Pasaron quince días desde que Christopher Janssen regresó fugazmente a su vida. Ignacio se encontraba en su cama, tratando de conciliar el sueño, ese que le era esquivo, que se escondía cada vez que tocaba la almohada y mil memorias lo invadían. La vida había seguido su ritmo cotidiano. Reuniones, clientes, proveedores, problemas y más problemas. El ritmo desenfrenado ya formaba parte de sus hábitos. Solo cuando anochecía los pensamientos, emociones y aromas hacían que su cabeza diera vueltas y regresara allí, a ese hombre.
Era una imbecilidad querer negar lo evidente. Desfallecía por un beso de él a pesar de que se había mantenido fuerte y se había obligado a sí mismo a retirarse. Chris lo había llamado después del último encuentro miles de veces, a tal punto que había tenido que cambiar tres veces su número de teléfono. Sabía que esto continuaría. Cuando Christopher se prometía algo, era perseverante, demasiado para su gusto. Todavía no entendía cómo había sido posible no ceder, pero, contra toda especulación, lo había hecho.
Cerraba los ojos y cada encuentro volvía a su memoria. Su cuerpo, sus manos, su pene, que lo embestía al punto de estremecer cada terminación nerviosa.
«Te amo. Te deseo tanto que apenas soy capaz de respirar sin ti».
Era una situación que lo volvía loco y le acarreaba hora tras hora de insomnio. Necesitaba de su voz, un beso, una caricia. Necesitaba sexo con él. Su posesividad, arrogancia, la forma en que lo hacía sentir suyo. La manera en que él mismo se sentía único.
«Muestra dignidad y palabra una vez en tu vida. El tipo no te ama de verdad, ¡apréndelo de una buena vez! ¡Imbécil! ¿Qué harás? ¿Le rogarás una follada?».
Un ruido en el ventanal que daba a uno de los jardines lo hizo levantarse y salir de la espiral de regaños y limitaciones autoimpuestas.
Era cerca de las dos de la mañana, así que el movimiento era escaso en esos horarios.
El ventanal estaba entreabierto. Ignacio frunció el ceño y presionó sus labios, meditando.
Era extraño. Estaba seguro de que lo había dejado cerrado. Truenos habían empezado a bramar. Una tormenta se avecinaba a lo lejos. Oyó el estruendoso sonido de las olas rompiendo y sintió el viento húmedo mover las blancas cortinas de seda que ornamentaban la habitación y combinaban con los tonos pastel de la ropa de cama. Las nubes comenzaban a llenar el cielo y apagaban la luz de la luna, la cual poco a poco se perdía entre ellas.
Ignacio se acercó al vidrio y dio dos pasos hacia el balcón para ver qué ocurría afuera. Entonces, en un segundo, una mano pesada lo inmovilizó, sujetándolo con fuerza del cuello, mientras con la otra mano lo tomaban del brazo, poniéndolo en alerta.
¿Qué ocurría?
Lo arrastró a la cama, donde fue arrojado sobre su abdomen, y, sin posibilidad de reacción, llevaron sus manos a su espalda, inmovilizándolo con esposas. Mientras tanto, sus piernas fueron separadas y atadas con lazos de cuero a los barrotes de hierro de la parte inferior del lecho. La fuerza que el atacante tenía era increíble, eso sumado a la acción sorpresiva había logrado que Ignacio luchara en vano. Estaba de espaldas. No había podido observar al perpetrador. La respiración se volvía espesa. El miedo y la confusión lo recorrieron.
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OCÉANO - S.B.O Libro 3 (Romance gay +18)
RomanceEl silencio del océano, la adrenalina recorriéndolo mientras el magnífico tiburón de cuatro metros paseaba a su alrededor... Christopher Janssen amaba el peligro, aquella sensación de vitalidad que le otorgaba, mostrándole al mismo tiempo que era vu...