempre fue el pilar fundamental de mi vida, mi mejor amiga, mi cómplice, mi líder por lo que costaba no mostrarme triste al hablar de ella. Intentaba por todos los medios tener una sonrisa, pero aún así se notaba que aún me dolía el haberle perdido.

Con mi madre teníamos muchos sueños y metas, ambas amábamos adorar a Dios con nuestros talentos, que ahora se me hacía difícil realizar algunos.

Debía admitir que desde su muerte dejé de cantar, ahora solo me dedicaba a tocar un instrumento, perdí mi liderazgo al tardar más del tiempo requerido para estar de luto. Mi depresión estuvo primero que Dios, esa fue la razón por la que perdí muchas cosas.

Mi madre siempre nos había enseñado que primero debía estar Dios, luego el resto. Nos inculcó que, sin importar la situación, debíamos buscar primero su presencia y darle gracias en todo momento.

Pero en su momento, llegué a perder la fe y a cuestionarle porqué permitió que una mujer que lo amaba desde lo más profundo de su corazón, partiera dejando a la deriva a su familia. Mi corazón se estaba llenando de reproches, estaba dejando de buscar su presencia por lo que sentía, mis sentimientos estaban gobernando cuando no podía permitirlo.

El corazón es engañoso y mentiroso, y yo estaba permitiendo que me engañara a gran escala, por lo que debía detenerme cuanto antes.

—Extrañaba verlos así— escuché decir a mi tía Karina.

—Todos.

Mi madre tenía una hermana menor llamada Karina, quien aún vivía con la abuela a pesar de rondar los treinta y tener varios pretendientes dispuestos a pedir su mano, pero mi tía sigue a la espera de ese varón idóneo.

—Encontré a mamá hablándole a el retrato de Raquel.— le di una corta mirada antes de ver cómo la abuela salía por la puerta trasera de su casa.

Guadalupe López seguía sufriendo la partida de su hija mayor a pesar de haber pasado casi cinco años desde su muerte. Algunas veces lograba verla sonreír con nostalgia cuando nos veía a mi hermano y a mí, especialmente a mí quien según ella era un retrato vivo de Raquel cuando era adolescente y se enamoró de Ramsés. Yo, en cambio, decía que quien se parecía a mamá era mi hermano y no yo.

—Por eso no me agrada venir seguido aquí. —dije sintiéndome mal por mis propias palabras.

—A mamá sí le agrada verlos aquí, aunque suele hablarle al retrato ese al menos no llora como al principio. Para mamá, tenerlos cerca a ustedes dos, es como tenerla a ella cerca también.

Medité sus palabras comprendiendo lo que decía. Mi hermano y yo éramos sus únicos nietos, los hijos de su lucerito mayor, como solía llamarla. No podía negarle vernos más veces de la que ya lo hacía, al menos debía permitirle tenernos cerca más tiempo.

Un Regalo De Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora