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Luc

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Luc





En el momento en el que desperté, por primera vez odie el hecho de que el día hubiese parecido tan corto. Quería seguir durmiendo e ignorar el hecho de que Brisa, seguramente se había casado con el cobarde de su ex.
¿Cómo pudo haber olvidado todo lo que él le había hecho pasar? ¿Acaso no era yo el peor de sus males?  Si nos poníamos en una balanza, lo mío era solo algo insignificante en comparación con todo lo que ella había descubierto de él y su amiga. Además ella no parecía asustada, a decir verdad, ella parecía más molesta por enterarse que le ocultaba algo, que por descubrir que era un vampiro.

No parecía importarle el hecho de que pudiera beber de ella y convertirla en uno más de nosotros, aunque claramente no lo haría, conocía muy bien lo que vivir está “vida” conllevaba.

—¡Es hora de abrir el bar, rayito de sol! — Yael ingresó, cargado de buen humor, algo tan diferente a lo que yo desprendía ahora mismo.

—Lárgate.

—¿Otra vez con esta mierda? No puedes hacer nada para cambiar la cabeza de Brisa, mejor acepta su errada decisión y céntrate en el trabajo. —se acercó,  palmeando mi hombro de manera cómplice. — El trabajo siempre ayuda a olvidar los problemas.

—¿Quieres irte y dejarme en paz?

No estaba de humor para tolerar sus idioteces, ahora mismo solo deseaba apagar las luces y nuevamente dejarme caer en la oscuridad del sueño.

—No. Ya estoy cansado de que te retuerzas en la miseria, mientras yo tengo que hacerme cargo del trabajo. Demonios hermano, ¿Acaso soy el único que se preocupa por el jodido negocio?

Él tenía razón, estaba tan sumido en mis problemas, torturado por el frío silencio, con el que Brisa me castigo durante estos dos meses, que no me centraba en nada más.
El bar era de ambos y estaba dejando que la mayor carga laboral, recayera sobre él, al punto de tenerlo ahora quejándose de ello.

—Está bien, tienes razón. — pasé mis manos por mi rostro y las dejé unos momentos quietas detrás de mi cuello. — Adelantate y abre el bar, que en unos momentos estaré allí.

—Eso es, veras como todo comenzará a funcionar tan bien como antes. —dijo y sin esperar, salió por la puerta, decidido a hacer lo que le dije.

Antes era tan fácil, ya que lo único en mi maldita cabeza era el bar. Quería mejorarlo, al punto de convertirlo en uno de los mejores bares nocturnos del país, pero eso había cambiado. Ahora, por el contrario, mi cabeza estaba tan llena de los recuerdos que tenía con Brisa.
Era imposible no torturarme a mi mismo al recordar el sabor de su sangre, era capaz de dar todo lo que tenía por solo un sorbo más. Pero incluso daría más, por tenerla a ella a mi lado.

Seguía maldiciendo a su ex, cuando sonaron dos toques en la puerta.
¿Desde cuándo Yael golpeaba? Estaba acostumbrado a entrar, incluso cuando no debía hacerlo.

—Ya te dije que iría, ¿No es verdad? ¿Acaso no puedes esperar unos minutos más? —me quejé aún sin voltear.

Pero cuando la puerta se abrió, me sorprendió que no fuera la voz de Yael la que respondió, tampoco que las pisadas de sus zapatos no resonaran en el suelo, en su lugar no había nada, sino una voz familiar, femeninamente familiar.

—No soy Yael, de hecho tuve una pequeña discusión con ese imbécil. Aún no he saldado mis cuentas con él y encima pretendía impedirme el paso. —voltee, encontrando a Brisa, ingresando lentamente en mi habitación. — Lo reté a detenerme, aunque es evidente que no salió como él se esperaba.

Seguía observándola, se veía tan adorable vestida de novia, pero me enfurecía que todo su arreglo fuera para un idiota.
Ella se merecía mucho más, incluso más que yo, pero mi egoísmo era demasiado.

—Aún no puedo creer que bebiera de mí, debí patear con más fuerza sus bolas.

—¿Le pateaste las bolas? — pregunté, pero en realidad no me importaba demasiado, Yael se lo merecía.

—Acabo de hacerlo, ¿Cómo crees que entré? —respondió encogiéndose de hombros. —Seguía diciéndome que solo venía para lastimarte y no tenía permiso de pasar. ¿Acaso se le olvidó que eres un vampiro, de esos que pueden matarme con solo una mordida?

—No le hagas caso, mejor dime porqué estás aquí. ¿No deberías estar celebrando tu casamiento, cariño?

—Extrañaba tanto oírte decirme cariño, aún creo que suenas como una anciana, pero ya me he acostumbrado.

—Brisa, respóndeme.

No tenía el suficiente autocontrol para jugar, hacia dos meses que no la veía y me estaba costando no acercarme a ella y apoderarme de su boca.
Era una tentación tenerla tan cerca, sentía como si todo su cuerpo me pidiera que lo reclamara y lo único por lo que no lo había hecho aún, era porque no respondía lo que le había preguntado.

—No me casé, nunca podría casarme con Jerry, lo odio. Creo que fui muy clara contigo, te lo dije una vez Luc, me importas y no tiendo a jugar con los sentimientos de quienes quiero. —ella hizo un gesto hacia su vestido. —Cuando elegí este vestido, pase semanas recorriendo tienda tras tienda, hasta dar con él, creyendo que el día que lo usará sería el más feliz de mi vida, pero no fue así. ¿Sabes por qué? — negué y ella sonrió. —Porque la persona a la que quiero no iba a estar allí y siento que todo el trabajo que hice encontrándolo, fue un completo desperdicio, ya que lo utilice solo para darle una lección a Jerry.

—Si tanto me quieres, ¿Por qué demonios dejaste de responder mis mensajes? ¿Acaso imaginas lo mal que estaba pasándola?

—Sí, porque yo me sentía igual. Pero luego de comprender todo, necesitaba tiempo para aclarar mis pensamientos y una vez que lo hice, sentí que era injusto que me vieras planear una boda con alguien más, por muy falsa que está sea.

—No me hubiera importado.

—¡Pero a mí sí! No quería seguir tirando mi mierda sobre ti, pero ahora, ahora soy libre y no pude esperar otro día para venir hacia ti.

—¿De verdad?

—Si, ¿Por qué lo dudas?

—Porque aún sigues ahí, apretujando tus manos, completamente nerviosa, en lugar de venir aquí y dejarme demostrarte lo mucho que te extrañe.

Al principio creí que estaría asustada, que recordaría que era un vampiro, alguien que podría atacarla en un segundo, pero en su lugar corrió hacia mí y abrazando mi cuello, chocó sus labios contra los míos.
Esto era lo que necesitaba, no el trabajo como Yael me había aconsejado, sino a Brisa, cerca de mí.

Mis manos se aferraron a la tela cubriendo su cintura y la atraje aún más cerca, sin importar la presión que el volumen del vestido, ejercía contra mis piernas.

—¡Amigo, traté de detenerla, pero esa loca no dudó en atacarme! No sabe lo cerca del peligro que… — Brisa se alejó de mí y suspiró.

—¿Tú otra vez? ¿Es qué no te cansas de interrumpirnos? —se quejó y compartí su disgusto, pero está vez Yael no iba a molestarnos, ni él, ni nadie más.



Martinis, amor y ¿Estacas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora