Capítulo treinta y dos.

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Matías.

—Hombre, recién llegado y ya andas haciendo estragos. ¿En qué estabas pensando?— Matteo volvió a restregar su rostro con ambas manos dejando en claro lo desesperado que estaba.

Escuchar la historia completa fue realmente aterrador, en todo momento quise darle un golpe pero a su vez darle unas palmaditas en la espalda. Lo primero mucho más que lo segundo. Era consciente de que eso era algo que no me concernía en lo absoluto, sin embargo, el instinto protector que apareció de pronto estaba suponiendo demasiado control.

—No lo sé, no lo sé. No puedo siquiera decir que estaba ebrio porque me encontraba con todos mis sentidos despiertos y ella también. Es mas, ni siquiera he bebido desde mi cumpleaños número treinta...

—La verdad no entiendo como es que cayó ante tus encantos, realmente no lo hago. Y créeme que en estos momentos quiero partirte la cara a golpes pero eso sería alejarme de lo que estoy intentado cuidar y meterme en un asunto que no es mío.

—¿Por qué la aprecias tanto?— cuestionó, noté pequeños matices de celos en sus palabras.

—Porque es tan odiosa como Clara, además de ser como una versión femenina mía.— me limité a decir.

Justo cuando estaba por objetar, el timbre volvió a hacer su sonido habitual. Miré el reloj que colgaba de un gancho adhesivo en la pared junto a las demás fotografías. Me sorprendió el ver la hora, ¿qué le sucede a la gente? ¿Acaso creen que yo no duermo? Voy a colocar un letrero fuera en letras rojas fluorescentes y con una señal de peligro que diga: no se aceptan visitas después de las siente, ni llamadas ni mensajes, gracias.

Matteo me señaló la puerta cuando el timbre volvió a sonar, mi clara intención de no abrirla fue interrumpida por él. Bufé antes de dirigirme a abrirle a quien fuera que estuviera ahí. Mi paciencia estaba al límite, no soportaría otra molestia más de alguien que...

—Hola.

Me detuve. Paralizado, observé a la mujer frente a mi. Una sonrisa apenada apareció en su rostro mientras pude notar un leve tinte rojo en sus mejillas, el cual nunca antes había tenido la oportunidad de ver, o mas bien no se me permitió.

—Hola.— respondí sintiendo como me contagiaba con su timidez.

—Yo...

—¿Está todo bien?— preguntó Matteo llegando hasta nosotros.

Ruth en cuanto le vio, entorno los ojos hacia él como si le reconociera de alguna parte. Matteo, por su parte, se mantuvo viéndole desde su posición tranquilo. El cambio drástico del ambiente se notó, la pesadez desató mi curiosidad.

—¿Por qué estás aquí? ¿Le conoces?— Ruth le señaló a él para luego interrogarme.

—No creo que estés en posición de preguntar eso en estos momentos.

Giré mi rostro tan rápido como la niña del exorcista, literalmente hablando porque claro está que me hubiese roto el cuello en el proceso, y le miré de mala gana. Es que, ¿por qué le hablaba así? Estaba más que claro quien era el mal tercio en la ecuación.

—¿Diculpa?

—Solo digo. No es hora para que una señorita venga a la casa de un hombre soltero. A menos que...

—Oye, no eres...

—Tienes tres segundos para desaparecer de mi vista o de lo contrario voy a darte la paliza que tienes en lista de espera y que algún día espero darte.— interrumpí a Ruth.

Matteo elevó sus brazos en señal de rendición y con una suave sonrisa se abrió paso entre la dulzura y yo. Pero antes se despidió, dejándome más curioso sobre ellos dos conociéndoce de alguna parte.

Un Regalo De Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora