2. Morir habría sido más fácil

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Habíamos vuelto a Mystic Falls. Klaus había insistido en que sería mejor salir del psiquiátrico cuanto antes y dejó a los secuaces de Marcel a cargo de limpiar el desastre. El viaje en el auto había transcurrido en silencio y me había quedado dormida, entre los brazos de Nik la mayor parte del tiempo. Sentía una paz y un sentido de seguridad que no había experimentado en los últimos tres meses o quizás un poco más.

Una vez llegamos a la casa Salvatore había sido indispensable que tomara una ducha de agua caliente. Mi habitación lucía exactamente igual a como había lucido la última vez que había estado ahí, y siempre era agradable saber que sin importar cuánto tiempo pasara... Damon y Stefan siempre guardarían ese pequeño lugar para mí.

El agua caliente se sintió como una caricia a mi alma, aunque al principio me había costado regular la temperatura para que no estuviera tan caliente que quemara, ni tan fría que erizara mi piel. Lavé mi cabello con fuerza, como si eso pudiera desprenderme del miedo que había experimentado los últimos meses. Cuando salí, me detuve frente al espejo, mojada y sin ropa.

Había perdido mucho peso. Mis extremidades lucían mucho más frágiles de lo que nunca y estaban recubiertas de moretones de diferentes tamaños. Mis pechos y mis glúteos parecían desinflados, y ya no tenía aquella figura de reloj de arena perfecta. Lucía frágil, débil... lucía enferma. Mis ojos se anegaron en lágrimas y cuando los cerré, mi cabeza se llenó con el sonido de mis propios gritos dentro de las paredes de la celda de aislamiento, y con imágenes que pasaron ante mis ojos, como flashes, del maltrato que había recibido.

Dos golpes y el sonido de la puerta abriéndose me hicieron dar un respingo y me volví, presa del pánico. Era Klaus. Corrí, demasiado lento para mi gusto y enrollé una toalla alrededor de mi cuerpo, sintiendo mis mejillas escocer. No sabía si de la vergüenza o de la rabia.

- No me veas. - pedí cuando alzó las manos a manera de disculpa. - Estoy horrorosa. - escupí con asco, volviendo a mirar el espejo.

- Lo siento. Sólo quería asegurarme de que estuvieras bien. - explicó. Sin embargo entró y cerró la puerta a su espalda. Se acercó a mí lentamente y colocando sus manos en mi cintura, me obligó a volverme. - Eres tan hermosa como siempre lo has sido. - soltó en un susurro, tras plantar un beso en mí clavícula, con ternura.

- ¡No me mientas, ¿ok?! - solté de mala gana, sacudiéndome. - ¡Tengo un maldito espejo justo aquí! - señalé el espejo, enojada y con los ojos escociendo.

Él suspiró, como si estuviera dispuesto a tener aquella discusión sin problema.

- Los moretones van a sanar. - aseguró, volviendo a acercarse y colocando sus manos con delicadeza sobre mis hombros. - Los cortes se van a cerrar... y vas a estar bien. - prometió con una sonrisa tierna.

Me tomé un momento para sopesar lo que decía. Y entonces comencé a asentir enérgicamente.

- Sí, tienes razón. - coincidí. - Tan pronto como me des tu sangre y me rompas el cuello. - resolví y sujeté su brazo, llevando su muñeca a sus labios, para que la mordiera. - Vamos. - pedí.

Él me miró preocupado y retrocedió para liberarse de mi agarre.

- Eso no va a ocurrir hasta que descubramos que pasó. - sentenció, con la disculpa escrita en los ojos.

- ¿Qué? - solté indignada y molesta. - Voy a estar bien, sólo necesito ser vampira otra vez. - insistí, hablando muy rápido. Estaba alterada.

- Aún no tenemos idea de que pasó, Alexandra. - explicó, intentando mantener la paciencia. - La gente no pasa del vampirismo a la humanidad porque sí. - me miró, rogando que entendiera. - No sabemos que pueda pasar, es un riesgo.

Alexandra Petrova: Fin del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora