Capítulo 33

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Eric

Mierda. Eso fue... Dios no me creo que Kenzie y yo hiciéramos eso. ¡Carajo! Si llevaba unas malditas ganas de besarla, follarla fue otro nivel. La manera en que sabía, la manera en que nos movíamos juntos, cómo si su cuerpo hubiese sido hecho a la medida para mi. Joder, ni hablar de sus besos.

Si volverse adicto a los besos de ella es un delito, me declaro completamente culpable.

Se veía tan inexperta pero tan experta a la vez que eso, en serio me volvía loco. Cómo sus hermosos ojos color miel me miraban de arriba a abajo, pendiente de todo lo que mi cuerpo hacía. Lo tan exquisitamente apretada y estrecha que se sentía. Haber tenido esto con Kenzie se sintió cómo el maldito paraíso. Un paraíso del que no quiero salir nunca.

Irónico porque meses atrás la trataba como un imbécil. Y de verdad me arrepiento, pero si para llegar a este momento en el que la estoy viendo dormir a mi lado habría que primero tratarla así, lo haría mil veces más.

Kenzie es uno de esos dulces que nunca quieres terminar, que son tus favoritos y lo serán para siempre. Ese libro que te encantó tanto que sin verlo ya lo vas a terminar y no quieres hacerlo, esa serie que te enganchó como un desquiciado y cuando la terminas, la sigues viendo una y otra vez.

Estoy acostado de la lado viéndola dormir, se ve tan serena, tan hermosa. Mirarla mientras duerme se me hace sumamente relajante. Su respiración es relajada, tiene las manos puestas en posición de angelito y su cabello con luces color caramelo está encima de su nariz. Acerco mi mano a su cabello y meto los mechones detrás de su oreja.

Otra cosa por la que me puedo volver adicto es a su olor. Ese olor a piñacolada fácilmente se puede convertir en mi droga favorita.

«Quién lo diría, de fuckboy pasamos a: uf, me encanta su olor»

—¿Qué sueñas, Kenzie? —le susurro con voz mañanera.

La sigo mirando un rato más y luego me paro para ponerme un jogger gris. Bajo a la cocina para irme al jardín y buscar a Ronnie cuando veo a Ethan.

Paso por su lado como si no existiera, abro la puerta del jardín y Ronnie corre hacia mi tumbándome en el proceso. Me lame la cara y mueve la cola de un lado a otro.

—Hola grandulón, ¿Comiste? —lo acaricio—, vamos a darte desayuno —me paro—, ven —lo llamo y me sigue.

Abro la alacena para sacar la perrarina, busco su plato y se la sirvo. Empieza a comer como loco.

—Y lograste llevártela a la cama —chasquea la lengua mi primo señalando mi espalda un poco roja de sus rasguños.

La furia me corroe el alma de inmediato. Giro a verlo ya que estaba de espaldas de él y le lanzo una mirada asesina.

—Eres tan mierda, al punto de que fingiste que de verdad te atraía —le digo con la mandíbula tensa—. Lo que yo haga con ella no es tu maldito problema —espeto.

Este se ríe sin nada de gracia.

—No me malinterpretes, está buena, hermano, pero ya sabes que prefiero a las rubias y con más... —señala su pecho—. Pechos —dice y segundos después ya lo estoy agarrando de la camisa.

—Ten. Cuidado. Con. Lo. Que. Dices —digo palabra por palabra—. ¿Siempre intentas joderme, no? Pero al que siempre se le terminan jodiendo los planes es a ti —lo suelto y vuelve a reír satírico.

—Cierto, tendré que cambiar mi plan —habla tranquilo—. Ya sabe de lo de... —señala sus ojos—. ¿Tu enfermedad? ¿Sabe que eres un maldito fenómeno, enfermo? —tenso la mandíbula apretando mis puños—. Mejor no respondas —sonríe—. Fue muy divertido fingir con ella, no te lo voy a negar, es muy ingeniosa, me sacó bastantes erecciones y también sabe besar muy bien... —quiere seguir pero no estoy para escuchar más. Llamo a Ronnie y lo dejo solo en la cocina.

The color in your eyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora