Ignacio estaba tan enfocado en el trabajo, tanto que Andrés no lograba llevarle el ritmo a veces tan irascible que los empleados lo desconocían.
—¡Andy, no es el informe que pedí!
—¿Es en serio? Estuviste detrás de mí toda la semana para que preparara esto.
—Deja de decir idioteces. —La carpeta fue a parar al cesto de basura— ¡Qué diablos! Me voy de aquí, necesito aire fresco.
—Sí, es lo mejor, porque si sigues así voy a darte una golpiza.
—¿Qué has dicho?
Ignacio se acercó abruptamente y le dio un empujón. Andy dio un paso atrás y se sostuvo de la orilla del escritorio para luego cuadrar los hombros y enderezarse.
—¿No te das cuenta? Tratas como mierda a todos, incluyéndome. Jamás estás conforme, nos haces trabajar veinticinco horas al día y todo es insuficiente. Escucha, sé que estás mal, ni siquiera puedo imaginar lo que estás pasando, pero...
—No —espetó Ignacio. El enojo invadía su cuerpo—. No tienes idea de lo que es amar a alguien más que a tu vida, entregarlo todo y...
La voz temblorosa del moreno silenció a Andrés. El dolor tan palpable como el primer día.
—Será mejor que me vaya. Esta discusión terminó. Nos vemos más tarde.
Con sus manos en los bolsillos, Ignacio recorrió las calles. Tenía la vista perdida, sin lugar fijo donde ir, sin nada qué esperar, enfocándose en la gente, en lo que hacían, lo que compartían, reparando en la forma en que su vida se había vuelto nada.
Eran las dos de la tarde, la hora favorita para almorzar de Chris.
Ignacio detestaba eso. Más de una vez habían discutido por sus demoras, que dejaban a Nacho con un apetito voraz y lo hacían comer el doble de lo que estaba acostumbrado. Sí, no era tarea sencilla pasar con solo un café desde las siete de la mañana. Nunca entendió cómo Chris podía acostumbrase a eso.
Se detuvo en aquel restaurante. La pequeña mesa al lado de la ventana en la que solían quedar estaba vacía. Era extraño. Había pasado varias veces por el lugar y siempre se encontraba igual, como si el destino se riera, como si ese pequeño sitio les perteneciera a él y a la única persona que lo tendría cautivo lo que le quedaba de vida.
El celular vibró en su bolsillo. Un número que no tenía en su agenda de contactos aparecía en la pantalla.
—¿Hola?
La respiración del otro lado removió todo su ser y el silencio lo hizo saltar de expectativa.
—¿Christopher? ¿Eres tú?
—Ignacio...
El muchacho cubrió su boca para no lanzar un grito. Era él. Después de cuatro tormentosos meses, escuchaba su voz.
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OCÉANO - S.B.O Libro 3 (Romance gay +18)
RomanceEl silencio del océano, la adrenalina recorriéndolo mientras el magnífico tiburón de cuatro metros paseaba a su alrededor... Christopher Janssen amaba el peligro, aquella sensación de vitalidad que le otorgaba, mostrándole al mismo tiempo que era vu...