XXXI. Complot III

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Lady Eiren tragó seco.

Su hermano se movía entre las personas con una calma envidiable. En su semblante había una expresión de satisfacción que le molestó. Era normal que su hermano se paseara entre los nobles como alguien más superior que cualquiera, pero por alguna razón, sintió escalofríos por primera vez cuando su fría mirada azulada se posó en ella.

Maldad.

La música se detuvo en un instante, dejando en un profundo silencio el salón. Los invitados extrañados por el repentino paro empezaron a cuchichear, aglomerándose alrededor del Duque.

―Me acaban de informar sobre un hecho atroz ocurrido dentro de mi castillo...

***

― ¿Qué le haz hecho? ―Gritó una vez estuvo dentro del despacho.

Su hermano alzó sus ojos hacia ella con la misma calma con la cual hizo pedazos su reputación. Solo la observó con indiferencia, como lo hacia la mayor parte de su tiempo.

―Creo que deberías darme las gracias por salvarte ―Responde volviendo su mirada a su escritorio.

― ¿Salvarme?, ¡Acabas de hundir mi reputación!

―Haz silencio, Eiren ―Se escuchó la voz de la viuda a sus espaldas.

Ambos permanecieron en silencio, siendo los pasos de la antigua duquesa lo único que se escuchaba.

― ¿Por qué lo hiciste?, te ordené que esperaras hasta después que esa fortuna estuviera en nuestras manos.

James la miró aburrido.

―No me ordenas madre ―Dice mientras se recarga de su silla, agotado por tener aquellas dos mujeres allí ―, era la única manera de que el plan funcione. Está muerto

― ¿Qué dices? ¿¡De qué están hablando!? ―Eiren dirigiría la mirada entre el uno y el otro esperando una respuesta que no llegaba. Apretó los labios cuando su madre desvió la mirada desinteresadamente, a la vez que tomaba asiento frente al escritorio con toda la elegancia de una dama.

― ¿De que nos sirve si está muerto? Esa fortuna la heredará algún otro bastardo. ―Suelta con veneno. Lo cierto era que Roslin Pembroke desde hacía años había planeado meticulosamente la manera de emparejar a su hija con el bastardo de Asher Linsterwood. Sabía toda la historia y las actividades de la madre del prometido de su hija. Era consciente que no era más que un pobre bastardo hijo de un lacayo. Pero eso no le importaba, hijo legitimo o no, aquella fortuna pasaría a ser de ambas familias sí aquél matrimonio lograba consumirse. Esa unión iba a permitirle obtener más control y poder. Eso, siempre y cuando la ingrata de su hija la dejase manipular al duque a su antojo como lo hizo con su difunto esposo antaño.

―Si, pasará a su heredero ―James sonrió satisfecho.

Roslin levantó la mirada al escuchar las palabras de su hijo. Por un momento se imaginó que su hijo probablemente dejaría de lado aquel plan que por tantos años había forjado, pero en su mirada notó todo lo contrario y allí su cabeza evocó el recuerdo de una criada, aquella chica de pelo negro algo retraída.

La sobrina de su antigua doncella en su juventud, Blaid Bell.

― ¿Dónde está ella?

Eiren frunció el ceño frustrada por no poder lograr entender lo que acontecía. Solo se mantenía de pie observando como su madre y hermano por primera vez hablaban sus temas privados sin importarles que ella estuviera presente que, en un tiempo atrás, era algo inimaginable. Recordaba que cada vez que los lograba encontrar juntos a solas, solían callar sus conversaciones. Pero ahora parecía que eso ya había quedado atrás y aún seguía sin entender de que se trataba todo.

―La tengo oculta en una de las propiedades en el campo. Me encargué personalmente de que tuviera buenos cuidados. Cuando llegue el momento del nacimiento del bebé, los criados tienen la obligación de avisarme.

― ¿Y que pasará con la criada?

Todo había salido perfecto para él. La metedura de pata de su nueva amante al matarlo le facilitó todo el proceso. Con aquel bastardo fuera de su camino era más fácil conseguir el dominio de aquellas tierras fértiles que su padre en vida tanto anheló y que ahora él, al día de hoy, tenía la dicha de decir que muy pronto pasarían a las manos de la familia Pembroke.

Lo cierto era que nunca consideró que un hijo de Edward sería la solución a sus problemas, mas bien sería el fin ya que aquel niño pasaría a ser el dueño de todo cuando cumpliera la edad necesaria para administrar el imperio de Asher Linsterwood, pero con un bebé bajo al cuidado de ellos lo cambiaba todo. Sería mas que beneficioso, y su hermana presente en ese momento terminaría siendo el hilo suelto final para que todo funcionara.

Por un momento su mente le hizo recordar la promesa que le habia hecho a su amante. Ciertamente era un hombre de palabra, pero no podría permitir que mari llegara al lugar proclamándose como la madre del niño cuando sus planes eran otros...

Lo lamento amor mio, pero no podré cumplir la promesa de mantenerla segura.

―Solo la necesitaremos los meses que incube al niño, después ya no tendrá valor para nosotros ―Concluye dejándole entender a su madre sin muchas palabras cual sería el destino de la joven criada ―Y Eiren ― Posó sus ojos azules idénticos a los su hermana, la cual lo observaba con decepción, pero eso no le importaba ―Tu difunto prometido era un bastardo, hijo de uno de los lacayos del duque Asher. El infeliz estuvo yaciendo bajo tus narices con su propia media hermana y tú no te diste cuenta. ―Hace una pausa disfrutando como su hermana menor abría los ojos asombrada por sus crudas palabras ―El bastardo la ha embarazado, pero tranquila, la madre de ese bebé vas a ser tú y podrás obtener los privilegios que una duquesa, madre de un niño con su padre muerto pueda tener.

Luego de aquellas palabras finales, el estaba por fin dispuesto a marcharse y regresar a su alcoba con... ella. Pero justo antes de atravesar la puerta volteó a ver a Lady Eiren y dijo:

―Te he salvado de ser la esposa de un hombre únicamente capaz de meter su miembro en la entrada de su hermana. No hay de que, hermanita.

Y se marchó.

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