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Brisa








Definitivamente los hombres eran todos iguales, o no, algunos eran peores.
A pesar de que cuánto tomé la decisión de asistir al bar y descubrir que era aquello tan importante que Luc quería decirme, no me encontraba en un estado de ánimo tan deplorable, como el que se apoderó de mí, al ver el mensaje de los encargados del salón de fiestas.

Me había tomado la molestia de llamarlos y cancelar, tratando de ver si podía recuperar algo del dinero invertido, claro que no sería ni el treinta por ciento, pero luego de que mi ex suegra interviniera y me hiciera quedar como una loca, histérica y mentirosa, no iba a recibir ni un solo centavo.
Estaba cansada, frustrada y mentalmente mi límite estaba cada vez más cerca. No sabía por cuánto tiempo mi paciencia prevalecería, pero era como una bomba de tiempo y el tic tac, no dejaba de sonar es mis oídos.

Sin embargo, la cereza del postre, fue Luc. ¿Cómo se había atrevido a besarme? ¿Cómo lo había permitido?
Demonios, en realidad el beso era lo que menos me importaba, lo que seguía quemando dentro de mí, echando más y más leña al fuego, era el hecho de que se había puesto del lado de la harpía.

Él no me conocía, no sabía si estaba exagerando o si era mi humor habitual.

—¡Por el amor de Dios, solo nos hemos visto dos veces! — exclamé, pateando una piedra que se había cruzado en mi camino. —¿Quién diablos le da derecho a juzgarme?

Tenia que agradecer la hora, ya que si las personas me vieran hablar conmigo misma, invocando a Dios y al diablo en cuestión de segundos, también creerían que estaba loca.
Suspirando apuré mi paso, casi llegando a mi apartamento.

Solo quería llegar y dormir, pretender que los últimos días no existieron, o aún mejor, que los últimos años no lo hicieron y que no conocí a Jerry, que no me enamoré de él y no planee mi maldita vida a su maldito lado.
Pero para mi desgracia, esos eventos estarían allí al despertar.

—Buenas noches señorita Pizarro. — ni siquiera voltee a observar a Ignacio, el portero del edificio.

—Serán buenas para ti, porque yo vengo de una semana de mierda. —gruñí antes de entrar al ascensor y apretar con fuerza el botón que me llevaría a mi piso.

El viejo hombre no tenía la culpa de mis problemas, pero no podía mostrarme simpática, cuando solo quería golpear a mi ex familia política.
Tenía demasiada presión en mis hombros, tenía varias cosas que cancelar, aunque muchos tratarán de boicotear mis planes. Había pagado a la par de Jerry y no regalaría mi dinero, porque era imposible que siguiera con la locura de casarme con él. Así que aunque le molestará a quien le molestará, esto iba a suspenderse.

Al salir del ascensor, lo primero que vi fue a Jerry sentado contra la puerta del apartamento. Él no me había notado, ya que tenía ambas manos sosteniendo su cabello hacia adelante. Parecía cansado, totalmente desarreglado, con el saco en el suelo y la corbata sobresaliendo de uno de los bolsillos de este.
Si lo que esperaba era darme pena, no lo iba a conseguir, ahora sabía la clase de porquería que era.

¿Cómo pude estar ciega tanto tiempo?

Con el enojo alzándose nuevamente dentro de mí, caminé hacia allí y no dude en pararme frente a él.

—Quítate de la puerta, estás bloqueando mi camino. —exigí, sin importarme que pudiera sentirse mal.

—Brisa. —se puso de pie, pero seguía con bloqueándome el ingreso. —Esta vez no pienso irme hasta que hablemos.

—No me interesa.

—¿Quieres comportarte como alguien coherente?

—¿Lo dice quien cancela una boda a pocos meses y que se arrepiente a las veinticuatro horas? Vaya coherencia te cargas, Jerry. —reí, aunque sin ninguna gracia. —Muévete.

—Es por esto mismo que necesitamos hablar, me sentí confundido, atrapado, creo que es normal en situaciones como estas.  — lo observé atentamente por unos segundos, luchando contra el impulso de golpearlo.

—¿Atrapado? ¿Te sentías atrapado? Tú me propusiste casamiento, imbécil, en ningún momento te puse un arma en la cabeza y te obligué a hacerlo.

—No dije que lo hicieras, yo solo…

—Solo me creías una estúpida. ¿En serio creíste que no me daría cuenta de que estabas con alguien más? —estaba segura de que mi vecina estaba teniendo un gran espectáculo, pero no me importaba, no había manera de que lo dejará entrar a mi casa. —¿Qué pasó Jerry, mami no lo aprobó, o la chica se dio cuenta de la basura que eres?

—¿Podemos hablar de esto dentro?

—No.

—Brisa, no estoy dispuesto a cancelar el casamiento.

—Entonces cásate, claro que no conmigo. Ahora muévete, tengo que entrar a mi apartamento y de pronto tu presencia me está haciendo sentirme… atrapada.

—Brisa, por favor, hablemos sobre esto. Ambos somos adultos y sé que podemos llegar a entendernos.

—Puede ser, pero no me interesa. Voy a ser sincera contigo, me lastimaste a un punto de no retorno. No te quiero en mi vida, ni como marido, ni como novio, ni como amigo, porque demostraste ser alguien completamente diferente a quien creí conocer.

—Estás siendo demasiado dura y drástica.

—En realidad creo que siempre lo fui, solo que cedí demasiado porque te amaba.

—Estás hablando en pasado.

—Quítate de mi puerta. — me crucé de brazos y clavé mi mirada en la suya.

—Él apartamento es de ambos.

—Ahí te equivocas, está a mi nombre, así que es solo mío.

—Brisa, cometí un error, solo un maldito error. ¿Vamos a tirar tantos años juntos?

—No fui yo quien lo hizo, sino tú. —estaba apretando con tanta fuerza mis manos, que sentía como mis uñas se enterraban a la piel. Pero el dolor era bueno, ya que de lo contrario, me hubiera derrumbado.

—Y estoy aquí, me estoy disculpando.

—Es fácil pedir perdón, pero eso no borra todo el dolor y toda la humillación que sentí. — que aún siento.  — Seamos honestos, es demasiado difícil hacerlo. Por favor Jerry, quítate de mi puerta.

Él me observó unos momentos, antes de hacerse a un lado.
En el instante en el que dio un paso al costado, avancé y abrí la puerta, pero cuando la estaba por cerrar, su mano la detuvo.

—Voy a solucionar esto, Brisa. Confía en mí.

Pero no podía hacerlo, habían cosas que una vez rotas, ya no tenían arreglo.

—No vuelvas, la próxima vez llamaré a la policía.

—Recuperaré lo que teníamos. —prometió antes de quitar su mano.

Cerré la puerta y me dejé caer en el suelo.
¿Cuánto más quería lastimarme?





Martinis, amor y ¿Estacas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora