24. Mala Influencia

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Los días que siguieron a la toma de poder de Klaus, habían sido increíblemente insoportables. Por supuesto que Niklaus estaba del mejor humor posible; el complejo era magnífico, elegante y esplendoroso, parecía sacado directamente de una película de siglos pasados. Nos habíamos instalado en la habitación principal, que tenía un balcón espectacular que daba directamente a la calle, que siempre estaba atestada de gente. Incluso a altas horas de la noche.

Pero era como vivir de vuelta en la mansión Mikaelson en Mystic Falls, con el ejército de híbridos. Dónde quiera que doblara, había un vampiro montando guardia y asegurando cada puerta y cada ventana. Lo detestaba. Hayley también lo odiaba.

Así que tan pronto como había podido, había vuelto a Mystic Falls. Tarde o temprano tendría que enfrentar la realidad que había dejado allá; y cuando en una llamada de teléfono Stefan me había dicho que había visto a Nadia en el pueblo, supe que tenía que volver cuánto antes.

¿Porqué no había llamado? Peor aún ¿porqué no respondía el teléfono? Sabía que no era su madre, pero me entristecía profundamente sentir que no tuviera interés en comunicarse conmigo. Éramos familia, después de todo. Todo lo que quedaba de nuestro linaje.

Como le había prometido a Stefan, la primera parada fue la casa Salvatore. Cuando el taxi me dejó en los jardines, respiré profundo, recordando que la última vez que había estado en aquella casa, casi había matado a todo el mundo. Con suerte, encontrarían la manera de disculparme, aunque seguía creyendo que se lo habían merecido al menos un poco.

Mientras caminaba hacia la entrada absorta en mis pensamientos, reparé en que el Camaro de Damon estaba mal aparcado y había chocado contra una maceta. Con el ceño fruncido subí los escalones de la entrada principal y antes de que pudiera colocar la mano sobre la puerta, ésta se abrió con ganas.

- ¡Elena, que gusto verte de nuevo! - exclamó con una sonrisa amplia un hombre. Sus cabellos eran negros, pulcramente peinados y sus ojos marrones oscuros. Su acento, indudablemente británico había aflorado tan pronto sus labios se habían separado. Era alto, pero no demasiado y olía muy bien.

La expresión de desconcierto en mi rostro debió delatarme porque enseguida el hombre entrecerró los ojos y me señaló con un dedo, mientras su mirada inquieta me recorría de arriba abajo.

- No eres Elena. - reparó y posó su mano sobre su mentón, pensativo. - Katherine... - murmuró entonces para si mismo, pero inmediatamente negó con la cabeza. - no, esa está muerta. - se corrigió y luego su rostro se iluminó de golpe, chasqueó los dedos y volvió a mirarme con avidez. - ¡Alexa! - exclamó entonces y sonrió satisfecho. - ¿Acerté? - quiso saber.

Confundida, intenté ver hacia el interior de la casa en busca de... alguien a quien conociera.

- Lo lamento, ¿quién eres? - inquirí sin dejar de fruncir el ceño.

- Lorenzo St. John, un placer. - entonces se inclinó hacia adelante, tomó mi mano y plantó un beso en ella. - Puedes llamarme Enzo. - entonces esbozó una sonrisa vivaz y agraciada. Era un vampiro. Lo supe en el momento en que su mano tocó la mía.

- ¿Quién? - repetí, igual de desconcertada.

- Soy el mejor amigo de Damon. - se autoproclamó y yo bufé por lo bajo.

- El mejor amigo de Damon está muerto. - tercié, refiriéndome a Ric.

Pero antes de que el hombre pudiera decir algo más, la puerta de la casa se abrió mucho más y Damon apareció junto a él, con una botella de bourbon en la mano, mientras rodeaba el cuello de Enzo con el brazo que tenía desocupado.

- No sabes todo sobre mi vida, Alexandra. - esbozó una sonrisa socarrona y pedante.

- ¿Estás borracho? - inquirí incrédula y le di un vistazo a mi teléfono. - Son las nueve de la mañana.

Alexandra Petrova: Fin del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora