33. Pasajeros

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El numero 4620 de la Calle Walnut era una casa blanca sencilla, como todas las demás que se extendían a su izquierda, a su derecha y del otro lado de la calle vacía. Era ya bien entrada la noche y no parecía haber nada único o que llamara la atención sobre aquella casita en la que Elena había asegurado que encontraríamos a Markos. Excepto por la sensación de vacío que desprendía... como si nadie hubiera vivido ahí en mucho tiempo, aunque la casa se mantenía en perfectas condiciones. Y por supuesto también estaba la energía vibrante que desprendía y que ningún humano jamás podría sentir.

Era una energía intimidante, amenazante... como la sensación de insignificancia que te embarga cuando estás de pie junto a una gran, gran montaña y te sientes tan... minúsculo.

- Es aquí. - asentí determinante cuando Damon detuvo el Camaro frente a la entrada de la casa y me abracé a mi misma para controlar los escalofríos que me recorrían y no tenían nada que ver con la temperatura.

Damon me devolvió el asentimiento y bajamos del auto al mismo tiempo. Se unió conmigo en la acera y por su expresión, sabía que intentaba hacer un sondeo auditivo del área.

- ¿Puedes oír algo? - pregunté ansiosa, sin poder controlarme. Damon negó con la cabeza con gesto desconfiado. Estaba muy alerta.

- Hay demasiado silencio... incluso para la audición vampírica. - Damon torció el gesto y giró la cabeza, primero a la derecha y luego a la izquierda, mirando arriba y abajo de la calle. Estaba vacía o al menos todo parecía indicar que estaba vacía. - ¿Qué hacemos? - consultó, mirándome sin bajar la guardia.

Yo bufé y me encogí de hombros.

- Supongo que sólo intentamos entrar y veremos qué pasa. - consideré porque realmente no se me ocurría algo más elaborado. Damon lo sopesó sólo un segundo y con un gesto decidió que aquel era tan buen plan como cualquier otro.

- Vamos. - me indicó que lo siguiera con un gesto de la cabeza y se aseguró de mantenerme detrás de su cuerpo a todo momento, mientras recorrimos el patio delantero de la casa y nos adentramos en el porche.

Damon puso la mano sobre la perilla de la puerta y la giró con delicadeza. La puerta estaba abierta. La empujó con precaución, pero dio la impresión de que, aunque Damon hubiera empujado con todas sus fuerzas... la puerta no hubiese emitido ni siquiera un sonido. Cuando intentó cruzar el umbral de la entrada, pudo hacerlo sin mayor problema... lo que significaba que nadie habitaba en aquella casa.

La casa, por dentro, confirmaba mis sospechas. Estaba amoblada, pero nadie vivía ahí. Carecía por completo de las pertenencias y los detalles que hacen de una casa un hogar. Las luces habían sido atenuadas y por ende los objetos reflejaban grandes sombras en el suelo. Y todo parecía normal y desierto, hasta que una de las sombras se movió.

Habiéndome adelantado para inspeccionar la casa y como un gato repeliendo un balde de agua, di un salto hacia atrás que me hizo tropezar con Damon y él, en un reflejo, me sujetó de los hombros y me hizo girar para resguardarme detrás de su espalda.

De una esquina oscura, emergió la figura de un hombre. Era particularmente alto, de complexión fornida, cabellos castaños casi negros y ojos castaños profundos. Su nariz era ligeramente ancha y le otorgaba a su rostro un aspecto duro, de piedra, casi medieval. Sus rasgos europeos no dejaban dudas de que era Markos.

- Markos... - solté por lo bajo, sólo para confirmar. Él alzó la cabeza lentamente, me miró a los ojos y habló con un acento bien marcado.

- Debo admitir que no son quienes esperaba ver esta noche. - las comisuras de sus labios se elevaron de manera casi imperceptible. Su voz era profunda al igual que su mirada.

Alexandra Petrova: Fin del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora