Kirstenbosch, como solían denominarlo los Boers, conquistadores del país, era uno de los jardines botánicos más grandes del mundo, poblado de flora autóctona. La confluencia de colores y algunos animales que vivían en él, como pavos reales, daban un marco más que impactante, combinando la riqueza del lugar con especies de toda África y jardines de agua que hacían alucinar a más de uno. Recorrieron el lugar en calma y tomaron fotografías incluso cuando decidieron pasar por el Tree Canopy Walkaway, la estrella absoluta del sitio, el puente de madera en estilo rústico desde donde se visualizaba toda la maravilla en su conjunto. Visitaron los anuales, en donde Sara pudo encontrar toda clase de colores de su flor favorita: las margaritas. Llegaron al estanque principal y se detuvieron un segundo.
—Este sitio es hermoso. Adoro la forma en que las nubes se posan sobre la montaña. ¿Te das cuenta? Como si descansaran sobre ella. Aquí te sientes un poco más cerca del cielo.
—Sí. Me pareció genial la primera vez que vine con Nacho y Lau. Estamos tan acostumbrados a la nieve que nos olvidamos de que hay cosas más allá de ella.
La mujer se acomodó su chal y volvió a tomar del brazo a su sobrino, quien tenía la mirada en el piso.
—¿Como estás? ¿Agotado?
Andy le dio una débil sonrisa. ¿Agotado? Apenas podía moverse, y la pobre mujer no conocía ni la mitad.
—Estoy bien. Los medicamentos han dado resultado.
—Me alegro. Eso es bueno —respondió la mujer con poco convencimiento.
—Sip, considerando que los otros me hacían tirar las tripas por la boca.
—¡Andy! —Golpeó su brazo e hizo una mueca de asco—. No seas asqueroso. No hay necesidad de ser tan gráfico.
—Sí, señora. No lo seré.
Sara lo miró con ternura, como siempre lo hacía cada vez que el rubio le daba una mirada de inocencia. Tocó la rubia cabellera y peinó los rulos, los cuales se habían alborotado por la humedad.
—Eres lindo. Desde pequeño siempre te confundieron con una niña.
—No me lo recuerdes —dijo Andy con fastidio.
—Pero no lo eres. Eres un hombre. Un gran hombre determinado a proteger lo que ama a pesar de saber que no puede hacerlo.
Andy sabía a dónde iba la conversación.
—Tía, yo...
—Debes hablar con tu primo, con Lautaro y con el grandote idiota del que estás enamorado.
Andy rio.
Sara era de trato amable, pero Kellan nunca le había caído demasiado bien, y ni siquiera había cruzado una palabra con el tipo.
—De seguro las palabras quedarían atascadas en mi boca. Es absurdo. En unos días me iré, y ellos volverán a su ritmo de vida normal.
Sara agarró su mano con fuerza.
—Hazlo por mí. No quiero estar sola con Nadia esperando en el hospital esta vez. Necesito apoyo. Estoy más vieja y débil que hace dos años. Tampoco quiero desmoronarme frente a ti y provocarte más daño. Sin embargo...
—Te entiendo —aseveró Andy—. Yo tampoco lo soy. Y tal vez tengas razón.
—¡Ese es mi niño! También deberías decírselo a tu familia.
—¡No! —exclamó el muchacho con molestia—. No les he importado en mucho tiempo. Hablar sobre esto... no hará la gran diferencia.
—¿En verdad nunca te preguntaron por qué estuviste un año sin volver a Tolhuin?
—Ni una palabra. Tampoco advirtieron que el cabello era escaso y que había bajado quince kilos. La única que me preocupa es Adriana. Está tan concentrada en agradarles que se olvida de vivir la vida.
—¿Solo ella? —Dio un pequeño golpecito en la mandíbula del hombre.
—Reconozco que también soy parecido, pero he llegado a un punto sin retorno.
—Has madurado. Tal vez demasiado rápido. Quiero que sepas que estoy muy orgullosa de ti.
—Todos maduramos en base a golpes, y yo recibí uno muy duro.
La gente alrededor de todas nacionalidades contemplaba el lugar mientras el sol comenzaba a ocultarse entre las nubes.
Su tía se enfocó en el firmamento.
—Creo que va a comenzar a llover.
—Bien, entonces démonos prisa. Ya estuvo bueno de naturaleza. Vamos al Bo-Kaap. Quiero mostrarte el barrio.
—Solo si me prometes una cerveza bien fría.
—Mi lady, sus deseos son órdenes.
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OCÉANO - S.B.O Libro 3 (Romance gay +18)
RomanceEl silencio del océano, la adrenalina recorriéndolo mientras el magnífico tiburón de cuatro metros paseaba a su alrededor... Christopher Janssen amaba el peligro, aquella sensación de vitalidad que le otorgaba, mostrándole al mismo tiempo que era vu...