42. Las probabilidades en nuestra contra

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Desde el instante en el que el corazón de Stefan había sido arrancado de su pecho, el tiempo había comenzado a transcurrir de manera extraña. Increíblemente lento. Los segundos se arrastraban a duras penas, trayendo consigo el mayor desasosiego que había experimentado en toda mi existencia.

¿Qué había sucedido? ¿Cómo había sucedido? Hacía sólo una hora Stefan me había rodeado con sus brazos para calmar mis miedos y asegurarme que todo estaba bien... y ahora nada lo estaba.

No sabía cuanto tiempo había transcurrido desde que todo se había ido a la mierda, ni cuánto tiempo habíamos pasado llorando y gritando en medio de la carretera, sólo era medianamente consciente de que, en algún punto, las lágrimas habían dejado de brotar de mis ojos y mi garganta había dejado de proferir aquellos gritos desgarradores, que rayaban en lo animal. Y entonces sólo me había petrificado, con la mirada fija en la nada.

Cuando Caroline intentó hablarme, no fui capaz de entender lo que decía... para ser sincera, ni siquiera podía oírla. Incluso mi visión se había tornado borrosa y las ganas de vomitar se habían instaurado en mi estómago.

Eventualmente suponía que Caroline había tomado la decisión racional de que no podíamos permanecer el resto de la noche tendidos en la carretera y que teníamos que resguardar el cuerpo de Stefan. Pero, no tuvo ayuda de mi parte para lograr su cometido. Había tenido que cargar a Stefan ella sola, para tenderlo con cuidado en el asiento trasero de su auto, y luego, había tenido que levantarme del suelo y llevarme a rastras hasta el asiento del copiloto. Claro que ni uno ni otro había representado ningún problema para ella.

Alguna parte de mi cerebro registró cuando Caroline me colocó el cinturón de seguridad antes de dar la vuelta para ocupar ella el asiento del piloto. Se secó las lágrimas con determinación, mirándose en el espejo retrovisor y encendió el vehículo para ponernos en movimiento. No sabía a donde nos dirigíamos, pero ¿qué importaba? No había lugar al que ir para arreglar lo que estaba pasando.

No pude evitar, durante el trayecto, que mi mirada se dirigiera al espejo retrovisor en donde apenas alcanzaba a ver una mano gris, cubierta de venas oscuras. Casi instantáneamente volvía a desviar la mirada, pero en contra de lo que me decía la razón, aquella situación se convirtió en un patrón repetitivo hasta que hubimos llegado a nuestro destino.

Caroline había intentando hacerme entrar en razón, pero había fallado por enésima vez. Se notó conflictuada cuando tuvo que decidir a quien sacar primero del vehículo. Inteligentemente se había decidido por Stefan. Si había que elegir, resultaba mejor que alguien encontrara a una chica catatónica en el auto, que a un chico muerto. Tras lo que pareció una eternidad, aunque sabía que sólo habían pasado unos minutos, Caroline abrió la puerta del copiloto y me hizo salir del auto.

Caroline, que pudo haberme tirado sobre su hombro y llevarme a velocidad vampírica, como había hecho con el cuerpo de Stefan; eligió mostrar compasión y caminarme, paso entumecido a paso entumecido, hasta el interior de un edificio. Tras lo que pareció una eternidad, me encontré depositada en un cómodo sillón de cuero, frente a una chimenea, con una manta alrededor de mis hombros, mientras Stefan yacía tendido en un sofá también de cuero, a mi lado.

Sabía que las llamas de la chimenea estaban calentando mi cuerpo, pero no podía sentir el calor. Aún podía sentir la brisa gélida que había azotado mis cabellos en la carretera desierta donde Stefan había perecido. Había un frío inhóspito calado en mis huesos que ninguna fuente de calor externa podría hacer desaparecer.

Perder a Lexi había sido terrible cada vez, pero perder a Stefan... no podía ni siquiera comenzar a ponerlo en palabras, no podía concebirlo, no podía aceptarlo. Quizás era el hecho de que siempre me había sentido obligada a proteger a Stefan, desde que sólo había sido un chico humano de diecisiete años. Algo en él, fuese su galantería, su curiosidad, su timidez, o su humanidad, me había atraído como nunca antes me había atraído un humano. No de una manera romántica, sino de una manera sanadora. Porque estar cerca de Stefan siempre me había hecho mejor. Más segura, más confiada, más estable... más feliz. Era la calma, la sencillez y la ligereza que traía a mi vida lo que me había hecho quedarme tan cerca de su luz todo este tiempo.

Alexandra Petrova: Fin del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora