31. Lugar exacto, momento exacto

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Sólo podía cruzar los dedos porque Klaus no despertara antes de que el helicóptero estuviera en el aire, o Caroline y Enzo tendrían que correr con su ira... y aquello no sería para nada lindo de ver.

No fue difícil encontrar el campamento de los Viajantes. Se habían asentado casi al final de las vías abandonadas del tren, lo más lejos posible del pueblo. Había docenas de tiendas de acampar desplegadas a lo largo y ancho del terreno. Eran muchos más de los que yo había imaginado.

Había avanzado con el auto hasta donde había sido posible y desde ahí había caminado entre las tiendas y los restos de las hogueras en las que suponía, se habrían congregado la noche anterior. Algunas cenizas aun ardían con debilidad. Lo curioso era que, aunque había pasado ya al menos una docena de tiendas, todavía no me había cruzado con nadie.

Desconfiada, seguí avanzando lo más rápido que podía, concentrándome en ignorar el dolor que sentía en el costado y asegurándome de no despegar mi brazo izquierdo de mi torso. Si iba a tomar riesgos, al menos lo haría con precaución; aunque estaba segura de que aquello no le brindaría ningún confort a Klaus.

Finalmente, cuando comenzaba a considerar que el lugar estaba desierto, avisté una congregación de personas a lo lejos. Parecían estar en un círculo alrededor de algo. Caminé directamente hacia el círculo, con la cabeza en alto y los hombros erguidos. Cuando alcancé el círculo de personas, solo un par de ellas me dieron un vistazo de soslayo; los demás ni siquiera me habían registrado. Sin embargo, a punta de empujones, me abrí paso entre cientos de personas, hasta que alcancé a mirar el interior del círculo.

Había una mujer en el centro. Su piel tenía una tonalidad olivácea, sus cabellos eran largos, castaños oscuros y ondulados y tenía pequeñas pecas que adornaban sus mejillas. No podía ver el color de sus ojos porque estaban cerrados y sus manos estaban a los costados de la cabeza de Stefan. Stefan, atado a una silla, permanecía inconsciente mientras la Viajante rumiaba algo y realizaba un hechizo.

Sin interés en mantener un bajo perfil o pasar desapercibida, alcé mi mano y con los ojos cerrados me concentré en bloquear el hechizo que la mujer llevaba a cabo. Me había costado más trabajo del normal y había sentido un sabor metálico en la boca, pero lo había logrado.

- Alexandra... - musitó la chica con una sonrisa en los labios y yo abrí los ojos de golpe, para descubrir que sus ojos eran marrones oscuros y sagaces. - finalmente nos conocemos. - alzó las manos en el aire en un gesto de bienvenida y la cabeza de Stefan se desplomó hacia un costado. Estaba completamente fuera.

- No es para nada escalofriante que sepas mi nombre, aunque yo no tengo idea de quien eres. - sonreí hipócritamente, demostrando confianza, pero manteniéndome alerta.

- Mi nombre es Sloan. - se presentó con una pequeña reverencia de la cabeza. La atención de todo el campamento estaba puesta en nuestro intercambio de palabras y podía sentir la pesadez de las miradas sobre mí. - Te hemos estado esperando. - yo fruncí el ceño.

- Que extraño. - me burlé. - Mi invitación al campamento freaky debió perderse en el correo.

Sloan, si es que aquel era realmente su nombre, soltó una risa queda... casi amigable.

- Eres una de nosotros. - se encogió de hombros simplificándolo todo. - Queda claro que puedes hacer magia, pero... no nuestra magia. - enfatizó. - El universo iba a traerte a este campamento de una manera u otra, tarde o temprano. - entonces volvió a sonreír con serenidad. - Quizás te gustaría aprender nuestras formas. Somos tu gente, después de todo.

Yo intenté reprimir una carcajada, pero fallé y terminé erupcionando en risas ante las miradas desaprobatorias del grupo.

- Lo lamento, en realidad no es divertido. - me tranquilicé pues reír también resultaba doloroso. - Gracias, pero no estoy interesada. - me excusé. - Sólo estoy aquí por el chico con el cabello de héroe que tienes atado a la silla. - entonces con un ademán de la cabeza señalé a Stefan. - ¿Serías tan amable de desatarlo, sin que tengamos que tener problemas al respecto? - apelé a la misma etiqueta hipócrita que ella.

Alexandra Petrova: Fin del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora