28. La ira es una locura breve

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El viaje se sintió surreal desde el momento en que puse un pie dentro del helicóptero. El chofer había intentando despegar lo más rápido posible al notar mi desespero y me había rogado repetidas veces que dejara de moverme. Pero me resultaba imposible estar quieta. No saber que había sucedido con Nik, ni que era aquella cosa maligna que se había clavado en su pecho, me carcomía. Saber que Nadia estaba muriendo, me destrozaba. Era una situación de perder-perder. No había nada positivo en todo aquello.

Me sentía mal, físicamente mal. Tenía un frío espantoso instalado en los huesos que me producía escalofríos constantemente, me dolía la parte trasera del cuello y sentía una presión apremiante en el pecho. No sabía si estaba teniendo un ataque o algo por el estilo, lo único que sabía era que todo se sentía mal. Y la sentencia de tener que pasar dos horas dentro de un helicóptero sin poder hacer absolutamente nada, era desquiciante.

Cuando finalmente me senté, jugué con el vial que llevaba la sangre de Klaus entre mis dedos. Cuanto poder tenía en mis manos en aquel instante. La sangre de la persona más poderosa en existencia. Una maldición y una cura al mismo tiempo. La sangre del amor de mi vida; a quien había usado y había tenido que dejar contra mi voluntad. Sabía que Nik podría entenderlo y apoyaría mi decisión, pero aun así...

Y mi pobre sobrina... mi Nadia... sufriendo lo que ya una vez yo había sufrido, y casi no viví para contar. Sólo podía confiar en que Katherine sería capaz de mantenerla a salvo de las alucinaciones entretanto... y sólo podía rogarle al reloj que girara más despacio, que detuviera su andar implacable. Pero el reloj no escuchaba a nadie y no me iba a escuchar a mí.

Cuando mi teléfono sonó, di un salto en el mismo lugar en el que me encontraba; me había sacado de golpe del ensimismamiento en el que me había sumido. Era Stefan. No era la llamada que había estado esperando, pero aun así la atendí.

- Stefan. – saludé quizás con mayor urgencia de la que había pretendido.

- Hay algo que necesitas saber. – anunció sagaz, yendo directo al grano. Yo esbocé una sonrisa triste.

- ¿Qué Katherine está viva y ha estado poseyendo a Elena por tres semanas? – adiviné, sabiendo que sólo había una sosa que Stefan podría tener que decirme.

Hubo un silencio absoluto del otro lado del teléfono. Aquello no era lo que él había esperado oír, obviamente.

- ¿Lo sabías? – inquirió confundido y pude escuchar el desconcierto en su voz, aun a través de la señal telefónica.

- Lo supe esta mañana. – confesé con tristeza. – Estoy regresando ahora mismo. – agregué antes de darle la oportunidad de hacer la pregunta "¿qué vamos a hacer?"

- Nadia... tu sobrina... - musitó Stefan inseguro, sin saber como darme una noticia que hacía mucho estaba royéndome la tranquilidad.

- Tengo la sangre de Klaus. – observé sin el más mínimo entusiasmo. – Estaré ahí en una hora máximo.

Pero Stefan guardó silencio, demasiado silencio. Estaba a punto de preguntarle que ocurría cuando suspiró con fuerza y soltó resignado:

- No sé si Nadia tenga una hora, Alex. – temió y yo fruncí el ceño, sintiendo como el frío en mis huesos se afianzaba.

- ¿A qué te refieres? – exigí saber urgente.

- Está aquí, en la casa. – explicó con delicadeza. Conocía a Stefan demasiado bien y sabía como hablaba cuando temía la reacción de su oyente. – No está nada bien.

- ¿Dónde está Katherine? – tercié sin querer ponerle mayor atención a lo que Stefan decía, o iba a perder el juicio antes de que el helicóptero tocara tierra.

Alexandra Petrova: Fin del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora