Los párpados de Ignacio pesaban tanto, por lo que apenas los sostenía abiertos. No había pegado un ojo en todo el viaje, y luego de la sesión maratónica de reconciliación parecía un zombi.
Eran las ocho de la mañana y había tomado una bebida energizante y dos tazas de café, que, al parecer, hacían el efecto contrario.
Un golpe en la puerta hizo que levantara la vista de los papeles que tenía en frente.
—Adelante.
Una chica de unos veinte años, de color ébano, ingresó.
—Buen día, señor.
—Buenos días...
—Nayanka. Mi nombre es Nayanka Almudi.
—Bien, Nayanka, encantado. ¿Qué necesitas?
—Tengo un problema. Se lo comenté a recursos humanos y a la señora Claire, pero...
La sumisión y la tristeza de la chica hicieron que Ignacio dejara de un lado la fatiga por unos minutos.
—Dime, ¿qué es? Tal vez pueda ayudarte.
—Estoy embarazada.
Era demasiado joven, tan frágil para tener que enfrentar tamaña responsabilidad.
—¿Y qué hay de malo en eso?
Ignacio trató de sonar lo más informal posible, inspirar confianza, que era lo que la mujer necesitaba.
La chica se derramó en un llanto tan genuino que lo hizo palidecer.
—La señora Claire me dijo que... debería buscarme otro empleo, que no le servía embarazada. Ingresé hace un año. Yo sé que fue un error. Le pido que no me despida. En verdad necesito el trabajo.
La mandíbula de Ignacio se tensó, apretando sus dientes con fuerza. Odiaba las injusticias, las detestaba con cada fibra de su cuerpo. Lautaro lo había llamado «tonto idealista» tantas veces y su madre le había repetido lo mismo, pero estaba en su esencia y no iba a cambiar lo que era. Por eso se había especializado en Derechos Humanos. Por ello siempre había sido un pobre diablo, al que nunca le entusiasmaron las causas civiles o penales, que jamás consideró defender a tipos que estaban forrados en dinero, pero que eran tan culpables que Nacho se asqueaba con solo mirarlos.
—Nayanka, descuida, eso no sucederá, ¿está bien?
La chica frenó sus lágrimas y llevó sus manos trémulas hacia la falda de su uniforme, el cual apretó con fuerza.
—Gracias, señor Ellis. En verdad le agradezco esto.
—Puedes llamarme Ignacio. Lo de señor me hace sentir viejo, y no lo soy aún.
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OCÉANO - S.B.O Libro 3 (Romance gay +18)
RomanceEl silencio del océano, la adrenalina recorriéndolo mientras el magnífico tiburón de cuatro metros paseaba a su alrededor... Christopher Janssen amaba el peligro, aquella sensación de vitalidad que le otorgaba, mostrándole al mismo tiempo que era vu...