XXV. La velada.

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El baile más esperado por la sociedad había llegado. La propiedad Pembroke recibía a los invitados con una glamurosa entrada en forma de arco de flores en la escalinata que conducía hacia la puerta principal, donde desde allí, los mayordomos se encargaban de tomar los abrigos de los nobles. Estaban a mediados de octubre y el frío poco a poco empezaba a sentirse. En el gran salón, la música y las risas de los invitados rebotaban contra las paredes del castillo. Las mujeres recién presentadas en sociedad se pavoneaban por los rincones con la intención de que algún caballero se les acercara para un posible cortejo.

A plena vista, todo era perfecto.

Desde la mesa principal, James se mantenía vigilante a detalle de todo lo que se movía en el salón, desde el simple movimiento de las llamas de las velas a causa del viento que en momentos se colaba por las grandes ventanas, hasta los vagos intentos de Heather de llamar su atención. La doncella de su hermana se había dado la tarea de enviarle miradas candentes con la intención de provocarlo, lo que probablemente meses atrás habría funcionado, pero en esos momentos no le causaba nada, solo aburrimiento.

Desvió su mirada ignorando a su antigua amante, hasta que sus ojos se encontraron con su objetivo. Janne se mantenía escondida discretamente en una de las esquinas donde las luces de las velas no podían iluminar y, a unos pocos metros, la figura de Alfred se percibía atento a la señal que habían acordado para que iniciara lo que había planeado.

― ¿Dónde está el duque, Eiren? ―Preguntó Roslin mientras buscaba con la mirada entre la multitud a su futuro yerno.

La chica frunció los labios con desagrado imitando a su madre. No podía creer que lo haya perdido de vista. Luego del pequeño escándalo que hizo en Hyde Park y viendo como algunas personas la habían escuchado, se prometió que las lecciones que tomó durante años sobre como ser una dama, esa noche, les empezarían a ser útiles.

Una mujer debia callar y ser astuta, mover fichas tal cual un juego de ajedrez.

― ¿Podrías buscar a mi prometido, hermano?

Eiren giró a su derecha encontrándose con la mirada de su hermano que, extrañamente, parecía una mirada llena de satisfacción por haber logrado algo. Conocía a James como la palma de su mano y sabía que algo tenía entre manos. Decidió ignorarlo, quizá más tarde le preguntaría sobre algo al respecto, pero en ese instante la presencia de su prometido en la mesa era lo más importante para ella. Sentía la mirada indiscreta de algunas damas e intuía que estaban al acecho por algún nuevo chisme que degustar en una tarde de té y galletas.

Sin duda necesitaba que Edward hiciera acto de presencia.

―De acuerdo ―Contestó mientras llamaba a su ayudante de cámara. Sí algo podría agradecer, era que aquel hombre le era tan fiel como un perro a su amo. ―No levantes sospechas y asegúrate que nadie de la servidumbre se encuentre en los dormitorios.

―Como ordene Lord.

James esperó que su ayuda de cámara se perdiera de vista, dándole tiempo. Tan solo 5 minutos despues, un leve movimiento de cabeza fue suficiente para que su cómplice del otro lado del salón empezara hacer su encargo.

El castaño sonrió mientras veía como Alfred, vestido con el traje que una vez fue de su padre, se acercaba hasta la criada.

Horas antes de empezada la velada le ordenó a su ama de llaves, que, por esa noche, dejara descasar a su sobrina por su embarazo. Lo cierto era que aquel gesto no era común en un lord, pero poco le importaba el crío que estuviera creciendo en las entrañas de esa desdichada, la realidad era distinta. Algo que lo caracterizaba era que nunca hacía algo sin tener nada a cambio, y en breves momentos, obtendría el intercambio beneficioso del sacrificio que Mari estaba haciendo. Era un hombre que se merecía el infierno, lo sabía. pero en lo que su momento llegaba, disfrutaría de su nuevo juguete y rezaría por la vida en pena de Mari Jhonson.

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