Los besos se volvieron erráticos por cada lugar donde Kellan pasaba, presurosos, húmedos, cargados de un sentimiento inenarrable. Tenía que calmar esa necesidad, la demanda de su cuerpo, que solo quería enredarse con la piel dorada que ahora se erizaba, como si millones de partículas con carga positiva colisionaran con aquellas de carga negativa, adorando la deliciosa fricción, donde cada caricia era superada por otra de mayor intensidad, avivando el fuego, lo que hacía que las llamas alcanzaran niveles insospechados.
Kellan lo consumiría, y era justamente a eso a lo que le temía.
—Espera, Andy.
El instinto se apoderaba de él. Tenía que frenarlo. Ya le había causado suficiente daño.
—¿Qué sucede?
Las manos del rubio acariciaban la mandíbula cuadrada y su boca dejaba besos muy cortos en las comisuras de los labios del hombre.
—¿No te gusta esto?
Tenía los ojos entrecerrados. Con deseo y fervor, salpicaba besos en cada milímetro de la estructura del sudafricano.
—¿Estás loco? No voy a resistirme, Andy, ya no.
El rubio ni siquiera lo escuchó. Llenó su cavidad bucal con su lengua, exploró y se regocijó con su aliento.
Había tomado una decisión sin importar lo que les deparara el destino. Este era su momento, ese hombre era su momento, y no permitiría que nadie se lo robara. Si al día siguiente moría, lo haría con una sonrisa en sus labios, con el sabor de la piel sedosa en su paladar.
—Lléname de ti. Te deseo. Te necesito.
Kellan estrujó la bata celeste. Una de sus manos fue hacia el trasero de Andy, que apretó con fuerza.
El rubio jadeó ante el fuerte contacto.
—Eso es. No tengas miedo. No vas a romperme.
—Cariño, no tienes idea de lo que pides.
Andrés hizo oídos sordos a la advertencia, concentrado en saciar su lascivia.
—Quítate esto. Tengo que verte. —Tiró con fuerza, arrancando la remera blanca. Sus dedos índice y medio recorrieron la profunda línea que marcaba el six pack abdominal, el cual provocó una erección instantánea en Andy.
El pulgar de Kellan fue hasta la carnosa boca. Los labios estaban resecos y ya no tenían el delicado rosa. No importaba. De todas formas, eran apetitosos, su comida favorita, la que deseaba en el desayuno, almuerzo y cena. Y entonces volvió a besarlo. Se entregó por completo. Su boca entreabierta recorrió palmo a palmo ese cuerpo que olía a jabón y limón. Había extrañado ese perfume como si se tratara del oxígeno. Deslizó la bata celeste por sus brazos y se dedicó a pincelar el cuerpo delgado con su lengua. Los jadeos de Andy se convirtieron en gemidos. Olvidó que su mejor amiga estaba a unos pasos en su habitación.
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OCÉANO - S.B.O Libro 3 (Romance gay +18)
Любовные романыEl silencio del océano, la adrenalina recorriéndolo mientras el magnífico tiburón de cuatro metros paseaba a su alrededor... Christopher Janssen amaba el peligro, aquella sensación de vitalidad que le otorgaba, mostrándole al mismo tiempo que era vu...