11.

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Luc

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Luc






—¿Y? — preguntó sonando un poco molesta.

Hasta ahora veníamos bien, teniendo una conversación algo decente, si ignorábamos que ella me creía un delincuente. ¿Acaso no era eso suficiente? ¿Debía explicarle que le mentí?

—¿Y qué? — seguía dándole vueltas a esto, ganando tiempo que claramente no tenía.

—¿ Cómo y qué? Estoy esperando a que me respondas. —cada vez que hablaba, parecía perder un poco más la paciencia. — Me dijiste por mensaje que era algo urgente, muy bien, ¿Qué es?

—No. No vas a cambiar de tema, no te dejaré escapar. Sé que hay algo que está molestándote, puedo sentirlo y eso está provocando que te desquites conmigo. Así que antes de que te diga la razón por la que te cité aquí, dime qué es lo que anda mal.

Eso sin dudas me daría algo de tiempo, no podía solo decirle que necesitaba verla, ya que eso la llevaría a no volver.
Con ella aquí a mi lado podía sentir cada latido de su corazón, como la sangre bombeaba y hacía su recorrido por todo su cuerpo, pidiéndome casi a gritos ser probada. Pero no podía, por mucho que esto me torturara, me probaría que mi autocontrol era más fuerte.

—Mi ex suegra. ¿Puedes creer que se tomó el atrevimiento de hablar con los del salón y asegurarles de que todo seguía según los planes? La muy… — la vi apretar los labios con enojo, seguramente acallando un insulto. — servicial, les dijo que cuando los llamé para cancelar, atravesaba una crisis hormonal. ¿Crisis hormonal? Ella no me ha visto teniendo una maldita crisis hormonal o no lo diría tan tranquilamente.

Sus manos ahora convertidas en puños, los cuales su ex suegra debía agradecer que ahora no estuvieran cerca de ella, descansaban contra sus rodillas. Tenían toda mi atención, sin embargo, ya que la fuerza con la que apretaba, llevo a que sus uñas cortaran parte de su piel y el olor de su sangre estaba siendo desprendido.
Era como un elixir, deseaba tanto llevar mi boca hacia allí y quitar cada gota que desprendían.

—Pero es mi culpa, siempre fui tan comprensiva, tan paciente, ¡Tan estúpida! — estalló, golpeando sus piernas.  — Pero ya no más, no me van a seguir viendo la cara, estoy lista para darles guerra.

—Creo que la actitud que estás tomando ahora, debiste tomarla hace tiempo. —no apartaba mis ojos de sus manos, no podía por mucho que lo intentará. — Pero de la misma manera, siento que estás sobre reaccionando. Es decir, ¿Por qué te importa lo que diga esa señora?

—Porque está hablando de mí, ¿Por qué más? Me trata de loca y más loca estará ella.

—Creo que ahora estás un poco molesta y deberías calmarte.

—¿Estás pensando igual que ella, que estoy completamente hormonal? —cuando por fin pude levantar la mirada de sus manos y centrarme en sus ojos, supe que estaba en problemas. Tal vez no había sido tan buena idea seguir hablando de esto.

—No, yo no dije eso.

—Sí, lo estás pensando totalmente.

—No asumas cosas.

—¡Admítelo si eres hombre!

—Bueno, tal vez creo que todo lo que estás viviendo está poniéndote un poco sensible.

—¡Lo ves, lo sabía! Eres igual a ellos. Es que no se puede confiar ni en los hombres, ni en los ricos.

—Espera un momento…

—Todos ustedes piensan lo mismo, que estoy sensible y no lo estoy, pero si lo estuviera, ¿Cuál es el maldito problema? Es decir, tengo motivos. — traté de hablar, pero ella me lo impidió, levantando un dedo, como advertencia hacía mí. — Él me dejó y vuelve cuando quiere, ¿se cree que no tengo amor propio? Imbécil. Luego su madre se piensa que volveré con él, a la mierda con su hijo. Y ahora tú, me empiezas a preguntar y luego me juzgas. ¿Quién te crees para juzgarme? ¡¿Mi novio, mi padre, Dios?! Pues no lo eres, no sé quién eres y tú tampoco sabes quién soy, así que guárdate tus comentarios.

—Brisa… —ella había perdido totalmente el control.

—Y una mierda, no se ni para que vine.

—Viniste para que hablemos.

—¿Hablar de qué? Desde que llegué solo has estado inmiscuyéndote en mi detestable vida, pero ya no más. ¿Qué diablos querías conmigo?

—Primero cálmate.

—Yo me voy.

Cuando comenzó a avanzar hacía la puerta, fue cuando la tomé del brazo y la atraje hacia mí. No podía dejar que se fuera así, no de esta manera, ya que si lo hacía, no volvería.

—Suéltame. — ordenó con los dientes apretados.

—No hasta que hablemos. No puedo dejar que te vayas en este estado, podría sucederte algo.

—O me sueltas, o te vas a arrepentir.

Una parte de mí, no dejaba de sentir que debía soltarla, que ella tenía razón y no podía mantenerla aquí si no quería quedarse. Pero la otra parte, la que ahora dominaba la mayor parte de mi cuerpo, estaba completamente encendido con su actitud y solo quería comprobar de que era capaz.

—Yo creo que si te suelto me voy a arrepentir. —Sobre todo porque sus manos estarían libres.

Tenía tanta furia en su mirada que me fue imposible no besarla, solo basto inclinar un poco mi cabeza y nuestros labios estuvieron unos contra los otros.
Al principio, ella trato de luchar contra el beso y mordió, pero eso solo provocó que repitiera su acción y en el segundo en el que saboreé el sabor metálico de su sangre, me perdí. 

La besé con hambre, lamiendo y chupando con ganas sus labios, llenándome de ella.
Pero cuando la sentí soltarse y devolverme el beso con la misma intensidad, fue ahí cuando todo se vino abajo, fue ahí cuando el beso se rompió y cuando quise matar a mi mejor amigo.

—¿Ahora tomas descansos? Vamos a trabajar holgazán, no puedo encargarme de todo yo solo… —Yael nos observó con detenimiento.

Pero mientras yo seguía saboreando su sabor en mi boca, ella había pasado una mano con furia contra sus labios, arrancando de ellos las pocas evidencias que quedaban de nuestro beso.

—Si que sabes elegir momentos, querido amigo. — todo en mí quería golpearlo, pero sabía que ahora debía calmar a la fiera a mi lado.

—Tú. Tú, maldito Imbécil no vuelvas a acercarte a mí. ¿Me entiendes? — caminó molesta hacía la puerta y volteó, mirándonos a ambos. —Esto va para los dos, borren mi número y no me vuelvan a molestar.

Mientras la puerta era azotada, mi cabeza giraba con la pregunta de cómo Yael tenía su número.

—¿La llamaste? — Pregunté molesto.

—Tal vez lo hice, pero no la moleste, tú si. —Palmeó mi espalda y salió, dejándome alterado y solo en la habitación.

Martinis, amor y ¿Estacas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora