XXII. Las perlas.

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Miré a ambos hombres nerviosa. Pasé la lengua por mis labios tratando de remojarlos, en ese momento estaban totalmente resecos; Esperaba estar a solas con James, lo que me afligía precisamente no quería que llegara a los oídos del pelinegro.

―Pasad adelante señorita Miller ―Dijo el castaño mientras tomaba asiento detrás del escritorio.

Un poco cohibida obedecí su petición. Caminé con pasos lentos, pero seguros deteniéndome frente al escritorio.

―Me gustaría hablar en privado ―Dije determinante sintiendo la mirada penetrante del pelinegro.

―Si me permite señorita, suelo tratar todo tipo de temas junto a mi amigo ―Coloca sus codos sobre la mesa ―espero que no le resulte incómodo o mal visto de mi parte, pero prefiero tener un consejo de un amigo a la hora de tratar temas personales de mi servidumbre porque, ¿Es un tema delicado?

Apreté los labios asintiendo.

―Pues tenga la más absoluta confianza en contar lo que le aflija señorita.

Impertérrita moví mi mano lentamente hasta el bolsillo del vestido. Mi cuerpo empezó a temblar de un momento a otro y, hasta ese momento, no había pensado que mi cabeza dependía de un hilo.

Con un notorio nerviosismo saqué con delicadeza el objeto que, probablemente, sería mi final en el castillo.

―Creo que esto le pertenece a Lady Eiren excelencia ―Dije mientras colocaba el collar de perlas en el escritorio.

En silencio, James tomó el collar en sus manos mientras lo examinaba.

― ¿Dónde estaba? ―Preguntó con la seriedad de un duque.

Abrí y cerré la boca sin saber que decir, quería dar una respuesta que no me hundiera más de lo que ya estaba, pero nada se me ocurría. El duque continuaba observándome profundamente serio, y eso me dificultaba contestar. El pelinegro también me observaba, o eso era lo que creía, ya que no tenía el valor de mirarlo directo a los ojos.

―Lo he encontrado bajo mi cama excelencia ―Respiré profundo ―No tengo muy en claro cómo ha llegado hasta allá.

El duque reposó su espalda en la gran silla mientras se pasaba la mano que tenia libre por la cara. Permaneció así por unos segundos que me parecieron eternos.

―Sabe que esto es muy delicado, ¿Cierto?

Asentí.

―Le juro por lo más sagrado que no he sido yo excelencia. La señora Blaid puede corroborar que he estado acomodando la habitación de la duquesa ―Omití que también la habitación del Marqués.

―Le voy a ser muy sincero Janne ―Deja las perlas a un lado ―La palabra de un criado para un noble no es importante, importan los hechos. Y... los hechos son que usted es una criada sin ningún activo importante más que la paga que le ofrece el castillo, ¿Sabes a donde quiero llegar?

―S-si ―Agaché la cabeza abrumada ―Yo le juro que una vez lo encontré se lo he traído excelencia. Me pasé toda la noche ambientando la habitación como me ha sido encomendado ―Pausé ―, Usted me dijo que podía confiar en usted para contarle cualquier inquietud. He tomado su palabra y he acudido para que me ayude.

―Cierto es, y siempre cumplo ―Dice mientras me mira con compasión ― Confío en qué es así. Dígame, ¿Me podría decir sí hay alguien que corrobore que nunca ha salido de la habitación? ―Preguntó. 

Y por primera vez me atreví mirar al pelinegro. El Marqués me miraba fijo y pude notar que sus ojos estaban aún más oscuros como si eso fuera posible, sus ojos ya eran lo bastante oscuros. Pero su mirada la reconocí, era deseo. Me fijé como se pasaba la lengua en los labios provocativo, recordándome que horas atrás estaba en otras partes de mi cuerpo.

Enrojecí. 

―S-sí, hay alguien ―Miré al duque ignorando al Marqués, el cual, se puso tenso al escucharme ―Topacio me vio salir de la habitación en la mañana.

Aunque por un lado me gustaría, no era tan tonta como para revelar que me había acostado con el Marqués. Era algo imperdonable y prohibido. También existía la posibilidad de que negara todo lo acontecido y quedaría como una criada loca por la atención de un hombre. 

―Vaya con cuidado, me encargaré de devolverle esto a mi hermana. Más tarde hablaré con la señorita Topacio. Puede retirarse tranquila.

―Se lo agradezco excelencia ―Hice una reverencia para luego salir.

Cerré las puertas del despacho permaneciendo estática en mi lugar. Por alguna extraña razón sentía que algo se avecinaba. 

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