41. Érase una vez, Mystic Falls

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Por un momento, había resultado imposible saber a ciencia cierta quién arrastraba a quién. No estaba segura de sí era mi débil musculatura humana la que llevaba a un moribundo Damon a través del bosque, o si eran los vestigios de vampirismo de Damon los que empujaban mi piel y huesos temblorosos. Quizás, en el más optimista e idealista de los casos, se había tratado de un esfuerzo en equipo.

No estaba segura tampoco de cuánto habíamos intentado correr, pero por la manera en que Damon se desplomó tan pronto como alcanzamos el cementerio, supe que estábamos a salvo. No se había desplomado en derrota. Se había desplomado como un náufrago que nada miles de kilómetros hasta alcanzar al fin tierra firme. Hasta encontrarse y saberse a salvo.

Mis rodillas flaquearon y caí parcialmente sobre la tierra y parcialmente sobre Damon, girando sobre mí misma con la mayor rapidez posible para quitármele de encima y examinarlo para asegurarme de que estuviera bien. Si estaba herido, lo último que quería era malograrlo aún más.

- ¡¿Estás bien?! - chillé sin aliento, mientras peleaba con sus ropas para poder revisar sus heridas.

Pero Damon no me respondió... solo jadeaba, con la vista fija en la nada. Examiné su rostro con detenimiento... ya no parecía sentir dolor, al menos no físico... pero sus ojos anegados en lágrimas y su mirada perdida hablaban de un tipo de dolor diferente.

- ¡Damon! - insistí, porque en aquellas circunstancias necesitaba confirmación verbal de que estaba bien.

- Estoy bien. - respondió por fin, arreglándose las ropas que yo le había desacomodado. Sorbió por la nariz y se incorporó sin levantarse del suelo. Simplemente dejó descansar sus brazos sobre sus rodillas y me miró. Su cara era un signo de interrogación. - ¿Qué acaba de pasar?

- Estabas detransicionando, si no es obvio. - el sarcasmo era un mecanismo de defensa completamente válido en aquel momento. - Detransicionando a un tonto chico humano que recibió un disparo de escopeta en el pecho.

Damon me dedicó una mirada que indicaba que sabía perfectamente qué era lo que había sucedido, pero que hubiera preferido que le diera una respuesta distinta y no confirmara sus temores.

- ¿Tú? - inquirió, cambiando su semblante para mirarme entonces con más curiosidad que preocupación.

- Yo estoy bien, Damon. - constaté, tocándome el pecho, los brazos y las piernas para demostrar que no estaba herida en ninguna medida. - Soy humana y no tuvo nada que ver con la magia espiritual. - me encogí de hombros. - Fue magia de viajantes la que me hizo humana, para mi suerte en este escenario especifico. - resalté, mientras Damon hacía un mohín y asentía pensativo.

- Apuesto a que ahora no estás tan molesta por ser un error del universo, ¿o sí? - las comisuras de su boca se elevaron en una sonrisa que no era burlona, sino más bien de alivio. Yo entorné los ojos sin poder evitarlo.

- Levántate. - solté entonces incorporándome, mientras me sacudía la tierra que se había adherido a mi ropa. - Tenemos que seguir moviéndonos. - Damon me miró, poco a poco volviendo a la realidad. No teníamos tiempo para la nostalgia. - Tenemos que alertar a todos, tenemos que agruparnos e idear un plan. - decidí sin miramientos.

Y así lo hicimos. En realidad, no teníamos alternativa. En cuestión de minutos Damon y yo nos aseguramos de alertar a todos sobre el gran problema que teníamos entre manos o, mejor dicho, a nuestras espaldas... ya que el hechizo seguiría expandiéndose hacia nuestra ubicación.

No podía dejar de pensar en cuanto tiempo tendríamos antes de que el hechizo nos alcanzara. Y tampoco podía dejar de pensar en qué sucedería si no lográbamos contener la magia de los Viajantes. Markos había dicho que Mystic Falls sólo era el inicio... ¿Qué sucedería si el hechizo lograba extender los límites de aquel pequeño pueblo?

Alexandra Petrova: Fin del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora