6.

1.1K 174 8
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Brisa






Cuando salimos, sentí como si la temperatura hubiera bajado demasiado. Solo entonces comprendí que me sentía sofocada por el calor que el hombre frente a mí emitía.
Aún no lograba superar el verlo chupar mi mano. ¿ Qué pudo haberlo llevado a hacerlo? ¿Acaso trato de seducirme de esa manera? Porqué demonios, aunque una parte de mí estaba asustada, la otra se había encendido como la maldita ciudad de Las Vegas, lleno de luces de neón por dónde mirases.

—Espera aquí, te llevaré a tu casa. —no me estaba preguntando, él me estaba informando y no estaba muy segura de que quisiera que me acompañará.

Había venido aquí con Débora y con ella me iría. Sin embargo, al voltear y recorrer el bar con la mirada, mi querida amiga ya no estaba.
No lo podía creer, se fue. Ella me trajo aquí y no tardó en abandonarme.

—Tomaré un taxi. —Dije a sus espaldas, haciéndolo voltear.

—Es tarde para que te vayas sola y por la mirada preocupada que diste a través del bar, creo que es obvio que tu amiga ya se fue.

—De todas maneras soy alguien mayor y puedo llegar bien.

Él me tomó de la mano, evitando tocar el corte y nos encaminó hasta la barra, dónde la gente se agrupaba y su socio parecía no dar a basto.

—Al fin regresas idiota, anda ayúdame. —Yael le hizo un gesto hacía el otro lado del que él atendía, antes de fijar sus ojos en mí.  —¿Ya estás mejor cariño?

Volví a poner los ojos en blanco, algo que está noche no paraba de hacer, pero es que eran muy básicos.
¿Acaso estudiaban sus apodos de un jodido guion? Porque si era así, debían cambiar ya mismo sus líneas.

—Lo estoy, pero no soy tu cariño. —me senté en uno de los taburetes, aceptando la cerveza que me entregaba.

—Oye, ¿Por qué tanta brusquedad? ¿Acaso nos conocemos? — por su expresión, podía adivinar que trataba de recordar mi rostro, realizando un reconocimiento facial a través de sus recuerdos.

—No, pero te diré lo mismo que a tu amigo, no me gusta que me digan cariño.

—¿Un mal recuerdo? ¿Un hombre malo del pasado te llamaba así? —me resistí el deseo de volver a rodar mis ojos.

—No, pero es algo un poco pasado de moda que suelo escuchar de mis octogenarias clientas. —respondí, consiguiendo una expresión de sorpresa de Yael y una carcajada de Luc, la cual provocó que mis propios labios se extendieran en una sonrisa.

—Ella no caerá en tus juegos amigo. —Luc le aventó el trapo en sus manos, antes de seguir repartiendo tragos.

—Tampoco en los tuyos entonces. — Devolvió esté, con una pícara sonrisa — Solo por aclarar cariño, ¿ Me acabas de llamar anciano? Error, ¿Me acabas de llamar octogenario?

—No fue exactamente lo que dije, pero si el zapato te entra, pontelo.

Estos hombres estaban locos, pero estaban logrando que me olvidé del sucio traidor, cobarde, infeliz de Jerry.
Pero aún en mi cabeza quedaba un poco de recuerdos, los cuales me llevaron a pensar en que mañana debería cambiar la cerradura, porque él no volvería a entrar allí.

—Creo que toda esa agresión es en realidad el deseo reprimido. ¿Acaso te sientes atraída por mí? —fue mi turno para su abrir la boca con sorpresa.

Él era atractivo, no podía negarlo, pero me sentía mucho más atraída por su amigo, que por él.

—Lo descubriste, estoy enamorada, cásate conmigo y tengamos mil hijos.

Creo que fue la peor cosa por decir, porque recordé que debía explicar que el casamiento ya no se realizaría y eso llego como una nube y se instaló sobre mi cabeza, mojándose con la lluvia de la miseria y la autocompasión.
Jerry y Marta Acosta, se iban a arrepentir de haber vuelto mi vida un infierno. Yo no iba a mentir, mi explicación sería la real, la cobardía del bebé de mamá.

—Yael, voy a llevarla a su casa, su amiga la abandonó y no me siento tranquilo de que se vaya sola. —la mirada que compartieron fue extraña, pero Yael terminó por asentir.

—Tienes razón, tampoco creo que sea lo correcto. —¿Por qué no lo creían? No era la primera vez que lo hacía. —Pero apúrate, tenemos mucho trabajo.

—Lo sé, volveré lo más pronto posible.

Me levanté de la butaca y observé a Yael.

—Adiós anciano. —Me burlé.

—Mocosa, ya te enseñaré. —dijo mucho más divertido, que molesto. —Ojala vuelvas pronto y no sufras ningún accidente esta vez.

—Veremos.

La verdad el bar era agradable, pero no tenía mucho tiempo para salir.
Aunque ahora quizás todo eso cambiaría.

Seguí a Luc hasta afuera, dónde estaba su auto estacionado.
Al subir, lo primero que hice fue sacar mi teléfono y escribir un rápido mensaje.

*Brisa: ¿Dónde rayos te metiste? No puedo creer que me hayas abandonado en el bar.

Mientras esperaba la respuesta de Débora, le dije mi dirección a Luc, quien no tardó en ponerse en marcha.
Sentía que tenía una especie de imán, ya que aunque quería, no podía dejar de mirarlo.

—Al parecer le caíste bien a Yael. —dijo rápidamente, como queriendo romper el hielo que se había instalado en el auto.

—Por su personalidad podría creer que muchas personas le caen bien.

—Te equivocas. Tal vez pueda parecer agradable y simpático, pero es observador y analiza muy bien a las personas. —eso me sorprendió porque Yael se veía en realidad de esas personas que están rodeados de amigos. — Sin embargo pude ver que la simpatía hacia ti fue genuina.

—Es bueno oír eso. —Dije y oí el pitido de mi teléfono.

*Débora: Tuve una emergencia, te explicaré mañana.

Ok… sin dudas algo grave había sucedido, porque ella no era de desaparecer así porque si.

—¿Está todo bien?

—Sí, mi amiga al parecer tuvo una emergencia, ojalá no sea nada grave.

—Sea lo que sea agradezco que sucediera. —Lo observé, tratando de entenderlo ¿Por qué demonios le agradecería? Pero él termino respondiéndolo por mí. —Gracias a eso vuelvo a tenerte sola para mí.

Martinis, amor y ¿Estacas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora