Capítulo cinco.

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Me desperté con un horrible pitido en los oídos.  Me senté tambaleante en una cama que no era la mía… ¿Dónde demonios estaba?

De repente, como si se hubiese hecho la luz, los recuerdos de la pasada noche aparecieron claros en mi mente y maldije cuando empeoraron el dolor de cabeza.

Me arrastré hasta el baño y me sorprendí cuando una chica que parecía yo me devolvió la mirada frente al espejo… ¿Qué me había pasado?

Los ojos eran los míos, pero estaban hinchados y rojos por las lágrimas.

¿Y esas ojeras? ¿Desde cuándo estaban ahí? Ahora, dos enormes ojeras se marcaban bajo mis ojos.

¿Y ese pelo era el mío? Estaba enredado de una forma imposible.

Pero lo peor eran los labios… Agrietados y sangrantes por mordérmelos, parecía que no hubiese bebido agua en mi vida.

–Estoy hecha un asco –sentencié apartando la mirada del espejo.

Quizá por eso Ted ya no me quería… quizá no le gustaba y por eso buscó a alguien que sí.

Una solitaria lágrima cayó desde mi mejilla y se perdió en la tinaja de la ducha. Me había desvestido con rapidez y ahora estaba abriendo el grifo del agua.

Cuando el agua caliente me tocó, cerré los ojos y me olvidé de todo durante largos minutos… Hasta que el agua empezó a enfriarse.

Rápidamente me duché y salí de la ducha. Aunque las ojeras no habían desaparecido y los labios me ardían, el pelo y el enrojecimiento de ojos habían mejorado.

Me puse la ropa que había en la habitación. Supuse que Daniel la había puesto allí por la noche, porque yo no recordaba mucho… Solo mucho dolor, el mismo que sentía ahora.

Intentando ignorarlo, salí de la habitación completamente vestida y caminé hasta la cocina con el pelo mojado.

En cuanto Daniel me vio, saltó de la silla de la mesa y se acercó corriendo a mí.

–¡Aria, por favor! ¡Sécate el pelo, que estamos en invierno!

–Daniel, por favor… tengo hambre –mentí.

Él puso los ojos en blanco y señaló la mesa.

En ese instante, observé al maravilloso rubio que había sentado en la mesa y me sobresalté. Quizá habría sido mejor si me hubiese secado el pelo.

Sentándome en la mesa, le miré fijamente e intenté sonreír, pero creo que le ofrecí una mueca. Genial.

Sin embargo, el rubio sonrió de lado y me miró fijamente con sus ojos verdes.

–Me llamo Michael… Encantado –me ofreció una mano y yo se la devolví.

–Yo soy Aria… Yo…–miré a Daniel, que parecía concentrado en la tostada que tenía en las manos.

–Tranquila, lo entiendo. Dani me ha explicado más o menos lo que te pasó… ¿Así que tienes problemas con tu novio, eh?

Todavía es mi esposo. Gilipollas.

–Algo así –me sonrojé y bajé la mirada hacia el café que Daniel me había dado antes de sentarse.

El desayuno transcurrió en silencio, pero no era incómodo. Yo estaba en mi mundo, pensando en lo mucho que me iba a costar ir a casa.

Recé para que Ted se hubiese ido y para que simplemente tuviese que entrar y coger a Alexander.

No pensaba quedarme lejos de mi hijo. Había sido él el infiel; ahora que asumiese sus consecuencias.

Una luz para cada sombra. [Segunda temporada de Theodore Grey.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora