Kellan había desayunado con Hayden. Ni siquiera había prestado oídos a lo que este le había comentado. Todos sus sentidos estaban enfocados en el encuentro con Andrés. Lo había anhelado tanto. Había esperado durante años para tener ese diminuto cuerpo, totalmente entregado, deseoso, que solo suplicaba por más. Diablos, el rubio había colmado todas sus expectativas, sin reclamos, sin objeciones, tan bello y sumiso que hizo que el momento fuera perfecto. Ahora Kellan no podía esperar más tiempo. El pobre Andy no tenía idea de la bestia que había despertado. Poco a poco la iría descubriendo.
—¿Entonces? —preguntó Hayden en tono divertido y chasqueó sus dedos para que el sudafricano saliera de su trance.
—¿Qué?
Enarcó una ceja y frunció sus labios.
—¡Hombre! ¡Cuéntame! ¿Qué tal la víctima?
Kellan tragó saliva y se acomodó el cuello de la camisa.
—Estuvo bien.
—¿«Estuvo bien»? —Hayden imitó el tono de forma burlona—. Si crees que voy a conformarme con esa respuesta...
—Fue genial, ¿sí? —espetó Kellan nervioso—. Amó cada cosa que le hice.
—¿Estás enojado? Vamos, eso es bueno. Lo tienes en tus manos ahora y puedes romperlo cuando quieras... tal y como él lo hizo contigo.
—¿Por qué estás tan feliz? Disfruto follarme a otro y tú solo...
—Cariño —Hayden mordió la tostada con sensualidad y saboreó la mermelada que quedó en la comisura de sus labios—, sé lo que sentiste esa vez cuando te rechazó. El dolor, que todavía está presente, que se niega a abandonarte, que jamás se irá, lo viví una vez. Es por esto por lo que me identifiqué contigo inmediatamente. Somos parecidos. Confía en mí, ahora el que se quedará llorando es el pequeño bastardo.
—Soy un caso perdido.
—¿De qué hablas?
—Siento que esto me duele más a mí que a él. Por momentos quisiera volverlo cenizas y, por otro lado, solo anhelo protegerlo. Estoy en una encrucijada, y se me hace imposible manejar mis emociones. No puedo reprimirlas.
—¿Quién dijo que debes reprimirlas?
—Hayden —se alejó de la mesa—, no me he sacado su cara de la cabeza desde anoche, el ruidito que hace cuando llega al orgasmo, los espasmos de sus caderas, su corazón palpitando junto al mío, sus ojos, que estaban atrapados en mí, como si fuera lo más bello del universo.
—Kellan, eres demasiado débil —reprochó—. Toda esa musculatura para nada. ¿Quién diría que eres una llorona?
—No lo soy.
—¿En serio? ¿Y por qué tienes estos ataques de consciencia? Te prometí ayudarte en esto, pero si empiezas a dudar va a ser una tarea imposible, ¿de acuerdo?
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OCÉANO - S.B.O Libro 3 (Romance gay +18)
Roman d'amourEl silencio del océano, la adrenalina recorriéndolo mientras el magnífico tiburón de cuatro metros paseaba a su alrededor... Christopher Janssen amaba el peligro, aquella sensación de vitalidad que le otorgaba, mostrándole al mismo tiempo que era vu...