10
Treinta minutos.
Treinta minutos es lo que pude dormir gracias al incidente, tenía miedo de que pudiera ser un degenerado. Sabía con seguridad que la mujer en este siglo poseía muy pocos derechos, prácticamente era un objeto que servía para dar placer y procrear. Sin embargo, una mujer de la aristocracia por igual poseía una clase de inmunidad y pocas probabilidades que de fuere atacada por algún capataz o cualquier borracho echado a perder en su propia fortaleza. Pero las mujeres como Mari y Topacio se mantenían en constante riesgo ya que tenían menos derechos que una mujer de la alta clase, los cuales eran bastante escasos, ni imaginar al de una empleada encargada de la limpieza.
Eran las cinco de la madrugada y lo único que podía escuchar eran los grillos que se encontraban cerca. Aun el cielo se mantenía oscuro con un poco de neblina siendo la vela mi única iluminación.
―Bien, ya pude persuadir a la señora Blaid para que te dejara encargarte de la biblioteca ―Mi amiga entra a la habitación con una sonrisa satisfecha.
La observé por unos segundos dudando si contarle sobre el incidente, pero decidí que, por el momento, me lo tendría guardado.
― ¿Por qué te refieres a ella como si fuera un extraño?
―Es una larga historia ―Le resta importancia ―Ven, déjame ayudarte con esto ―Asentí agradecida, aun no podía dominar muy bien el corsé.
―Siento curiosidad, no me comentaste que ella era tu tía ―Sigo insistiendo.
―Tú guardas tus secretos, yo también tengo los míos, estamos a mano. ―Contesta burlona mientras ataba los cordones del corsé ―Cuando me cuentes los tuyos, yo te cuento los míos, ¿Es justo no?
―Supongo que sí ―Susurré, aunque dudaba que aquello algún día sucedería.
***
Caminé junto a Topacio por los interminables y oscuros pasillos del Castillo. Nos dirigíamos al ala este para realizar las tareas correspondientes; Topacio se encargaba de dejar la habitación del duque totalmente impecable justo antes de que despertara. Debía recoger los deshechos y quitar cualquier tipo de hedor que aquello provocara.
―Por alguna extraña razón Mari fue insistente en que te explicara todo al pie de la letra ―Dice mientras nos detenemos en medio del pasillo ―Yo me encargaré de las habitaciones de la señorita y el señor Pembroke, mientras que tú ―Me da en la mano un recipiente con un líquido con olor a flores ―Te encargarás de la habitación del Marqués. Solo debes recoger un cubo debajo de la cama y deja la habitación olorosa con la fragancia, pero ten cuidado. Ese cubo precisamente no contiene agua.
Hice una mueca.
― ¿También puede tener...
―No lo dudes ―Me interrumpe ―pero tranquila. El Marques es más limpio que sus anfitriones. Solo no hagas ruido, no abras las cortinas y tampoco tardes más de lo debido. Tiene el sueño muy ligero.
―Bien, descuida. Puedo hacerlo.
Topacio asintió.
― ¿No se me olvidará nada? ―Agrega pensativa ―Creo que ya te he dicho todo lo que debes hacer ―Concluye mientras se coloca un paño en la nariz y se dirige a una puerta que está a unos metros para luego ingresar y desaparecer de mi campo de visión.
Sin perder tiempo, me acerqué a la puerta y procedí abrirla, pero me arrepentí al instante. La puerta rechinó resonando en toda la habitación. Cerré los ojos con fuerza paralizada en mi lugar esperando alguna queja por parte del Marqués, pero nada pasó. Solo hubo silencio.
Algo dudosa, empecé a empujar la puerta, pero esta vez, con más cuidado.
Quizá ese era el dato que se le escapaba a Topacio.
Una vez que pude entrar volví a cerrarla con la misma delicadeza quedándome totalmente a oscuras. No había una sola luz que me ayudara a guiarme a la cama. No tenía velas y tampoco la luz del sol me ayudaría, aún era muy temprano.
Empecé avanzando a ciegas con pasos pausados y torpes para no tropezarme con algo, lo que no funcionó, ya que tropecé con lo que creía sentir era una alfombra.
―Carajo ―Susurré cuando me cayó un poco del líquido en el vestido, y sin detenerme, continúe avanzando unos metros más hasta que al fin, pude encontrar la cama.
Respiré aliviada.
Me coloqué de rodillas asomando mi brazo por debajo de la cama buscando el cubo sin éxito. En la misma posición, empecé a gatear alrededor de la cama intentando encontrarlo. Permanecí haciéndolo por lo que parecería una eternidad hasta que sentí como mi mano se humedecía por completo.
―Mierda ―Resoplé mientras sacaba el cubo a la vez que evitaba hacer arcadas para no vomitar. Aún agachada tomé el borde del vestido para secar mi mano. Gran primer día Janne ―Pensé.
Mientras continuaba frotando mi mano con el vestido, pude ver a través de las cortinas como empezaba a esclarecerse, iluminando un poco más la habitación, permitiéndome así, que la escudriñaba a mi antojo; Decir que era grande sería muy modesto de mi parte. ¡Era inmensa! La sala de mi departamento era incluso más pequeña que esto.
Luego de mirar todo lo que pude, procedí a levantarme llevando conmigo el cubo. Al estar de pie no pude evitar fijar mi atención en una mesita de caoba dónde, en su superficie plana, había un candelabro más pequeño y algunos que otros objetos personales del Marqués, el cual se podía apreciar un poco pese a la oscuridad. Se veía totalmente dormido. Pero nada de eso me llamaba la atención, salvo algo en específico.
El cofre.
Allí estaba el cofre que encontró Mari entre las cajas. Se veía perfectamente bien cuidado, con todas sus piedras en la tapa, su tono pastel se notaba mucho mejor conservado y hasta parecía nuevo, como si recién lo hubieran adquirido.
Acerqué mi mano al cofre dispuesta a tomarlo, pero antes de hacerlo, la mano del Marqués reposó en mi muñeca con fuerza, aunque no demasiada, deteniéndome.
Giré mi rostro y ambos quedamos cara a cara. Los ojos negros del hombre me miraban sin ninguna emoción, tan profundo que me hacía pensar que miraba a través de mi alma.
―Disculpe Milord, solo me encargaba de la limpieza ―Me excusé tratando de ocultar mis nervios.
Silencio.
―Si le molesta, me puedo retirar de inmediato.
Silencio otra vez, solo me miraba muy fijo causándome pánico.
― ¡Suélteme! ―Dije un poco más fuerte de lo que debería con inquietud.
Y lo hizo, me soltó volviendo a recostarse sin dirigirme la palabra.
―C-con permiso ―Tartamudeé para luego marcharme sintiendo todavía su mirada penetrante en mí.
―Tenga buen día señorita Miller ―Me detuve abruptamente al escuchar su voz profunda y ronca.
Permanecí inmóvil de espaldas, no tenía valor para darle cara. Solo giré un poco la cabeza y respondí: ―Usted también Milord.
Y salí.
Algo me decía que estaba en problemas.

ESTÁS LEYENDO
La Viajera
Historical FictionLa vida monótona de Janne Jhonson dará un giro inesperado luego de encontrar una misteriosa joya que llegó a su tienda por error. Sin predecirlo, viajará al año 1799 dónde deberá aprender a ser astuta para sobrevivir como una simple criada bajo el d...