Capítulo veinticuatro.

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Llegué a la comisaría con el corazón en un puño. Miré la hora y maldije mentalmente. Hacía una hora que Aria había salido de casa, completamente decidida a rescatar a su hijo.
Christian estaba hablando con Phoebe cuando me acerqué a ellos.
Phoebe, mi preciosa hija, me abrazó con fuerza y yo besé su mejilla para tranquilizarla. Ella tembló mínimamente en mis brazos, para después correr hacia Ted y Brandon, que acababan de entrar por la puerta de la comisaría.
Los ojos de Christian me recorrieron, y al instante supe que él sabía que algo me ocurría.
Sentí el firme pero suave agarre de su mano en la mía, y me contuve para no morderme el labio.
-¿Qué ocurre, Anastasia? -preguntó él, con firmeza. Exigía una respuesta.
Los ojos grises que me enamoraban me transpasaron, y casi estuve a punto de contarle todo. Sin embargo, recordé la amenaza de Alexia y el inocente rostro de Alexander apareció en mi mente. 
Perdóname por ocultarte esto por ahora, mi amor... Pero no puedo arriesgarme.
-Todo esto me hace recordar a Jack, Christian. Pasé tanto miedo pensando que podría perder a Ted que... -inspiré con fuerza, liberándome de la mitad del peso que ocultaba en mi alma-. Por favor, que Alex esté bien...
Christian me abrazó, y me dio un suave beso.
-No te preocupes, Ana. Todos están buscándole, pronto lo encontrarán... A él y a sus secuestradores -la voz de Christian cambió, endureciéndose-. Y lamentarán todo esto.
Cerrando los ojos, recé para que tuviese razón.
*******
Observé como Phoebe abrazaba a Brandon y posteriormente se besaban.
Habíamos recorrido toda la maldita ciudad buscando a Alexia. Pero ella, tan escurridiza como siempre, había encontrado el lugar donde refugiarse.
Pero no me cansaría de buscarla hasta que la encontrase... A ella, o a Alex.
De pronto, el rostro de Aria apareció en mi mente y maldije. La búsqueda de Alex me había absorbido tanto, que me había olvidado del estado de mi mujer.
Decidido a llamarla, estaba a punto de marcar cuando mi madre me quitó el teléfono de las manos. 
Saliendo de la nada, sus ojos se veían severos y... Nerviosos.
-No la llames, Ted.
Fruncí el ceño ante su tono agudo, y levanté una ceja segundos después.
-¿Qué ocurre, mamá? 
De pronto, ella me abrazó con fuerza y negó con la cabeza. Su silencio me preocupó más que nada.
-¿Ha pasado algo con Aria? ¿Está bien?
Ella tragó saliva y miró la hora cuando se soltó de mi abrazo.
Sin quererlo, empecé a imaginar millones de hipótesis, y ninguna era buena. 
-Ya han pasado las dos horas...-susurró ella para sí misma, con voz asustada y temblorosa. Cuando alzó sus ojos idénticos y los clavó en los míos, maldije.
-¿Dos horas para qué, mamá? -le pregunté, cogiéndole el rostro con las manos. Se le inundaron los ojos en lágrimas.
-No... No puedo hacerlo contigo. No puedo ocultártelo...
La voz alterada de mi madre atrajo la atención de Phoebe y Brandon, que se acercaron preocupados.
Mi padre, que estaba hablando con el inspector del caso, se acercó alterado.
-Hace dos horas, Alexia contactó con Aria y amenazó con ma-matar a Alex si no le entregaba dinero a cambio...-dijo ella, llena de lágrimas-. Quise convencerla para que no fuese pe-pero... Dios... Que no le pase nada...
Sentí como si un puñal frío y afilado se clavase en mis entrañas. Imágenes de Aria acostada en la cama del hospital, al borde de la muerte, me inundaron. La respiración se me aceleró y maldije con fuerza antes de pasarme las manos por el pelo varias veces.
-¿Por qué no has dicho nada, Anastasia? -le preguntó mi padre desesperado.
Ésa era la misma pregunta que yo me hacía. Furioso como estaba con ella, ni siquiera me molesté en mirarla cuando intentó pedirme perdón. 
Si algo le ocurría a Aria... No. Nada le ocurriría porque no lo permitiría. Estaba a punto de llamar a Aria, desesperado por oír su voz, cuando la profunda voz del inspector nos silenció.
-De nada nos sirve reprocharle nada -traspasó con la mirada a mi madre-, aunque haya hecho una tontería -se acercó a mí, del tamaño de un armario, y extendió su mano-. Entiendo como te sientes ahora mismo, muchacho, pero debes actuar con lucidez. Rastrearemos el número de tu mujer, pero necesitamos que, si te coge el teléfono, aguantes lo suficiente como para que la encontremos -se aclaró la garganta-. También cabe la posibilidad de que no sea ella la que responda, sino los secuestradores... 
Esto último cayó sobre mí con dureza. No quería ni pensar en lo que haria Alexia con Aria, pero estaba seguro de que no era nada bueno.
Cerré los ojos, intentando senerarme y asentí. El inspector miró a todos los demás y les pidió que fuesen a casa. 
A pesar de las quejas, acabaron asintiendo. Phoebe se acercó a mí con lágrimas en los ojos y me besó la mejilla. Se me inundaron los ojos de lágrimas, como a ella. Sin necesidad de hablar, en esos pocos segundos en los que nuestras miradas conectaron, yo recibí todo el apoyo que ninguna palabra podría jamás darme. El apoyo de una hermana.
Miré a los demás, a Daniel, a Brandon, a Marlene, a mis padres...
Mi madre intentó acercarse a mí, con los ojos llenos de lágrimas, pero el rencor que sentía en ese momento era tan grande que la rechacé.
-Por favor, déjame...-le susurré sin mirarle.
Ella sabía lo importante que era Aria para mí, y aún así había permitido que se pusiera en peligro.
Y que Aria, esa frustrante e imposible mujer a la que amaba, que aún sabiendo que no soportaría pasar otra vez por lo mismo que pasé cuando casi muere, se pusiese en peligro... Me enfurecía.
Sin hacer caso a la mirada herida que recibí por parte de mi madre, caminé furioso hasta la sala en la que me esperaba el inspector. 
Cuando la puerta se cerró detrás de mí, mis hombros cayeron, pesarosos.
-¿Empezamos? -preguntó el inspector.
Yo asentí ligeramente y me senté en la mesa, con el teléfono entre mis manos.
Mirando la pantalla con el nombre de mi esposa, cerré los ojos y esperé...
Hasta que una voz, conocida pero odiada, me contestó.
-Hola, Teddy… ¿Me echabas de menos?

* * * * * * * * * *

Aparqué con el corazón a mil por hora. Miré la bolsa que contenía el dinero que la zorra de Alexia me había pedido a cambio de mi hijo. Había resultado estúpidamente sencillo sacar todo aquel montón de dinero del banco.

Miré el casi derruido edificio donde se refugiaban aquellas dos ratas y estuve tentada de llamar a Ted y de contarle todo; sin embargo, el miedo de que le pudiese ocurrir algo a Alex me corroía, y no me dejaba pensar en otra cosa que en su seguridad.

Miré el pequeño papel arrugado que tenía entre las manos. En ella sólo se veía la dirección del edificio, y el número del piso en la que estaban aquellos dos. Casi ni reconocía mi propia letra, del miedo que había sentido al escuchar a Michael gritándole de fondo a Alexander mientras Alexia me escupía la dirección y una nueva amenaza.

Cerré los ojos y apoyé la frente en el volante, asustada. En ese momento más que nunca necesitaba a Ted a mi lado, pero él no debía enterarse de esto… aunque cuando recuperase a Alex, él estaría horriblemente cabreado.

Besando el anillo de compromiso, cogí aire y agarré la bolsa sin más contemplaciones. Huir ya no era una opción…nunca la fue.

Atravesé la vacía carretera, en dirección a la entrada, y me fijé en lo mucho que había cambiado mi día en solo unas horas.

Esta mañana, me levanté junto al hombre al cual amo, con todos nuestros problemas solucionados, con nuestro hijo en casa y durmiendo plácidamente en la habitación contigua… ahora, iba a entrar en un edificio de mala muerte, para intentar rescatar a Alex.

Abrí la puerta, que chirrió de mala manera, y miré el espacioso pero pobremente decorado recibidor. Había una estropeadas escaleras a la izquierda, un estropeado ascensor lleno de marcas y dibujos y unos buzones rotos.

Las escaleras, cómo no, no tenían luz, así que subí los dos únicos pisos hasta mi destino.  Por el camino, oía discusiones, platos rompiéndose, y en algún piso estaban montando una escandalosa fiesta.

Cuando llegué a mi destino, me aterré.

Justo detrás de aquella puerta, estaba mi pequeño… Cerré los ojos y me llevé la mano hacia la pistola que tenía escondida en el pantalón. Anastasia me la había dado minutos antes de que emprendiera mi carrera contra reloj para conseguir el dinero. Cuando me aseguré de que estaba allí, me convencí a mí misma de que esto era lo que tenía que hacer.

Cogí aire, y llamé… hasta que la puerta se entornó ella sola. Cuando abrí, el estrecho y largo pasillo que me recibió me aterró. Estaba oscuro, pero en la habitación del final se podía distinguir el fulgor de una televisión.

Caminé hasta allí, tensándome en cuanto pasaba de largo por alguna habitación. Cuando llegué, el alma se me cayó a los pies. Alexia estaba sentada allí, con un vaso de whisky en la mano, y una pistola en la otra. Su mirada perdida, era aterradora, pero era su sonrisa fría la que de verdad me asustó.

–Cuánto tiempo, querida… ¿Has traído lo que te pedí? –preguntó ella sin mirarme.

–¿Dónde está Alex? –pasé la mirada por toda la habitación, hasta que mi mirada se posó en una puerta que estaba cerrada, sólo a unos pasos.

–El mocoso está bien, mi hermano sabe cuidar de los niños… La mayor parte del tiempo. Pero ahora, siéntate –me ordenó, pero no obedecí hasta que me apuntó con la pistola–. Bien, ahora quiero mi dinero, puta.

Yo apreté la mandíbula, asustada, y abrí la bolsa para que viese el dinero.

–Ahí tienes tu puto dinero, zorra. Ahora devuélveme a mi hijo.

Los ojos de Alexia brillaron emocionados al ver el dinero, pero de pronto sonrió. Clavó su mirada en la mía y negó lentamente con la cabeza.

–Lo siento, putita, no puedo darte algo que no te pertenece –se levantó y quitó el seguro del arma–. Di adiós, Aria…

Su voz cantarina me hizo querer vomitar. Estaba a punto de sacar la pistola que tenía guardada cuando mi teléfono sonó, haciendo que la atmósfera se rompiera.

Alexia bufó y extendió la mano.

–Dame el maldito teléfono, puta –siseó, furiosa. Sin embargo, cuando se lo di entre temblores, ella sonrió y lanzó una carcajada–. Oh Dios, es Teddy… ¡Magnífico!

–¡No! –grité segundos antes de que descolgara.

Alexia me miró con altanería, con una fría diversión, y dijo:

–Hola Teddy… ¿Me echabas de menos? 

Una luz para cada sombra. [Segunda temporada de Theodore Grey.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora