29. Punto de Quiebre

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Sólo un movimiento de la cabeza había sido suficiente para enviar a Katherine volando a través de la habitación. Se había estrellado contra unas estanterías que se habían hecho añicos a su espalda, pero había caído como un gato en cuatro patas, completamente ilesa y con tremenda agilidad digna de admirar.

- De verdad no quieres hacer esto, Alexandra. - escupió mientras se incorporaba y se apartaba los cabellos del rostro. Había arrastrado las palabras como solía hacerlo cada vez que le llevaba la contraria y no podía manipularme a su antojo.

- No te preocupes, que quiero. - respondí ladeando la cabeza y encaminándome hacia la chimenea, de donde tomé una vara de hierro al rojo vivo. La empuñé en dirección a mi hermana y ella bufó, burlona.

- ¿Por qué actúas como si fueses la que más está perdiendo aquí? - soltó entonces en una especie de reclamo y pude notar que tenía un nudo en la garganta. Realmente le estaba costando asimilar que, en lugar de confortarla, la estaba haciendo pagar por sus acciones. - ¡YO era su madre, no tú! - gritó entonces enfurecida y un par de lagrimas rodaron por sus mejillas.

- No... - negué con la cabeza lentamente. - Ahí es donde te equivocas. - contradije, mirándola con desprecio. Había silencio absoluto a nuestro alrededor, ninguno de los presentes parecía siquiera respirar. - Quizás Nadia haya sido tu hija... pero tu nunca fuiste su madre. - escupí con asco.

El rostro de Katherine se tornó rojo desde la barbilla hasta la coronilla, como si una oleada de calor la hubiera recorrido de repente. Entonces soltó un alarido cargado de furia y arremetió contra mí. Instintivamente balanceé la vara de hierro como si se tratara de un bate de beisbol en el momento exacto en el que ella me asestaba un puñetazo de lleno en la cara.

La vara había alcanzado a golpearla y a quemarla parcialmente en el hombro, pero no había sido lo suficientemente rápida y en aquella ocasión había sido yo quien había salido despedida por los aires. Había ido a estrellarme contra una silla de madera, golpeándome un costado justamente con una de las esquinas de la misma. Sentí un dolor punzante, ahí donde la silla me había golpeado y no fue difícil imaginar que me había roto una costilla. Solté el aire de golpe y luego pasaron unos segundos antes de que el aire volviera a circular por mis pulmones. El golpe de Katherine se había sentido como chocarse de frente contra una pared de concreto sólido y automáticamente un hilillo de sangre comenzó a discurrir por mi nariz.

Solté una carcajada tras escupir la sangre que me había llenado la boca y me incorporé, con el brazo izquierdo pegado al torso. Aunque me dolía la cara y el costado... de alguna manera aquel dolor sólo había servido para enfurecerme más y para hacerme sentir más poderosa. Lo supe a ciencia cierta cuando otro relámpago iluminó la habitación.

- No hables sobre lo que no sabes. - gruñó aun desde el lugar desde donde me había empujado.

- ¿Lo que no se? - bufé y solté una carcajada cínica. - ¿Y qué es lo que no se, Katherine? ¿Huh? - quise saber, cuando extendí el brazo que podía mover y la vara que había salido despedida por los aires volvió por arte de magia a la palma de mi mano. - ¿Qué tú eres tu única prioridad? - Katherine me fulminaba con la mirada y tenía los puños cerrados con fuerza a los costados de su cuerpo. - ¿Qué el mundo es tu escenario y los demás tus marionetas?

- ¡CALLATE! - espetó y en un arrebato me arrojó un objeto que ni siquiera había alcanzado a identificar, pero había tenido que extender mi mano para pulverizarlo antes de que me alcanzara.

- ¡Desde que nos encontró no hizo más que intentar ganarse tu afecto y todo lo que hiciste fue hacerla a un lado y ahora está MUERTA! - bramé con un dolor latiendo en mi pecho que no tenía nada que ver con el golpe que había recibido. - ¡POR TU CULPA!

Alexandra Petrova: Fin del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora