XX. Pasión inesperada.

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20.

― ¿Disfrutaste del espectáculo?

Heather hizo una mueca de asco.

―Ya quisieras ―Lo aparta ―Ahora dame la plata.

El heredero del ducado Linsterwood sonrió con sorna mientras rebuscaba en su bolsillo una pequeña bolsa con algunas monedas de oro. La mujer que tenía en frente, admitía, era exquisita, un pecado para cualquier hombre, pero no para él. Su debilidad la tenía justo a unos pocos metros, encerrada en esa habitación.

Se había confabulado con la amante de su futuro cuñado para que vigilara que nadie se acercara mientras intimaba con su mujer, porque si, la creía de su absoluta propiedad. No quería que nadie se enterase de sus andanzas en la propiedad, eso sería su ruina.

―Está por la mitad ―Exclama la mujer ―acordamos que la bolsa estaría llena.

―Te prometí una bolsa llena de monedas si eras capaz de traer a esa criada exquisita ―Se refirió a Janne.

Edward nunca intimaba con otra mujer que no fuera su Mari, pero ella, esa mujer le atrajo como un perro en celo.

Desde que era un niño sabía que algo no andaba bien con él. Supo a muy temprana edad, que no era hijo biológico de Asher, el cual, vivió hasta el día de su muerte en una gran mentira. Tenía unos catorce años cuando conoció a su querida hermana. La primera vez que la vio, sintió un amor enfermizo que lo asustó, lo hizo sentir culpable los primeros meses, pero luego lo comprendió, ella le pertenecía, era el único hombre capaz de hacerla feliz y cuidarla. Era su hermano, era un lazo inquebrantable, y se aseguró de que fuera suya para siempre.

―Fue un placer hacer negocios contigo.

―El placer es mío excelencia ―Se inclinó ocultando su malévola sonrisa, el hombre no tenia idea de lo que su cabeza había maquinado en su contra.

Esperó por unos minutos esperando que el hombre se alejara lo suficiente, y cuando lo creyó prudente, se dirigió al dormitorio de la hermana del Duque, la cual yacía completamente desnuda en la cama.

―Pero, ¿Qué sucedió? ―Fingió preocupación mientras se acercaba a la cama.

No tuvo respuesta, solo se escuchaba el llanto incontrolable de la muchacha. En algún lugar recóndito de su corazón, sentía un poco de pena por ella, le recordaba a Heather lo que vivió con el barón. Pero lastimosamente, cada quien debía atender sus propios problemas y encargarse de ellos.

―Calma, calma ―Susurró mientras que, con mucha discreción, sacaba el collar de perlas de Lady Eiren y lo lanzaba debajo de la cama de su oponente.

***

Miraba con mucho detenimiento cada curva de su figura. Allí con las rodillas apoyadas en la alfombra, sus esbeltas piernas se dejaban apreciar gracias a que la mujer no poseía unas medias. Sus ojos no abandonaban el trasero redondo que se notaba aun por debajo de la falda.

Sentía excitación.

El Marqués regresó mucho antes de lo planeado, luego de enterarse de tan valiosa información quiso regresar al castillo lo antes posible. Durante todo el trayecto no dejó de pensar sobre lo que haría, ¿Enfrentaría a la intrusa? O ¿Se la dejaba en bandeja a su amigo?

Al llegar decidió dirigirse a su alcoba y encerrarse a pensar sobre lo que haría al día siguiente, pero la sorpresa fue grande al abrir la puerta y encontrarse con tal escena.

No contaba con que aquella excitante impostora estuviera allí.

Se acercó cautelosamente sin apartar la vista de su cuerpo. En primer lugar, Alec no tenía idea de por que se acercaba, ciertamente había tomado unas copas con su lacayo en una de sus paradas, pero estaba seguro que no estaría tan pasado de copas, quizá... Era igual que su amigo, era débil al encanto femenino. No le importaba que fuera una impostora, tenía tanto tiempo sin desahogarse sexualmente que sentía una tensión enorme.

Le sorprendía lo distraída que podía llegar a ser la mujer, estaba solo a unos centímetros de su cuerpo y ella aún no se inmutaba. Ágilmente tomó su estrecha cintura posicionándose encima de su cuerpo.

No recibió más que un pequeño jadeo en sorpresa, pero nada más. Cuando lo pudo reconocer notó como la intrusa se calmaba.

― ¿Por qué estas tan calmada? ―Preguntó mientras pasaba su nariz por el cuello de la criada. Estaba loco, lo sabía, pero olía tan bien.

―No lo se.

Mientras seguía con su nariz enterrada en su cuello, sus manos agiles y traviesas se dirigieron a los cordones del corsé. No sabía que tenía la necesidad de ver lo que se escondía tras esa trampa mortal que llevaban las mujeres, pero a la vez las hacían ver tan atractivas con esos escotes.

Una vez pudo desatarlo, rasgó de un solo tirón la tela que cubría sus senos, dejándolos a su merced. Empezó a tocarlos con sus manos mientras se regocijaba con los imperceptibles jadeos que soltaba su acompañante.

―No sé que pase luego de esto ―Alec se detuvo al escucharla ―, pero necesito desahogarme ―Concluye a la vez que con sus manos tocaba por encima de los pantalones su miembro, el cual ya estaba totalmente erecto.

En respuesta, Alec levantó la falda del vestido llevándolo hasta la cintura de Janne, y al hacerlo, notó que la mujer no llevaba enaguas, tragó seco. Empezó a estimular con su mano el monte de venus hasta que se introdujo en ella a la vez que ambos soltaban un jadeo liberador. En la alcoba solo se escuchaban los jadeos desesperados de ambos amantes, los cuales, eran ignorantes del torbellino de problemas que pronto se les avecinaba.

En ese momento solo les importaba liberarse de la tensión sexual que ninguno sabía que tenía.

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