XXVI. Miedo.

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"Lo que una vez idealizamos, de forma repentina deja de ser como pensábamos"

26.

Miedo.

Era lo que sentía a medida que me dirigía a la puerta de mi dormitorio. Mientras me acercaba, unos gemidos masculinos llegaron a mis oídos, alertándome. La puerta se encontraba abierta, dejando percibir una luz desde el interior de la habitacion. El lugar estaba desolado, el silencio reinaba y sentía mucho miedo. Miedo de lo que pudiera encontrar en el momento que cruzara la puerta.

P-por favor...para ―Me detuve perpleja al escuchar los quejidos de Mari.

Con los ojos inundados de lágrimas me obligué a guardar silencio cuando estuve frente a la puerta. Desde mi lugar, los gemidos que se escuchaban anteriormente provenían del motivo principal por el cual esa noche se estaba celebrando una gran velada de compromiso.

Edward Linsterwood se encontraba semidesnudo sobre el cuerpo de Mari. Este la embestía de forma sádica sin piedad mientras que mi amiga con sus débiles brazos trataba de apartarlo.

En algún momento nuestras miradas se encontraron. Coloqué mis dedos en mis labios haciéndole señas de que haga silencio.

Su mirada azulada no podía apreciarse por el mar de lágrimas que salía de ellos, estaba sufriendo. Con duda, hizo lo que le pedí. El hombre que abusaba de ella aún no se percataba de mi presencia, continuaba embistiéndola, ignorante a lo que yo hacía.

Con cuidado me acerqué a la misma mesita que noches atrás utilizamos para trabar la puerta. Tomé un candelabro viejo en mi mano y con firmeza lo sostuve para que no cayera. Probablemente lo que estaba a punto de hacer daría un resultado aún más catastrófico, pero no estaba pensado. No podía pensar en una situación así.

Respiré hondo mientras apreté con fuerza el objeto, mi corazón se aceleró y mi mente se bloqueó por completo. Solo hice lo que tenía que hacer.

Me abalancé al cuerpo del hombre y, con el candelabro, golpeé en la parte de la cabeza con toda la fuerza que pude reunir. El golpe fue fuerte, pero no tanto como para noquearlo. El duque se retiró del cuerpo de Mari con su mano en la cabeza, justo en la zona donde había sido el golpe. Palpó un momento su herida viendo como esta salía llena de sangre.

Sus ojos se dirigieron hasta a mí llenos de furia.

―Zorra asquerosa, ¿¡Que has hecho!? ―Gritó histérico con la intención de abalanzarse sobre mí

― ¡No la toques! ―Mari fue más rápida y lo tomó de la camisa.

El duque volteó hecho furia, golpeando su mejilla con una fuerza brutal.

― ¡No la vuelvas a tocar con tus asquerosas manos, animal! ―Grité depositando otro golpe en la cabeza y, a diferencia del último, Edward cayó al suelo inconsciente.

Esperé unos segundos asegurándome que verdaderamente estuviera desmayado. Pateé un poco su pierna, lo que me lo confirmaba. Miré el candelabro roto cubierto de sangre. El golpe había sido tan fuerte que se partió a la mitad.

Lo solté de inmediato como si el metal había estado expuesto al fuego y quemara.

―Dios, ¿Estás bien? ―Pregunté con voz atropellada.

Mari se abrazó a mi cuerpo ocultando su cara en mi pecho, de esa manera su llanto era menos audible. La apreté contra mí con la intención de ser su consuelo. Dolía verla en ese estado, dolía ver como mi única amiga desde que llegué aquí, sufriera este tipo de cosas que no tenían solución.

Cuando Edwar Linsterwood despertara todo seguiría igual o peor. Sabe que yo lo golpeé, arremeterá contra mí y contra ella.

―La persona que lo hizo tiene mucho poder ―Rompió el silencio. Volteé a verla permaneciendo en silencio dispuesta a escuchar lo que quisiera decirme―. Tengo miedo de lo que es capaz de hacer sí alguien más llega a enterarse. Tampoco sé que pasará conmigo cuando sepa que espero un hijo suyo ―Su voz se quebró ―, tengo miedo por mi vida y la de mi bebé.

―No, no puedes ―Se suelta mientras camina unos pasos atrás mirándome con dolor ―. Ni tú, ni nadie podrá salvarme.

En ese momento sus palabras no cobraban mucho sentido para mí, pero ahora lo significaban todo.

―T-tienes... Tienes que irte.

Mari se alejó de mi cuerpo mientras intentaba levantarse de la cama, fallando en el intento. Sus piernas visibles mostraban su piel expuesta blanquecina la cual estaba manchada con moretones, algunos más recientes que otros.

Era un animal

―No, ¿Qué dices? No voy a dejarte sola en esto.

Intenté acercarme hasta ella, pero colocó su mano en medio impidiendo que diera un paso más.

―Esta es mi lucha, no tuya ―Hizo una pausa―, no dejaré que te pase algo malo por mi culpa, tu no.

Negó frenética ―Tú no.

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