Capítulo veintiuno.

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¡SIENTO MUCHO LA TARDANZA! He tenido pequeños problemas personales, que se han juntado con los exámenes (que por cierto, todavía no he acabado) ;( Tengo pensado acabar esta historia pronto, porque ya se ve un final, y también tengo pensado hacer unos pequeños capítulos especiales, pero todo esto cuando acabe... (que repito, espero que sea pronto). ¡De verdad, espero que me perdonéis y que disfrutéis de este capítulo, aunque sea un poco... triste!

Habían pasado dos horas. Dos horas desde que Marlene me había llamado y me había contado lo sucedido.

Sentía el corazón en un puño, apretado y sangrante, mientras veía a Aria llorar con las manos en la cara y entre mis brazos. Sus llantos ahogados me estaban atormentando como nada antes, pero no podía derrumbarme yo también. Teníamos que encontrar a Alex, y pensar en otra cosa era lo peor que podríamos hacer. 

Cerré los ojos con fuerza mientras oía la profunda voz de mi padre hablar con los policías. También oía la temblorosa voz de Marlene, relatando por décima vez lo ocurrido. Maldita sea, ¿cómo pudo ocurrir? 

De repente, sentí una suave mano en la espalda y al instante supe quien era. Giré la cabeza hacia ella, y unos tristes y llorosos ojos azules me miraron. Señaló con la cabeza a Aria y yo negué con la cabeza.

Ella cerró los ojos y sin decir nada, le acarició con la cabeza a Aria con tranquilidad, intentando calmar su llanto. Pronto, Aria dejó de llorar, pero seguía temblando entre mis brazos.

-Vamos, cariño... Necesitas algo para relajarte -mi madre la separó de mí con cuidado, y tuve que contenerme para no impedirlo. Aria, como en un trance, siguió temblando y con la mirada perdida, fija en un punto inexistente del suelo-. Voy a llevarla a casa. Necesita algo de descanso.

En cuanto Aria se fue me senté en la incomoda silla de metal que había, sintiendo todo el peso de estas dos horas como nunca. Jamás había sentido el miedo como hoy; estas dos horas estaban siendo un maldito infierno, pero no podía -ni debía- imaginar lo que le estaba ocurriendo a mi pequeño hijo.

-Ted...

Levanté la cabeza y clavé la mirada en Daniel. Me sorprendí al verle aquí, pero pronto recordé que había sido él quien había estado con Aria en el momento que le llamé para avisarle. Con el pelo revuelto y los ojos tristes, me ofreció un vaso.

-Toma -me ofreció y lo cogí sin ganas de beber el humeante café-. Tranquilo, Ted. Pronto lo encontraremos y estará bien, ya lo verás.

Incluso entonces, pude notar la duda en su voz. A pesar de todo, le sonreí sin ganas y bajé la mirada hacia el suelo. Sentí su mano en mi hombro, apretando con fuerza y transmitiéndome la seguridad que ni él mismo sentía.

De pronto, la puerta de la comisaría se abrió de par en par, y Phoebe, seguida de Brandon, corrió alarmada hacia nosotros. Cuando llegó hasta mí me levanté y ella se paró a varios pasos de distancia. Se le inundaron los ojos de lágrimas. Segundos después la tenía abrazada a mí, y yo me agarré a ella con fuerza. Sentí las lágrimas en mis ojos y los cerré con fuerza, hundiendo mi cara en el cuello de mi hermana. Jamás la había necesitado tanto como hoy.

Levanté mi mirada y la posé en Brandon. Éste me devolvió la mirada y pude ver la incredulidad en sus ojos. Mi hermana se separó de mí intentando limpiarse los ojos y corrió hasta mi padre en busca de respuestas. 

Fue entonces cuando recibí el abrazo de Brandon, apoyándome como el mejor amigo, el hermano, que era para mí.

-Tranquilo, Ted. Encontraremos a Alex y estará bien, ya lo verás.

Yo asentí levemente sin poder hablar, y miré hacia el policía que estaba intentando retratar al hombre que había hablado con Marlene. Entonces, deseé más que nunca que Brandon tuviese razón.

* * * * * * * * * 

Observé furiosa mientras Alexander lloraba sin parar. Le había golpeado, presa de la desesperación, cuando éste se había puesto a preguntar por sus estúpidos padres. Ahora, el mocoso estaba llorando por culpa de la sangre que salía de su boca y del morado que crecía en su mejilla.

-¡Haz que ese maldito mocoso se calle, Alexia! -berreó mi hermano desde la habitación de al lado.

Apreté los labios y taladré con la mirada al mocoso, que estaba acurrucado al otro lado de la habitación. Sus ojos azules brillaban por las lágrimas, y su expresión de miedo me daba una especie de... satisfacción. Sí. Me gustaba saber que el mocoso, que era igual de repelente que su madre, sufría. 

Desde luego, todas las ansias que había tenido de quedármelo, desaparecieron. Sin embargo, no podía ser de otra forma. Él era el billete a la libertad... y a la venganza. La pequeña esperanza de que la sucia zorra de Aria no le hubiese contagiado sus genes de estúpida, se había apagado por completo.

Me acerqué al niño y me acuclillé delante de él, sonriéndole fríamente. Me gustó su mirada casi aterrada.

-¿Dónde están mis papás? -preguntó inocentemente él. Yo me reí.

-¿Por qué preguntas por ellos? -acerqué mi mano a su mejilla casi amoratada y le pasé las uñas, sin llegar a clavárselas, por la mejilla. El se estremeció de miedo y dolor-, ellos te han dejado aquí. Tus queridos papás no te quieren, ¿quién podría quererte? No eres más que un pequeño y molesto estorbo. No sirves para nada -El niño me miró, callado y triste, comprendiendo lo que le decía. Orgullosa me levanté y le miré desde arriba-. Mantente así, mocoso. Me irritas cuando hablas.

Apreciando el silencio que por fin se había hecho en la pequeña casa, sonreí. Caminé hasta la habitación donde estaba mi hermano y pasé la mirada por el salón de su apartamento. Pobre y sencillo. Aburrido.

-Por fin se ha callado -gruñó él, irritado-. Tu maldito plan casi hace que me vuelva loco...-se encendió un cigarro-. Bueno, ¿cuándo va a empezar la segunda parte? Quedarse por más tiempo aquí es peligroso. Cuanto antes acabemos y consigamos el dinero, mejor.

Puse los ojos en blanco y le atravesé con la mirada ante su falta de inteligencia.

-Tenemos que asegurarnos de que Aria está sola, y de que puede conseguir el dinero que le pidamos, ¿entiendes, idiota? Si nos apresuramos, quizá todo se joda, así que cálmate.

Él gruñó y me taladró con sus ojos, idénticos a los míos.

-Eso es muy fácil para ti decirlo, ya que la vieja no te ha visto la cara -apretó su mandíbula y, segundos después añadió-: Sabes que si me pillan, tiraré de la manta y tú caerás conmigo, ¿verdad que sí, hermana?

Inspiré con fuerza, furiosa. Maldito fuera.

-Tranquilo, hermano...-repetí con asco-, no dejaré que te pillen. Pronto, tú y yo estaremos muy lejos de aquí... y los Grey sufrirán como se merecen.

Él levantó las cejas ante la presencia del odio en mi voz pero no dijo nada. Estuvimos en silencio durante unos minutos, hasta que Michael, preocupado, preguntó:

-¿Y qué haremos con el niño? ¿Lo devolveremos, no?

Yo bufé ante su estupidez. ¿Cómo podía ser tan ingenuo?

-¿Cómo vamos a devolverlo? ¿Tú eres imbécil? Si lo devolvemos, no tendremos ninguna protección, y los Grey harán lo que sea para atraparnos...-me levanté y miré hacia la puerta que conectaba con la habitación de Alexander-, sin embargo, con el mocoso con nosotros, tendremos una posibilidad de huir.

Michael frunció el ceño y negó con la cabeza.

-Pero ese no era el plan... Sólo lo íbamos a usar para conseguir el dinero, ¿no?

-¡Deja de ser tan estúpido y piensa un poco! -le grité, ya cansada-. Haremos lo que yo diga, Michael. Y no me cabrees más. Sé lo que tenemos que hacer, y punto.

Él se quedó callado y me miró entre sorprendido y asustado, y asintió. 

Cogiendo el teléfono, sonreí. Bien. Que empezase la segunda parte del juego, pues.

Una luz para cada sombra. [Segunda temporada de Theodore Grey.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora