7. Brujería 101

632 57 30
                                    

Cuando mis ojos se volvieron a abrir, me encontré a mí misma tendida en un sofá, con una manta cubriendo mi cuerpo.

- Bien, estás despierta. - soltó la voz de Marcel y me incorporé de golpe, recordando lo que había ocurrido e intentando ubicarlo con frenesí. - Comenzaba a preocuparme. - estaba sentado apacible en una silla, con los brazos y las piernas cruzadas.

- ¿Qué ocurrió? - musité, frotándome los ojos.

- Hiciste enojar a Davina. - se encogió de hombros, como si no fuera gran cosa. - Ya sabes cómo son los adolescentes.

- ¿Qué me hizo? - temí y me incorporé, revisando mi cuerpo, desconfiada.

- Nada. - tranquilizó. - ¿Estás despierta, no? - entonces me dedicó una mirada inquisitiva y yo lo fulminé con la mirada. Tenía razón. Había despertado y me sentía bien.

- ¿Cuánto tiempo estuve fuera? - inquirí, descubriendo a través de una ventana alta, que la noche había caído ya.

- Sólo un par de horas, el tiempo que me tardé en ir a buscarte. - se volvió a encoger de hombros, como si no tuviera nada de que preocuparme, ni me hubiera perdido nada de interés.

- ¿Y dónde estoy ahora? - refunfuñé, notando que mi bolso estaba junto a Marcel, en el suelo.

- En mi casa. - respondió la voz de una mujer desde mis espaldas y me volví de golpe, para toparme con una morena bastante guapa de labios pronunciados pintados de rojo intenso. Tenía ojos oscuros, pestañas gruesas y mirada intrigante; su cabello era una mata de rulos negros, que constituía un abundante afro.

- Conoce a Sabine. - introdujo Marcel con un gesto de la mano. - Ella es la bruja que va a ayudarte con tu... cosa. - soltó, como si no terminara de comprender lo que intentaba hacer.

- Hola. Soy Alexandra. - saludé y le tendí la mano. - Muchas gracias por hacer esto. - agradecí pero la bruja se limitó a ver mi mano como si fuera un bicho raro y luego me miró directo a los ojos.

- No tuve alternativa. - espetó con cierto desagrado y le dedicó una mirada desagradable a Marcel.

- Vamos, Sab. - se incorporó Marcel y esbozó una sonrisa radiante. - No hay necesidad de ser grosera con la chica.

La mujer se volvió para enfrentarlo con cara de pocos amigos.

- Las brujas van a enfadarse conmigo si se enteran. - espetó en su susurro, como si temiera que alguien pudiera escucharla. - Pensarán que estoy haciendo tregua con el enemigo.

Marcel la miró de arriba abajo y exhibió una sonrisa salvaje, como un latigazo.

- Y lo estás haciendo. - le contestó y le palmeó el brazo. - Las dejaré solas para que hablen, organicen un horario o lo que sea. Recuerda que ella es quién está autorizada, Sabine. Odiaría tener que castigarte.- dijo, mientras se alejaba de espaldas y hacia una mueca. - ¿Confío en que tienes dinero para un hotel? - inquirió mirándome con las cejas alzadas y yo asentí, brevemente. - Bien. Buena suerte entonces. - soltó entonces y me dedicó una mirada significativa. Comprendí que aquello daba por terminado nuestro acuerdo y su favor.

- Gracias, Marcel. - agradecí genuinamente. - Por enviar a tus hombres a buscarme y por esto. - recordé y él se limitó a dedicarme un asentimiento de cabeza breve, una sonrisa torcida y desapareció. Me volví hacia Sabine, que me miraba con escepticismo. - Entiendo que probablemente no estés haciendo esto por voluntad propia pero aún así te lo agradezco y prometo que no seré una molestia. - solté casi demasiado rápido. - O al menos eso intentaré. - hice un mohín.

- Sé quién eres. - soltó ella, mirándome directamente a los ojos. - Eres la novia del híbrido... o al menos eso eras la última vez que estuviste en ésta ciudad. - entrecerró los ojos con curiosidad y ladeó la cabeza. - Eras uno de ellos. - señaló con la cabeza hacia el lugar por donde Marcel había desaparecido. - ¿Cómo es que eres una de nosotras ahora?

Alexandra Petrova: Fin del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora